Homilía para el Segundo Domingo
de Cuaresma, ciclo litúrgico (A)
8 Marzo 2020
Evangelio: Mt 1- 9
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
En esta época del año las personas esperan
con nostalgia la primavera.
No por casualidad los cristianos estamos
simultáneamente en el camino hacia la Pascua.
Y ciertamente durante este tiempo lleno de esperanza, la Iglesia deja vislumbrar en el Evangelio del segundo domingo de Cuaresma algo de la luz creciente de la primavera venidera y, sobre todo de la resplandeciente luz de la mañana pascual.

Poco antes Jesús les había aclarado a Sus discípulos
que Él debía ir a Jeusalem y allí padecer mucho a causa de los ancianos, el Sumo Sacerote y los escribas.
Finalmente Él incluso moriría, pero al tercer día resucitaría a la Luz de una nueva vida (Mt 16,21 ss)
Jesús responde contra la protesta de Pedro
con palabras muy serias:
“Quien quiera ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme.
Pues quien quiera salvar su vida, la perderá;
pero quien pierda su vida por mi causa, la ganará.”

Probablemente esta tenebrosa apreciación desencadenó entre los discípulos decepción y abatimiento.
A este depresivo estado de ánimo responde Jesús,
invitando a Pedro, Santiago y Juan
a subir con Él a una alta montaña.
Allí experimentan Su Transfiguración
como una luz resplandeciente en su tenebrosa melancolía.

Merece la pena observar un poco más de cerca
este relato de la Transfiguración de Jesús
que los discípulos pudieron presenciar.
Quizás pueda ser también una ayuda para nosotros
en momentos y tiempos obscuros de nuestra vida y de nuestra fe.

Contemplado muy superficialmente, Jesús conduce a Sus discípulos por un día fuera de su vida diaria actual, que se confronta con la creciente enemistad de su entorno, fuera de una vida diaria,
en la cual amenazan cada vez más nubes obscuras.

En la montaña, experimentan algo así como un “milagro luminoso”:
Ante sus ojos su amigo y maestro se transforma;
“Su Rostro resplandecía como el Sol y sus ropas eran de un blanco resplandeciente como la Luz.”
Se me ocurre de forma espontánea que los psicólogos de hoy en situaciones depresivas comparables recomiendan
descansar un día para cambiar el entorno,
p.e. emprender una excursión y sobre todo
para cargarse de sol.
Jesús, en todo caso, parece haber sido
un buen psicólogo.

Pero Su “terapia” conduce claramente a regiones más profundas.
Él abre, por así decirlo, el cielo,
como ya sucedió en el Bautismo del Jordán.
La “nube resplandeciente” –como tan a menudo en la Sagrada Escritura- corresponde al propio Dios.
“Luz divina” transforma a Jesús de modo maravilloso:
Él mismo resplandece en esta Luz
y Dios Le confiesa –como ya sucedió en el Jordán:
“Éste es mi Hijo amado, en el que pongo mis complacencias; debéis escucharle.”

El mensaje alentador en el camino hacia la Pascua suena:
¡No os extraviéis en todas las obscuridades del camino!
¡La “Luz divina” penetra también en la noche más obscura!
“¡No temáis!”

Con una mirada bíblica aparece la “alta montaña”
de la Transfiguración como el nuevo Sinaí,
en el que Dios se manifestaba a Su Pueblo
y renovaba Su Alianza con Israel.
Además confirma la Presencia de los antiguos profetas Moisés y Elías la fidelidad de Dios
a través de todas las épocas hasta después del Gólgota y más allá de la obscuridad de nuestra época.
Además unen los profetas tanto para los discípulos
como también para nosotros la historia de Dios con los seres humanos del primer y del segundo Testamento
en una unidad inseparable:
El Dios de Israel es el Dios de Jesucristo y también nuestro Dios.
Podemos confiar en Su fidelidad, en Su Luz y en Su ayuda,
del mismo modo que Israel también confió en Él.

Finalmente desaparece la grandiosa Luz,
y el Hombre Jesús de Nazareth vuelve a estar solo
con Sus discípulos: “¡Levantaos y no tengáis temor!”
El misterio de la divinidad es siempre fascinante y consolador,
como también tremendo y amenazante. 
Por eso podemos encontrar a Dios en el Hombre Jesús de Nazareth:
En Él, Dios se ha hecho uno de nosotros.
Él libera nuestra imagen de Dios de lo amenazante
y nos quita, como hizo con los discípulos en la alta montaña, el temor y nos endereza.

El Evangelio de este domingo,
el relato de la Transfiguración en el Tabor,
permite a los discípulos y también a nosotros
ver a este Jesús en otra y continua nueva Luz.
Una de nuestras canciones familiares lo formula así:
“… verdadero ser humano y verdadero Dios,
ayúdanos en todo padecimiento
y sálvanos del pecado y de la muerte.”
Por tanto estamos con Él en el camino hacia la Pascua.

Amén.
www.heribert-graab.de
www.vacarparacon-siderar.es