Homilía para el Segundo Domingo
de Cuaresma del ciclo litúrgico B

28 Febrero 2021
Tema: Cuarenta años de peregrinación por el desierto y Dios bajo la forma de nube.
 Lectura: Rom 8,31b-34
 Evangelio: Mc 9,2-10
 Autor: P. Heribert Grab S.J.
Jesús ha revestido Su mensaje en múltiples ocasiones de imágenes.
Sobre todo la promesa del Reino de Dios venidero
lo anuncia por medio de parábolas, por tanto mediante relatos imaginativos.
En consecuencia nuestra fe vive de imágenes y palabras y también la cuaresma prepascual es rica
en tales imágenes y símbolos.
El domingo pasado se trató, con vistas a la Pascua,
por ejemplo de la “Luz al final del túnel”
y de una “nueva vida después de la ceniza”.

La duración de la Cuaresma prepascual se refiere a un antiguo símbolo bíblico: cuarenta días.
El número simbólico “cuarenta” se halla continuamente en el Antiguo Testamento.
Pero sobre todo este número para los cuarenta días que duró la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto se halla en la confianza de la promesa de Dios de dar una “tierra prometida” como patria para Su pueblo por siempre.
Probablemente Jesús ya se orientó a estos cuarenta días en el desierto,
cuando decidió antes de Su vida pública retirarse cuarenta días al desierto.
Los cuarenta días que dura nuestra Cuaresma
hace referencia a la peregrinación de Israel por el desierto, como también a que Jesús se deja conducir al desierto por el Espíritu, donde pasó cuarenta días.

La Cuaresma prepascual acapara de algún modo nuestra vida:
Esta vida es una “vida en camino”
+ como meta de la promesa de Dios plena,
+ como meta del Reino de Dios perfecto,
+ como meta de toda nuestra nostalgia del encuentro
con Dios.
Para los israelitas la meta de su fatigosa peregrinación por el desierto era el verdadero motor: La promesa de Dios, la tierra prometida….
De esta forma puede y debe también ser la meta de un Cuaresma prepascual “la Luz al final del túnel”: Pacua, Resurrección, Nueva Vida.
De este modo puede y debe también ser la meta de todo nuestra “vida en camino”
+ la “plenitud de la vida” prometida y regalada,
+ el Reino de Dios prometido y que ya ahora despunta,
+ la nostalgia definitivamente plenificada de nuestra vida en el amor de Dios.

Los cuarenta años de peregrinación por el desierto de Israel están llenos de vicisitudes en la vida cotidiana.
La salida de la “esclavitud de Egipto” estaba determinada por la alegre esperanza de la libertad.
Pero ya pronto quedó patentemente claro que
a la salida llena de esperanza siguieron insospechados esfuerzos,
entre ellos la renuncia a las “ollas de carne de Egipto”.

Pero, por otra parte, el pueblo de Dios hizo también continuamente durante el camino la experiencia:
No estamos solos, no dependemos sólo de nosotros mismos.
Nuestro Dios hace el camino con nosotros;
Su ángel, Él mismo nos precede
por el día en la imagen de una columna de nubes,
por la noche como columna de fuego resplandeciente.
Si el peligro amenaza, por ejemplo por el ejército del faraón, Él separa incluso en caso de necesidad el mar,
para que podamos con los pies secos seguir adelante.
Si en medio del desierto el hambre y la sed hacen peligrar la vida, inesperadamente sale a borbotones de una roca agua cristalina y calma nuestra sed:
contra el hambre Dios nos prepara una mesa
con un enjambre de codornices y con maná-
que también hay siempre; pero se puede comer,
¡gracias a Dios!

Cuando los habitantes de Colonia dicen “aún siempre nos ha ido bien."
¡esto no es de ningún modo originalmente
un disparatado optimismo!
Más bien se halla detrás finalmente la confianza creyente en Dios,
que no nos deja en la estacada.

En la fe en este Dios fiel creció Pablo.
Por esta confianza creyente puede también decirnos a nosotros hoy:
“Si Dios está con nosotros, ¿quién está contra nosotros?”
Este Dios fiel se ha mostrado incluso como Señor
sobre el poder de la muerte:
Él ha resucitado como primero de la muerte a Jesucristo, uno de nosotros, nuestro hermano
anticipando a todos nosotros la plenitud de la vida.

Este misterio pascual nos trae a la memoria en el Evangelio de hoy:
El Dios oculto y misterioso permite a Pedro, Juan y Santiago y en último término a todos nosotros ansiar Su luminosa vida que regala gloria.:
La misteriosa imagen de la nube Le identifica como
el Dios que conducía a Su pueblo de Israel bajo este signo de la nube a través del desierto sin caminos a la tierra prometida.

La Luz divina de la nube y la transformación de Jesús en una figura de luz pascual
alientan a los discípulos por un camino de regreso a las llanuras de la realidad portadora de muerte y
les abren a un presentimiento de la Pascua y de la Resurrección del Hijo del Hombre.

Los cuarenta días de la peregrinación de Israel por el desierto con la meta de la promesa,
la conducción de Dios por una ruta fatigosa con la imagen de la nube y finalmente la Transfiguración de Jesús a través de la luz de la nube puede y debe animarnos también a nuestra "vida en camino" y a llenarnos con la esperanza pascual hacia una vida en plenitud.

Amén
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