Homilía para el Tercer Domingo
de Cuaresma (A)
15 Marzo 2020
Lectura: Ex 17,3-7
Evangelio: Jn 4,5-42 (¡abreviado!)
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
El domingo pasado la luz de la Transfiguración de Jesús permitió entrever la Luz de la mañana de Pascua:
Luz en la obscuridad de los presentimientos de la muerte,
en el camino hacia Jerusalem.
Hoy habla Jesús del “agua viva” que Él da
y que se convierte en fuente que sale a borbotones, cuya agua regala ¡la Vida Eterna!
También vemos aquí el contraste con la experiencia actual de los seres humanos:
entonces como hoy están sedientos de una vida,
que merezca este nombre,
de una vida plena y feliz,
de una vida que silencie toda la nostalgia humana.

¡Ciertamente no conocemos la sed auténtica!
En un día cálido percibimos algo aproximado a la sed,
pero ésta se apaga de inmediato y sin problemas:
El agua llega a nosotros de forma muy sencilla
por la cañería.
Y además hay una desconcertante variedad de bebidas, que apagan la sed.
“¡Qué bueno tener sed, habiendo cerveza!”
Este slogan publicitario lo dice casi todo.
Lo que acaso “reconocemos”, aunque verdaderamente no entendemos, lo experimentó el pueblo de Israel existencialmente en su peregrinación por el desierto:
Sed y falta de agua – de esto se trata en la existencia.
El agua cristalina de la roca se convierte, dicho al pie de la letra, en vida que dona agua
y Dios. que hace manar esta agua de la roca,
se convierte de nuevo en el Dios de la Vida para el pueblo que aún murmura.
La referencia actual de esta Lectura salta a la vista:
Casi diariamente leemos o escuchamos,
que innumerables seres humanos y sobre todo niños
en todo el mundo no sólo padecen hambre sino sobre todo sed.
Leemos y escuchamos esto, pero ¿tiene también consecuencias para nuestra actuación caritativa y sobre todo política?

Ya la Lectura del Éxodo esboza además
una profunda dimensión del entendimiento:
No es casualidad que Moisés por orden de Dios
hiciera brotar una fuente de la roca del Horeb.
El Horeb es aquella montaña de Dios,
en la que Dios ofrece a Su pueblo la instrucción de la Torá.
La Palabra de Dios es, por tanto, la verdadera fuente de la Vida.

Un versículo de un salmo aclara este sentido más profundo de aquella escena en el Horeb:
“Como el ciervo está sediento de agua fresca,
así mi alma está sedienta de ti, Dios mío.
Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo.”
Salmo 42,2

También en el Evangelio se trata en primer lugar de una sed totalmente real:
Jesús se sienta en el pozo de Jacob
porque está exhausto y sediento.
Ciertamente la historia que Juan ha presentado,
se vuelve inmediatamente una interpretación figurada de la “sed”:
Esboza la situación concreta de aquella mujer,
con la que Jesús entra en diálogo en el pozo de Jacob.
Jesús la hace consciente en un diálogo muy sensible
de que ella está sedienta sobre todo de vida.

Ella ha vivido –como muchas personas hoy-
con relaciones cambiantes,
y también su relación actual
es algo así como una “pareja temporal”.
En el diálogo con Jesús se abre
sobre lo mucho que padece por una insaciable sed de vida y por una profunda nostalgia de amor en plenitud.
Como con una “varita mágica”
Él hace surgir en el centro de su reseca vida,
una fuente que silencia toda su nostalgia.

A la luz de este Evangelio podríamos también contemplar con ojos nuevos los muchos cambios actuales de parejas:
¿Quizás también hoy se oculta,
detrás de estos continuos cambios de pareja,
la insaciable sed de felicidad,
de amor sin límites,
de una vida en plenitud?

Quizás podríamos las personas también hoy
-cuando se embarcan en el encuentro con Jesús-
hacer la experiencia que hizo esta mujer en
el pozo de Jacob:
Hay una posibilidad,
de callar la auténtica sed de vida.
Puede terminar con la insuficiente precipitación
de felicidad existencial.

¡Podemos vivir de forma verdadera!
¡Ser una persona auténtica!
Ser nosotros mismos fuente
que también a otros regala nueva vida.
Junto con ellos vivir una vida,
que merezca este nombre.

Ciertamente esto expresa la palabra clave de Jesús en el Evangelio:
“Si conocieras el don de Dios,
y quien es el que te pide de beber,
le pedirías tú,
y él te daría agua viva.
Quien beba de esa agua que él dará
nunca más tendrá sed;
más bien el agua que Yo le daré
se convertirá en él en una fuente que mana,
cuya agua dará la Vida Eterna.”

La mayor parte de nosotros está bien en general
con su  vida, pero ¡tampoco más!
Tenemos que admitir que también nosotros
–como la samaritana-
tenemos una nostalgia indefinida,
una nostalgia, una sed,
que nosotros mismos no podemos silenciar.

El Evangelio expresa esto así:
El agua, que bebemos diariamente,
tenemos que sacarla trabajosamente de la fuente,
pero resuelve nuestra sed poco tiempo.
¡El agua de este mundano no nos puede nunca bastar!
Tenemos una sed, una nostalgia que es más profunda que cualquier fuente.

La nostalgia, aceptada sin reserva,
no tiene que justificarse,
nada tiene de aduladora,
a nadie –tampoco uno mismo- tiene que engañar.
¡La nostalgia de una vida en plenitud
sólo Dios la puede llenar!
¿Dónde podemos encontrar esta fuente de la Vida?

Jesús nos espera en la fuente.
Nos conoce como conocía a la samaritana.
Él conoce nuestra nostalgia de una vida en plenitud.
Nos libera de la verdad sobre nosotros mismos.
Él hace posible que seamos sinceros frente a nosotros mismos para liberarnos de falsas normas
y del temor a nosotros mismos.

Así Él nos puede dar agua
que se convierta en nosotros en una fuente,
cuya agua fluye para la vida eterna.
Vayamos hacía Él con nuestros cántaros vacíos,
quebrados y pidámosle: “¡danos qué beber!”

Amén.
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