Homilía para el Quinto Domingo de Pascua
del ciclo litúrgico B

2 Mayo 2021
 Evangelio: Jn 15,1-8
 Autor: P. Heribert Grab S.J.
“¡Nosotros en Cristo – Cristo en nosotros!”
Con esta breve fórmula – la fórmula llamada de inmanencia- los teólogos llegan al quid del Evangelio de la cepa verdadera.
Ya Pablo expresa con esta fórmula el núcleo verdadero de nuestra fe:
“Todos vosotros, los que estáis bautizados en Cristo” estáis “en Cristo Jesús” (cf. Gal 3,26-29, Rom 8,1, 2 Cor 5,17)

El propio Jesús no expresa Su mensaje en tales fórmulas teológicas.
Jesús presenta imágenes y cuenta expresivas parábolas.
Pero también en el lenguaje iconográfico de la cepa verdadera se halla ya la breve fórmula como una invitación amorosa:
“¡Permaneced en Mí, pues yo permanezco en vosotros!”

“¡Permaneced en Mí y yo en vosotros!” Esto nos lo dice también a nosotros.
Esto es ciertamente lo que Pablo más tarde denominaría fe.
Fe es más que saber todo sobre Jesús.
Fe no significa tampoco buscar de vez en cuando
Su cercanía.
Fe significa estar con Jesús en el camino.
Más aún:
Estar unido a Él con total confianza.
Sí, incluso ser uno con Él en amor profundo.

¿Cómo puede ser esto?
¿Cómo podemos experimentar esta solidaridad,
esta unión amorosa?
¡El amor es un valioso regalo!
Pero ¿qué podemos hacer para cuidar este regalo?
Podemos aprender de nuestras experiencias
con amistades interpersonales
y con el amor de pareja,
que busca siempre de nuevo
encuentro, cercanía, estar juntos en el camino,
vivir juntos, escucharse el uno al otro,
permanecer en diálogo juntos y  ser sensible a lo que el otro o la otra desea, lo que él/ella necesita, lo que le da alegría a ella/él…

Todo esto se puede transmitir con muchas variaciones a nuestra comunidad con Jesucristo,
que cada vez más se pueda convertir en una unidad vital con Él y dé fruto.

Desde siempre los seres humanos saben que se genera una comunidad especialmente estrecha
por medio de una comida reunidos.
por eso Jesús nos invita a tener una comida unidos con Él.
Lo especial es que Él es no sólo el Anfitrión,
más bien Él mismo se pone sobre la mesa en esta comida:
El pan que vosotros coméis en mi mesa
”es mi Cuerpo, que se entregará por vosotros”.
Y el vino es “mi Sangre que se derramará por vosotros y por todos”.
Una comunidad más íntima que esta comunidad eucarística es impensable – se trata de entrar dentro de nuestro cuerpo.
¡En esta “comunión” yo estoy totalmente “en Cristo”, y “Él está en mí”!

Esta comunidad con Cristo nos une no sólo individualmente con Él;
sino que nos une a nosotros mutuamente
como los sarmientos a la cepa,
¡naturalmente también entre nosotros estamos más estrechamente unidos!
Por eso Pablo nos señala otra vez en su carta a los Gálatas:
Él escribe: “Todos vosotros, los que estáis bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo.
Ya no hay judíos ni griegos, ni esclavos ni libres, ni hombre ni mujer;
pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gal 3,26-29).

Se trata de una declaración revolucionaria, que hasta hoy no se ha alcanzado,
aunque fija el fundamento del ser cristiano.
Pablo dice que entre los cristianos ya no se da
la diferencia entre judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres.
Si esto entonces en su comunidad era verdad, queda en suspenso.
En todo caso, él está convencido: Una diferencia así
ya no se puede dar entre aquellos que en el Bautismo
se han “revestido de Cristo”.
Qué lejos estamos aún en nuestra Iglesia incluso hoy de esta constatación de Pablo,
en la que queda claro el duro enfrentamiento
que actualmente, p.e. en conexión con el “camino sinodal” tiene lugar en Alemania:
Sobre todo en referencia a las diferencias entre hombre y mujer, en lo que concierne a la admisión al ministerio.
Con este fondo existe y permanece este
“Todos vosotros sois uno en Cristo”
¡una espina en la carne de la Iglesia!
Lo queramos o no  - también en esta “espina en la carne” se decide la credibilidad de nuestra Iglesia.
De forma alarmante muchos cristianos opinan que esta “espina en la carne” ya no se puede soportar más y salen de la Iglesia en bandada.
Por lo menos en algunos episcopados
conduce el peso de la responsabilidad por este escándalo –que llega hasta el Obispo-
despacio y seguramente (esperanzadamente) a pensar en otro sentido.

Como cristianos adultos también podemos todos nosotros no apartarnos de la responsabilidad,
achacándosela “a los de arriba”.
Sólo juntos podemos vivir una fe en una Iglesia.
y juntos en todo tiempo tenemos que luchar por esta fe también juntos de modo necesario para que la comprensión de esta fe transforme.
Sólo así podemos también juntos en el sentido de Jesús dar fruto abundante –
¡abundante fruto de justicia, de misericordia y de amor!

Amén.
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