Homilía para Pentecostés
31 Mayo 2020
Lectura: Hch 2,1-11
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Ver Pentecostés 2010 (abreviada y trabajada)


¡Fuego en el tejado de la Iglesia!
¡Alarma de incendio!
¿Quién va a buscar a los bomberos?
Toda la parroquia está perpleja y consternada.

Recordemos unas palabras de Jesús:
“¡He venido a traer fuego a la tierra
y que quiero sino que arda!” (Lc 12,49)

Por tanto, ahora arde:
  • Los escándalos tambalean los fundamentos de la Iglesia. 
  • Incluso de los Obispos ya no se puede uno fiar. 
  • Los católicos abandonan la Iglesia en manada.
¡Hay fuego en el tejado de la Iglesia!
Espontáneamente experimentamos este fuego
como catástrofe abrasadora, como un acontecimiento destructivo-
y llamamos a los bomberos.
Pero quizás tendría más sentido arrojar una mirada
a la Biblia y recordar que el propio Dios aparece en el fuego.
Moisés lo ha experimentado cuando el Señor le llamó:
Cuando un ángel se le apareció en el fuego de la Zarza ardiendo (cf. Hechos 7,30)

“Todo el Sinaí estaba envuelto en humo,
porque el Señor había bajado sobre él en medio
de fuego.
El humo subía de la montaña
como humo de horno.
Todo el monte trepidaba violentamente.” Ex 19,18

Juan Bautista señala a Jesús y dice de Él:
“Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”
(Mt 3,11)
Y hoy celebramos nosotros  los bautizados
“con Espíritu Santo y fuego”
la aparición de Dios en fuego y en tormenta:
“De repente vino del cielo un ruido,
semejante a una tormenta impetuosa
y llenó toda la casa en la que se encontraban.
Y se les aparecieron lenguas como de fuego…” (Hch 2,2 s)

¡Dios mismo juega con fuego en Su Iglesia!
Más aún: Él sopla vigorosamente en las pequeñas llamas y
atiza las lenguas de fuego por medio de los bramidos de una tormenta.
Por tanto, en Pentecostés se cumple el deseo anhelante de Jesús:
“¡He venido a traer fuego a la tierra
y que quiero sino que arda!”

Hoy cantamos y oramos:
“El Espíritu del Señor lo llena todo
con tormenta y brasas…
El Espíritu de Dios sopla a través del mundo
de forma impresionante e incontenible;
donde cae el aliento de Su fuego
se vivifica el Reino de Dios.”
Pero nosotros tenemos ideas muy “dóciles” del fuego del Espíritu de Dios y que Él debiera mantener nuestras expectativas:
  • Debiera ser un pequeño fuego cándido y animado lo más posible. 
  • Debiera calentarnos en lugar de asustarnos. 
  • Debiera ser un fuego de amor afectuoso y
    no un fuego de amor colérico y que sacude.
Pero si el Santo Espíritu de Dios en Pentecostés está representado con la imagen del Fuego
entonces también debiéramos nosotros tomar nota
de que el fuego limpia, el fuego cambia, el fuego crea algo nuevo.

En primer lugar el Espíritu de Pentecostés provoca
todo en nosotros de forma muy personal-
si entablamos relación con Él en lugar de sólo viajar al campo:
  • La “purificación” por medio del Fuego del Espíritu puede ser doloroso, pero nos libera de todas las escorias y residuos molestos. 
  • Con todo “cambio” tenemos dificultades y tanto más con un cambio en el sentido del Evangelio, pero nos haría verdaderamente personas creíbles, convincentes, amorosas y alegres.
  • Por tanto, personas “nuevas”, que dejarían atrás el “viejo Adam” y se orientarían hacía un futuro ventajoso, hacía el futuro de Dios.
Pero la tormenta de fuego del Espíritu de Pentecostés tiene que agarrarnos también a nosotros en conjunto y a la Iglesia como totalidad:
  • Aquí están a la vista las estructuras de poder de la Iglesia. 
  • Aquí están a la vista las estructuras de poder de la Iglesia.
  • Aquí se ponen en cuestión la imagen del sacerdote.
  • Aquí se trata de la “administración” (sic!) de los Sacramentos.
    Esto es válido, bajo toda clase de consideración, para liberar el lastre de los siglos.
  • Aquí irrumpiría aquella alegría,
    que nosotros como anunciantes podríamos regalar al mundo y a toda persona en particular.
  • Aquí surgiría una Iglesia renovada, cuya fascinación actuaría siendo atractiva e invitando.
¡Mantengan ustedes los ojos abiertos
y contémplense “con buenos ojos”!
Descubrirán ahora mucho alentador en esta Iglesia.
¡Constatarán que el Espíritu de Dios ya está actuando!
Y piensen ustedes que ¡todos nosotros somos Iglesia!
¡Y que hay aún mucho que hacer!
¡Olviden a los bomberos!
¡No apaguemos el Espíritu!
Él tiene que poder crecer con fuego y tormenta.
Oremos desde la convicción creyente:
“Envía tu Espíritu
y se renovará la faz de la tierra”
¡Y contribuyamos con energía llena de esperanza
a lo nuestro!

Amén
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