Homilía para el Tercer Domingo de Pascua (B)
15 Abril 2018
Evangelio: Lc 24,35-48
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Lleno de alegría he celebrado continuamente sobre todo en la noche de Pascua la Resurrección del Señor,
Su victoria sobre el dominio de la muerte en este mundo.
Ciertamente este año salió para mí de la celebración de la noche de Pascua una nueva fuerza de fe pascual.
Estoy convencido de poder vivir largo tiempo de esta fuerza de fe renovada.

Pero al mismo tiempo sé que en nuestro mundo occidental secularizado, muchas personas desde hace mucho tiempo consideran la fe cristiana en la Resurrección una travesura anticuada y supersticiosa.
Y también a creyentes cristianos se les hace muy difícil la creencia en la resurrección de los muertos.

Pero evidentemente la fe en la Resurrección no es en primer lugar un problema para personas de una época marcada por las ciencias modernas.
Incluso las primeras discípulas y discípulos de Jesús estaban profundamente convencidas y convencidos por la experiencia diaria de que el muerto está muerto.
Por ejemplo, con este convencimiento llegaron las mujeres en la mañana de Pascua a la tumba de Jesús para dominar con óleos aromáticos el olor a putrefacción-
una última acción amorosa a su Maestro muerto,
y, al mismo tiempo, también una expresión
de que tienen por inevitable Su destino.

Pero, ellas constatan que la tumba está vacía.
En lugar del muerto, ven a un hombre joven con vestiduras blancas
y escuchan su increíble mensaje:
“Buscáis a Jesús de Nazareth, el Crucificado.
Él ha resucitado y no está aquí.”
Y continúa: “Decid a Sus discípulos, sobre todo a Pedro que Él os precederá en Galilea; allí le veréis como Él ha dicho.”

Con la comprensible, también hoy, reacción de las mujeres termina (¡!) el relato del Evangelio de Marcos:
“Ellas salieron huyendo del sepulcro,
llenas de temor y asombro
y no dijeron nada a nadie por el miedo que tenían.”

Precisamente ¡este último versículo del Evangelio pascual de Marcos está suprimido en el Evangelio que se lee la noche de Pascua! ¿¿¿Por qué???
¡Ciertamente este final del Evangelio de Marcos podría provocar la reflexión y la discusión sobre el mensaje de Pascua!

Hoy vuelvo sobre la noche pascual,
porque el Evangelio de este tercer domingo
precisamente habla del temor y espanto de los discípulos y de su increencia, cuando el propio Resucitado aparece en su centro.
Aunque intenta convencerlos, se asombran, pero ¡tampoco pueden creer!

Entonces el Señor incluso les ofrece ‘demostraciones’
- de la misma forma que Él les hablaría a personas de hoy marcadas por la ciencia.
Pero como tampoco estas ‘demostraciones’  son clarificadoras,
el Evangelio sugiere: ¡Tales ‘demostraciones’ no consiguieron nada de nada!

El Resucitado pone sobre todo la fuerza en abrir los ojos a Sus discípulos para que comprendan la Escritura.
Ciertamente esto Él ya lo había hecho en Su encuentro con los discípulos en el camino de Emaús:
“¿No comprendéis?
¿Cómo os resulta tan difícil creer todo lo que podéis leer en la Escritura?”
Después de que se les abrieron los ojos en la comida con el Maestro
se dijeron uno a otro:
“¿No es verdad que ardían nuestros corazones
cuando Él de camino nos explicaba la Escritura?”
Tampoco a nosotros, por regla general, nos cae de repente, por así decirlo, la fe en el Resucitado.
Pero yo saco de los textos pascuales de la Sagrada Escritura sobre todo tres accesos para la fe pascual:

En primer lugar debiéramos ponernos en camino con Jesús,
con la confianza de que Él nos abrirá durante el camino el sentido de
los textos tanto del Primero como del Segundo Testamento.
Pero también porque ya en la mañana de Pascua las mujeres en la tumba vacía y mediante ellas también las otras discípulas y discípulos de Jesús son enviados a un camino:
“Él os precederá en Galilea,
allí Le veréis, como Él ha dicho.”
Para “ver” al Resucitado,
para llegar a una fe pascual
y para hacer las experiencias de Pascua, como los discípulos,
tenemos que ponernos en un camino (eventualmente más largo).

Después se dice en la orientación del ángel: “Él os precederá”.
En segundo lugar, me parece que es importante para nuestra fe pascual:
Jesucristo nos precede, va delante de nosotros,
Él nos encuentra en el futuro en nuevas tareas y
de nuevo en las tareas antiguas.
en nuevas personas y de nuevo en personas antiguas
y en un nuevo día en una tierra nueva y ¡bajo un nuevo cielo!
Quizás estemos apegados –como también la Iglesia-
demasiado al pasado.
Con Su Resurrección, Jesucristo ha dejado tras de sí
Pasión y Cruz.
¡Con Su Resurrección comienza lo nuevo!
¡Él nos precede!

En tercer lugar, debiéramos poder dejar que el Resucitado nos abriese los ojos en la celebración del banquete,
al que Él también nos invita continuamente.
No por casualidad,
el banquete juega un papel decisivo en todos los encuentros
pospascuales de Jesús con Sus discípulos:
En Emaús, En Jesrusalem y más tarde también en el lago de Genesaret.
Celebrando hoy este banquete,
nos dejamos inspirar por el alegre mensaje:
¡Cristo ha resucitado!
¡Él vive! ¡Él vive en medio de nosotros! ¡Aleluya!
Y en esta celebración y además hasta en nuestra vida diaria,
también podemos ser testigos del mensaje pascual:
¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!


Amén.
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