Homilía para el Domingo Tercero
de Cuaresma, ciclo litúrgico (C)
24 Febrero 2019
Lectura: Ex 3,1-8a.10.13-15
Evangelio: Lc 13,1-9
Autor: P. Heribert Graab S.J.
El Evangelio informa sobre dos acontecimientos,
que también hubieran tenido valor en nuestros medios hoy con grandes titulares:
Entonces Pilatos había cometido un sensacional asesinato político con un grupo de galileos.
Y aproximadamente en el mismo tiempo fueron aplastadas dieciocho personas
por el derrumbamiento de una torre de Siloé en Jerusalem.
A consecuencia de estos hechos se desarrolló – como también se acostumbra hoy- una discusión: ¿¿¿Quién fue culpable???

Este debate público Jesús lo une a la pregunta:
¿Pensáis que estos galileos o
las víctimas del derrumbamiento de la torre
eran responsables de su muerte?
“No, al contrario” dice Jesús,
“¡todos vosotros pereceréis lo mismo, si no os convertís!”

Pienso que nos podría dar que pensar mucho a nosotros si transmitiésemos la reacción de Jesús
a los titulares de nuestra época.
Todos ustedes recordarán todavía el derrumbamiento
de una fábrica textil en ruinas en Bangladesch hace cinco años.
Un titular en el periódica decía:
”El número de muertos en Bangladesch asciende a más de mil”.

¿Quién era culpable?
Jesús quizás hoy haría la contrapregunta:
“¿Creéis verdaderamente
que las sencillas trabajadoras textiles eran ellas mismas culpables de su muerte?
O ¿creéis
que sólo se puede echar la culpa a los ejecutivos de aquella fábrica?”
“No, al contrario” respondería probablemente Jesús:
“¡Todos vosotros pereceréis lo mismo, si no os convertís!
¡Si vosotros no os convertís finalmente del intento
de comprar vuestra ropa tan barata como sea posible,
sin pensar en cómo estos precios tan baratos se consiguen¡”

O piensen ustedes sobre el derrumbamiento del archivo histórico de Colonia.
¡Esto sucedió exactamente hace diez años!
Y aún no se ha aclarado definitivamente la cuestión de la culpabilidad.
En este caso quizás Jesús diría también:
“¡Esto os alcanzará a todos vosotros en algún momento si no os convertís!”
¡Barred la puerta de vuestra casa!
Ahí también hay cantidad de “chapuza”,
privada o profesional, tanto en lo pequeño como en lo importante, con consecuencias también para vuestro entorno.
Y todo esto con el lema:
¡Esperamos que nadie se dé cuenta!

Todavía un tercer ejemplo (de los muchos posibles):
El viernes de hace una semana fueron asesinadas en Christchurch (Nueva Zelanda)
cincuenta personas en un atentado terrorista en una mezquita.
El asesino fue cogido rápidamente.
Pero ¿sólo él era el culpable?
En Nueva Zelanda en muy poco tiempo
fueron claramente intensificadas las leyes de armas.
Naturalmente en este atentado escrupulosos productores y traficantes de armas
son cómplices en medida elevada.
¿Con esto se resuelven todos los problemas?
Jesús también dice: “¡No, por el contrario,
todos vosotros pereceréis lo mismo,
si no os convertís!

¿Y aunque Nueva Zelanda esté verdaderamente lejos, muy lejos?
“Sí, verdaderamente, todos vosotros” probablemente insistiría Jesús.
Nada se pone por delante a
que ciertamente estas pequeñas armas mortales,
sobre todo producidas en Alemania,
desde aquí en gran parte se vendan de forma incontrolada a todo el mundo.
De esto dependen “nuestros” puestos de trabajo;
aquí (y en la exportación de armas en general) se genera una parte importante de nuestro producto nacional bruto;
y de ello vivimos todos nosotros -¡queramos o no!

Por tanto, todos estos ejemplos actuales
-precisamente como los ejemplos del Evangelio-
dejan claro que todos nosotros de múltiples modos
estamos implicados en las más grandes conexiones de culpabilidad;
todos nosotros tampoco podemos destacarnos por nuestra corresponsabilidad;
todos nosotros tenemos que “cargar con la culpa” sí o sí.
Jesús lo expresa así:
¡todos vosotros pereceréis lo mismo,
si no os convertís!

Por tanto en la primera parte se trata del conocimiento de todo esto en Cuaresma continuamente.
La segunda parte el mensaje de esta época es,
sin embargo, aún más importante:
es el alegre mensaje de la misericordia del Señor, que se traza como un hilo rojo a través tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
De esta misericordia de Dios se trata también en la Lectura de hoy:
“Yo he visto la miseria de mi pueblo
y he escuchado sus quejas.
Conozco su sufrimiento.
Voy a bajar para librarlos de los egipcios,
para sacarlos de esa tierra,
para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa,
en una tierra que mana leche y miel.
Yo soy “El que soy”.
Este es mi nombre para siempre,
así me llamaréis de generación en generación.”

Conforme a esto el Salmo responsorial de hoy anuncia:
“Alaba al Señor, alma mía,
y no olvides el bien que te ha hecho:
Él te perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
Él salva tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.”

Amén.
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