Homilía para el Cuarto Domingo
de Cuaresma ciclo C
27 Marzo 2022
Lectura: Jos 5, 9a. 10-12
Evangelio: Lc 15,1-3.11-32
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En primer lugar, miremos el relato de Jesús que nos es familiar, de la partida del hijo menor de la casa paterna y de su camino hacia países extranjeros:
Durante largo tiempo esta historia se denominó sencillamente “historia del hijo perdido”.
¿Por qué así?
Ante todo, seguramente a consecuencia de la meta  de este joven
que quería saborear “su libertad” y “correrse una juerga”:
“Él llevó una vida desenfrenada y dilapidó su fortuna.”
Pero fracasa: “comenzó a pasar necesidad”.
Una hambruna, dura y miserables condiciones de trabajo y su incapacidad para tratar con la miseria
apenas le dejan otra salida que regresar a casa.
¡Ciertamente él no se había imaginado así su libertad!
Todos dirían: “¡Aquí llega el fracasado!¡Justo lo que le sucede!

Pero esto sucede de forma totalmente diferente:
Su padre le buscaba con la vista todos los días después de su partida.
Y ahora le ve venir de lejos.
El anciano se apresuró a ir hacia él lleno de alegría
y no le dejó hablar
cuando él, tartamudeando comienza a hablar con aclaraciones y disculpas:
“¡Pasa primero!¡Descansa! ¡Nos alegramos de que estés aquí!
¡Celebremos ahora todos reunidos una gran fiesta!”

De modo asombroso, la Iglesia ha reconocido en los primeros tiempos:
¡Ciertamente este final inesperadamente conciliador y alegre es el núcleo de la historia de Jesús!
Y esta historia hoy se denomina por tanto:
“¡La historia del Padre misericordioso!”
El “Padre misericordioso” muestra a este joven,
cuyo camino parecía conducir totalmente al error,
la última y verdaderamente decisiva meta de su camino:
la verdadera y reconciliada libertad en amor misericordioso, en el que él halla, el aparentemente perdido, una nueva casa y la plenitud y la dicha
de su camino existencial - ¡un regalo!.

Camino y meta van juntos, forman una unidad-aunque al comienzo de un camino la meta aún no está verdaderamente clara.
Así tampoco estaba verdaderamente claro para los judíos que hacían trabajos forzados en Egipto,
dónde los conduciría la huida de la insoportable situación que padecían.
Ninguno de ellos sospechaba que estarían cuarenta largos años de camino por el inhóspito desierto.
Al principio confiaban ciegamente en Moisés y en las promesas, que el Dios de sus antepasados había hecho a Moisés:
Él los acompañará fuera de la esclavitud de Egipto
“a un hermoso y ancho país,
a un país, en el que fluyen leche y miel.” (Ex 3,8)
Pero pronto ya fue puesta a prueba la confianza.
Hubo momentos,
en los que añoraron “las ollas de carne de Egipto”
y se rebelaron contra Moisés.
Signos alentadores como el “maná en el desierto”
o el “agua que salía a borbotones de la roca”
podían dar un nuevo impulso a su confianza sólo
con reservas y pasajero frente a las enormes fatigas.

De todos modos no todos perdieron de vista la meta prometida.
Se dice que “al final muere la esperanza”.
La Lectura de Josué de este domingo confirma esta sentencia de forma sobria y breve:
Un día alcanzaron los sobrevivientes de largos años de peregrinación por el desierto la meta, la tierra de Caná.
Era un día después de Pesach,
en el que pudieron hartarse por primera vez
con las cosechas de esta tierra.
Por consiguiente ¡a partir de aquí ya no hubo más maná!

Ambos relatos bíblicos contienen también hoy para nosotros ¡estímulos ayudadores para nuestro camino existencial y para nuestra meta!
Por tanto, concretando: Contestamos a nuestras preguntas según la orientación de vida.
Naturalmente nosotros también nos ponemos metas
y elegimos los caminos que deben conducir a ellas.
Pero la orientación fundamental de nuestra vida y la meta última y decisiva está determinada para nosotros, regalada-
Determinada y regalada sencillamente porque somos seres humanos, porque fuimos creados por el Creador como seres humanos a Su imagen y semejanza.

Nosotros somos y permanecemos marcados
sobre todo por el amor que hay en nosotros:
Él determina la meta de nuestra vida
y nos muestra el camino hacia la meta,
que Jesús denomina “Reino de Dios”.
También podemos, por ejemplo, decir
“Reino de justicia y amor” o
“Reino de reconciliación y de paz”.
En este sentido es todo paso uno tras otro,
un paso en la dirección correcta, un paso hacia la meta.

La experiencia nos enseña que el camino hacia esta meta es penoso y con frecuencia conduce a los “desiertos”.
La peregrinación de Israel por el desierto nos enseña por una parte a conservar en este largo camino la paciencia y perseverancia,
y por otra parte a orientarnos continuamente y
de nuevo hacia Dios y hacia Su amor,
y continuamente de nuevo a tener en cuenta
“Su sabiduría que conduce hacia la meta”.

También continuamente como seres humanos empujamos los límites.
El llamado “hijo perdido” es un ejemplo clásico
de esto.
También nosotros continuamente caemos en caminos equivocados y en callejones sin salida.
El “Padre misericordioso” nos dice:
“¡No te rindas! ¡Regresa también dado el caso!
¡Finalmente celebramos juntos una gran fiesta de alegría!”

Déjanos estar convencidos en todos nuestros caminos -como Jesús en todo Su camino existencial-
de que Dios nos acompaña, no estamos solos,
Él nos acompaña como un Padre –y dado el caso- también nos espera:

Dios acompaña

Dios va con Moisés,
en el mar,
en el desierto.

Dios acompaña
en el geto,
en la prisión,
en la celda de tortura,
en la prueba,
en el altar nupcial,
en el juez del divorcio,
en la residencia de ancianos,
en la habitación de la muerte!

¡Dios acompaña!
(abreviado: Reflexionar con Martin Gutl, Styria 1985)

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