Homilía para el Tercer Domingo de Pascua,
ciclo litúrgico “A”

26 Abril 2020
Evangelio: Jn 21,1-14
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En la primera escucha atenta de este Evangelio pascual impresiona sobre todo la pesca prodigiosa.
Ésta ciertamente es referida como un signo de la plenitud de la vida pascual –
tanto como en este tiempo primaveral se hace presente, por ejemplo,
la abundancia de flores de un cerezo,
que pone en evidencia la plenitud de vida de la Creación.
Y, sin embargo, me parece que para el evangelista Juan está en primer término la escena del fuego carente de espectacularidad:

Los discípulos han vuelto a su vida diaria de trabajo como pescadores después de los acontecimientos conmovedores y decepcionantes del Viernes Santo.
Pero la cadena de frustraciones no cesa:
Han trabajado toda la noche duro y no han pescado nada.
Ahora están agotados, empapados hasta la cabeza, completamente helados por el frío de la temprana mañana.
Y aquí sólo está en la soledad del temprano día este extranjero a la orilla del lago y los invita a
acercarse al cálido fuego, que Él ya ha encendido,
y sobre el que Él prepara pescado y pan para Sus invitados.
Y también pueden los discípulos como invitados contribuir:
“¡Traed parte de los peces que habéis pescado!” dijo el extranjero.
Probablemente después siguió una laboriosa fase de preparación, hasta que finalmente se dice:
“¡Venid y comed!”

Esta escena completa sucede mucho en el día a día.
En cierto modo diariamente se da también la reacción a esta situación,
en la que ellos de forma inesperada tienen que tratar con un extranjero, que les parece conocido de alguna parte.
Y, sin embargo, no se atreven a preguntarle:
¿Quién eres tú?
Juan es el primero que ya en seguida, al principio le reconoce desde la barca.
Pedro reacciona espontáneamente y también irreflexivamente.
Pero cuando después todos ellos se hallan delante del ‘extranjero’ están todos ellos de nuevo inseguros:
¿Cómo puede ser esto? ¿Su Maestro fue crucificado y enterrado?
Y ahora ¿¿¿vive??? ¿Cómo es esto? Esta escéptica pregunta permanece –
también después de ambos encuentros con el Resucitado en Jerusalem:
¿Es él? O ¿no es él?
En alguna parte, en su corazón estaban seguros:
Sí ¡es él!
Pero nadie se atrevía a preguntarle.

Lo dicho: Una situación totalmente cotidiana,
que la mayoría de nosotros ya hemos experimentado
de forma parecida.
Aquí se refuerza por el escepticismo:
¿Cómo puede ser esto? ¿¿¿Un muerto de nuevo entre los vivientes???
¡También este escepticismo es diario y más que comprensible!

¡Este relato pascual es para mí el más querido de todos!
¡No me confronta con un suceso casi incomprensible que sucedió hace aproximadamente dos mil años!
Cuenta más bien un encuentro en medio de lo cotidiano que –con ligeras variaciones- podría estar hoy también en mi vida cotidiana:
¡En el centro de mi vida cotidiana también puede Él,
el Resucitado, encontrarse conmigo!
¿Yo Le reconocería?
Recuerden ustedes la palabra de Jesús, que precisamente transmite Juan:
“Yo soy el Buen Pastor;
Yo conozco a los míos y los míos me conocen a Mí.” (Jn 10,14)
Naturalmente Él me conoce,
como reconoció entonces en el lago a los discípulos,
mucho antes de que ellos le hubieran reconocido.
Pero ¿yo también Le reconozco a Él?
¿Yo Le conozco así porque Le reconocería en un inesperado encuentro en la vida diaria?
¿Tengo al menos aquel vago presentimiento de los discípulos:
¿Podría verdaderamente ser Él?

¿Cuántos encuentros pascuales con Él en la vida diaria –probablemente los tenemos todos- sencillamente no he percibido?
¡Aprovechemos esta pregunta en esta semana?

Amén
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