Homilía para el Domingo Segundo
de Cuaresma, ciclo litúrgico (C)
10 Febrero 2019
Evangelio: Lc 9,28b-36
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Sugerencias para esta homilía de „Pueblo de Dios“ 3/2019 (Reinhold Walter)
En la anunciación bíblica,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento,
las imágenes de la Creación y la naturaleza
juegan un papel totalmente central.
Esto también es válido para los paisajes.
En los textos de la Escritura del domingo pasado
por ejemplo, el “desierto” tuvo una importante función también en cuanto al contenido
para la anunciación, para el mensaje nuclear de los textos, por tanto.

Hoy está en el punto central del Evangelio una montaña, el monte Tabor de Galilea.
Precisamente se trata de una montaña destacada,
que se yergue varios centros de metros sobre el paisaje circundante.
Y también esta montaña es un elemento especial del propio mensaje.

No es por casualidad que también hoy los paisajes montañosos
y especialmente las montañas destacadas
sean metas del turismo.
Cuando ustedes mismos han hecho ya excursiones a las montañas
o también han pasado allí sus vacaciones esquiando,
probablemente ustedes han experimentado
lo fascinante que puede resultar este paisaje
y también algunas montañas en particular.

No es sorprendente que en todas las religiones
las montañas sean vistas como lugares de los dioses.
Piensen por ejemplo en el Olimpo,
la montaña de los antiguos dioses griegos,
o también en muchas montañas de Alemania,
que en épocas antiguas estuvieron consagradas a Júpiter.
La mayoría de ellas, después de la cristianización, fueron consagradas al arcángel Miguel.
Hoy se encuentran arriba de estas montañas capillas a San Miguel.
En casi todas las cumbres de los Alpes fueron erigidas por cristianos cruces de montaña.
Y en el verano turistas secularizados se sienten atraídos por las Misas en las montañas.

Como sucede en general con la naturaleza, así nos anuncian sobre todo las montañas,
la grandeza y la gloria del Creador.
Ellas nos invitan a detenernos
para dar gracias a Dios y adorarle.

También en la Biblia se nos ponen ante los ojos montañas elevadas
como lugares de los dioses y, sobre todo,
como lugar del único Dios de Israel.
Así fue, por ejemplo, el Carmelo originalmente
un lugar de culto a Baal.
Por medio de la actuación del profeta Elías se convirtió en un lugar de veneración a YAHWE.
La montaña de Dios más famosa de Israel fue naturalmente el Sinaí.
Allí se apareció la gloria de Dios a Moisés y le entregó la Torá como Ley fundamental de la Alianza
entre Dios y Su Pueblo elegido.

Después, más tarde el imponente monte Sión  adquirió con mucho el significado más grande
y se convirtió en montaña del Templo y
morada de Dios en medio de Su pueblo.
El Salmo 98 vitorea al monte Sión con estas palabras:
“Grande es el Señor y digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios.
Su montaña santa sobresale magníficamente;
es la alegría de todo el mundo.”
La ciudad de Dios sobre el Sión –
es también la ciudad de Jesús.
Durante toda Su vida Él camina hacia allí.
Finalmente Él entró en “Su” ciudad sobre el monte
montado en un asno en lugar de sobre el caballo de los poderosos de este mundo.
Allí llega Su vida terrenal a la meta y a la plenitud
en la Cruz y en la Resurrección;
y también esta plenitud de Su vida
sucede sobre una montaña, sobre el Gólgota.

Quien ya alguna vez ha escalado por sí mismo
una montaña, en lugar de con un teleférico,
sabe que las montañas nos desafían,
que, eventualmente, incluso nos descubren nuestros límites.
Cuando nos aventuramos en un tour de montaña,
por regla general no hay ningún paseo;
más bien se trata con frecuencia de la “totalidad”.
Esto hace que una excusión de montaña sea imagen de nuestra vida y del desafío que representa nuestra vida para nosotros.
En la vida de Jesús este desafío está subrayado
por unas montañas en particular, que se convirtieron en los puntos culminantes de Su vida:
    El monte de la tentación.
    El monte que dio nombre a Su programa vital: “el Sermón de la Montaña”.
    El monte de la Transfiguración.
    El Monte de los Olivos como lugar de temor existencial.
    Y finalmente el monte Gólgota, en el que la muerte y la resurrección para Él mismo y también para nosotros se trató como “totalidad”.

Cuando Jesús habla de la ciudad sobre la montaña y dice, que no podría permanecer oculta,
entonces tiene ante la vista naturalmente a Jerusalem
y sobre todo el monte Sión.
Él habla en estas imágenes del Reino de Dios y
nos ve como habitantes de esta ciudad de Dios
sobre el monte,
que no puede quedar oculta.
Pues nuestra luz debe iluminar ante los seres humanos para que se vean nuestras buenas obras
y alabemos a nuestro Padre en el cielo.
(cf. Mt 5,14-16)

Todas Estas conexiones y con ellas el núcleo del mensaje de Jesús se anticipan en el acontecimiento de la transfiguración en el monte Tabor.
Este acontecimiento se puede comprender como promesa del que va a venir y como preparación de los discípulos para este futuro,
y naturalmente también como estímulo en el camino hacia allí.

Hasta entonces nunca había irrumpido así la intensidad de lo divino
como Luz grandiosa en la vida de los discípulos.
Ellos perciben: Aquí se trata verdaderamente de la ‘totalidad’,
aquí se transforma no sólo la percepción de su Maestro,
aquí más bien se transforman ellos mismos.
Vuelven a su vida cotidiana:
permanecen ciertamente como ellos mismos – también con sus debilidades…
y, sin embargo en esta montaña se han convertido en seres humanos nuevos,
que finalmente por servicio a Jesús y a Su mensaje salen a todo el mundo
e incluso arriesgan su vida por Él.

Nuestra propia vida es algo así como una excursión a una montaña o a un valle.
Aquí se presenta la pregunta por los puntos fundamentales de nuestra vida:
    ¿Cuáles son verdaderamente los puntos clave de nuestra vida?
    ¿Qué destacan estos puntos clave de los bajos fondos de la vida cotidiana?
    ¿Me aportan estos puntos clave experiencias de lo divino, experiencias de la cercanía de Dios?
    ¿Significan para mí nueva esperanza y ánimo?
    ¿Me transforman?

Con estas preguntas, que resultan del Evangelio de hoy, desearía despedirlos hasta la semana que viene.

Amén
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