Homilía para el Domingo Séptimo de Pascua del ciclo litúrgico B
13 Mayo 2018
Evangelio: Jn 17,6a.11b-19
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Según propuestas del año 2000
“Mundo” puede significar mucho y diferente,
agradable e incluso entusiasta.
Pero desgraciadamente también algo alarmante.
¿qué les evoca a ustedes el término “mundo”?

Silencio

En el Evangelio de Juan se halla un contraste afilado:
Por una parte, Juan ve a los que pertenecen a Jesús:
A los que el Padre Le ha dado.
Los que creen en Jesús y en Su revelación
y los que guardan Su palabra.
Por tanto, los que permanecen en comunión con Jesús.
Al mismo tiempo, aquellos por los que Jesús intercede ante el Padre
y a los que Él envía el auxilio, al Consolador.

Por otra parte, el “mundo” es para Juan:
El mundo cerrado en la increencia.
El “mundo”, que colma de odio a los discípulos de Jesús.
El “mundo” que está bajo el poder del mal y
se caracteriza por la increencia, la mentira y el odio.

¿Pueden ustedes comprender esta mirada negativa del “mundo”?
¿No obscurece esta mirada negativa demasiado el “alegre mensaje” del Evangelio y generalmente de la Biblia?
Silencio
También hoy se oye aquí y allí: “¡El mundo es malo!”
Detrás de este modo de suspirar se hallan la mayoría de las veces malas experiencias.
En el segundo plano del Evangelio de Juan están las experiencias de la comunidad, para la que fue escrito el Evangelio:
Ésta se comprende a sí misma como un grupo de amigos de Jesús y, por este motivo, experimenta a su alrededor una sociedad que está frente a ellos hostilmente hasta la muerte.
Yo puedo imaginarme que grupos de cristianos perseguidos también hoy se distancien de este mundo lleno de odio.
Y además también nuestros periódicos nos suministran diariamente para hablar del “mundo malo”.

¿Ustedes se podrían aplicarse a sí mismos este “nosotros-no-somos-de-este-mundo?
¿O diferenciarían eventualmente esta declaración del Evangelio de Juan de una forma personal.

Silencio

Desde mi punto de vista personal,
que es, en este caso, el tradicional católico,
este mundo es sobre todo:
* creado por Dios y bien creado;
* salvado por Jesucristo y sumergido en la luz pascual;
* y a pesar de todo el mal que causan los seres humanos, en absoluto tan enteramente pervertido
que no quede nada de su brillo y de su belleza
como regalo de Dios para nosotros.
Quizá esta mirada positiva básica nos lleve a comprender el lamento (con frecuencia del todo autorizado) continuamente y también ahora en el silencio.

Silencio

Pero, por otra parte, debiéramos también preguntarnos, si nosotros como cristianos no nos identificamos demasiado con partes malas de los desarrollos de este mundo
y también con la increencia práctica,
que se extiende cada vez más en este mundo.
Debiéramos preguntarnos
hasta qué punto nosotros como individuos y quizás como Iglesia nos hemos dejado contaminar
por los criterios y valores muy problemáticos
de este mundo.
Por ejemplo, probablemente una idea de la tolerancia mal entendida ha conducido a que en nuestro mundo no sólo se haya apreciado a las personas increyentes como personas,
sino que además todo es igualmente válido.
Y lo que es igualmente válido es al final también indiferente, por tanto igual.

Silencio

Por este motivo merece la pena echar nuevamente una mirada al Evangelio de San Juan, que dice:
vivimos como cristianos aunque en el mundo.
Y aunque nosotros como cristianos no somos del mundo, tenemos responsabilidad con este mundo
y, no sólo, en un sentido ecológico.
Jesús ora al Padre:
“Como Tú me enviaste al mundo,
así también yo los envío a ellos al mundo.”
“El mundo debe creer que Tú me enviaste.”
El mundo debe llegar a creer por el modo convincente e incluso apasionante,
con el que nosotros como cristianos vivimos en este mundo.
Visto así, hay también en el Evangelio de Juan
una perspectiva absolutamente llena de esperanza
para el mundo alejado de Dios.

Un significativo exegeta de nuestros días, Gerhard
Lohfink, ha parafraseado así nuestra conjunta responsabilidad como cristianos con este mundo;
como comunidad cristiana e Iglesia debemos y podemos ser en el seguimiento de Jesús una forma de “sociedad de contraste” en medio del mundo,
para que el mundo pueda tomar medidas y así corregir sus propios criterios.

Amén.
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