Homilía para el Domingo
de la Santísima Trinidad

30 Mayo 2021
Lectura: Rom 8,14-17
Evangelio: Mt. 28, 16 - 20
Autor: P.Heribert Graab S.J.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
En ello se fundamenta sobre todo la dignidad de  todo ser humano.
Además nos ayuda también esta constatación del relato bíblico de la Creación
a comprender mejor quien es Dios,
ya que se refleja el Dios misterioso en Su imagen.
Por el contrario también nosotros aprendemos a conocernos mejor a nosotros mismos,
contemplando a Dios que se manifiesta no sólo
en Su Creación sino más aún en la historia
de la humanidad y sobre todo en Jesucristo.

Si reflexionamos sobre nosotros mismos
nos concienciamos muy pronto de que somos seres humanos del todo mediante el carácter relacional.
Somos creados esencialmente para la relación con los demás.
La soledad nos pone depresivos, enfermos, incluso finalmente puede conducir a la muerte.
No pocos de nosotros, sobre todo las personas mayores,
han experimentado mucho sufrimiento por esto actualmente en el tiempo de la pandemia.

Características esenciales de nuestro ser humano,
permiten iluminar algo de la esencia interior de Dios.
Concretamente esto significa en todo caso también:
Dios, según Su esencia, es no sólo para la reacción de afuera;
¡Él es sobre todo relación es Sí mismo!
La relación en sí mismo está en primer lugar
y empuja también hacia fuera;
empuja sobre Sus criaturas y en especial sobre los seres humanos, que Èl ha creado a Su imagen y semejanza (Gn 1,26)
Hacia éstos Él se puede volver en relación amorosa.
Dios en último término crea en el ser humano al de enfrente,
que como Él mismo es único y responsable de sí mismo.
Como persona el ser humano puede ser incluso para Dios interlocutor en ayuda recíproca y amorosa.

El autor del relato de la Creación permite hablar a Dios en plural:
“¡Hagamos al ser humano!”
De esta forma se expresa muy conscientemente:
Dios es en primer lugar y ante toda la Creación relación consigo mismo, consigo mismo y con un ser divino ¡”Nosotros”!

Ante todas las reflexiones y discusiones de los teólogos cristianos. este “nosotros” de Dios se refleja en los textos bíblicos:
Piensen ustedes en la misión de Jesucristo:
“…haced a todos los seres humanos discípulos míos
 y bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” (Mt 28,19)
De forma muy semejante se expresa en la bendición apostólica de Pablo:
“La gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios, y la comunidad del Espíritu Santo esté con todos vosotros.” (2 Cor 13,13)

Al mismo tiempo es también siempre indudable:
¡Este “nosotros” de Dios no es el “nosotros” de una mayoría de dioses!
Más bien se trata de la “plenitud” del único ser divino, que es en sí mismo relación!
“¡Misterio de la fe!”
Y cuya causa más profunda es el propio misterio de Dios, ante el que nosotros en último término sólo podemos “permanecer orando”.

Confesamos a Dios como “Padre” y Creador de Todo.
Confesamos a Dios como “Hijo”,
en el que Dios mismo y en toda Su plenitud
se ha hecho ser humano.
Confesamos a Dios como “Espíritu Santo”,
en el que Él en toda Su plenitud en este mundo,
en todas las cosas creadas y sobre todo en cada ser humano está presente y actúa a través de todos los tiempos.

Padre, Hijo y Espíritu Santo son personas
y no sólo “energía” o “fuerzas”.
La “relación” de estas tres Personas no crea sólo comunidad, como es posible entre los seres humanos;
Esta relación íntima y divina es más bien unidad
¡Un Dios en tres Personas!

La fuerza que crea esta unidad, la denominamos Amor y lo atestiguamos en la fe:
Dios mismo en Su triplicidad y en Su triple unidad es Amor en Su esencia.
Dios “es Amor” (1Jn 4,16) y también el “origen del Amor” (1 Jn 4,7).
Sin Dios no hay amor y el amor procede siempre de Dios.
“¡Misterio de fe!”

¡Misterio de fe!
Nunca comprenderemos verdaderamente este misterio de Dios,
y nunca lo penetrará nuestro entendimiento.
Y, sin embargo, podemos y tenemos que percibir este misterio,
para reflexionar y hablar sobre él.
Este misterio es eficaz también en nosotros,
ya que somos creados a Su imagen y semejanza.
Por eso existe y permanece también en cada ser humano y en toda relación amorosa entre personas
un misterio insondable hasta el final.
Pero, al mismo tiempo, este misterio de Dios,
que también afecta a la esencia de nuestro ser humano,
es para nosotros la tarea central de la vida:
Sólo poniéndonos a esta tarea para dar espacio
al amor de Dios en nuestra propia vida,
podemos convertirnos cada vez más
verdaderamente en seres humanos,
hallar nuestra identidad humana
y llegar a nosotros mismos realmente.

Concretamente podemos y debemos orientarnos en este esfuerzo hacia Jesús de Nazareth.
En Él, Dios mismo se ha hecho ser humano.
En Él, por tanto, se hace visible –por así decirlo de forma original-,
cómo un ser humano aparece a imagen y semejanza de Dios.
Para seguir Le y orientar hacia Él nuestro pensar y actuar, es casi un modo de garantía para llegar a ser, lo que nosotros según diseño ya somos:
imagen del Dios viviente, que es el Amor por antonomasia.
Por eso, cuanto más familiarizados estemos mediante una lectura diaria de la Escritura –sobre todo del Evangelio- con Jesús y Su modo de pensar de actuar y de tratar con otros,
tanto más podremos llegar a ser semejantes a Él.
Ciertamente no podemos copiar a Jesús,
pero podemos y tenemos que dar hoy en nuestra época manos y pies a su Amor en todos nuestros movimientos no sólo con personas, que están cerca de nosotros, sino con todos los que necesitan nuestra ayuda y cercanía.
Y también podemos ser seres humanos,
para aquellos que nunca encontramos personalmente,
pero que en un mundo globalizado son nuestros “prójimos”.
Haciendo justicia a esta exigencia,
nos convertimos en seres humanos, según la imagen de Dios y contribuimos a que este mundo sea más humano y se convierta cada vez más en el “Reino de Dios”.
Amén.
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