Homilía para el cuarto Domingo de Pascua (C)
17 Abril 2016
Lectura: Ap 7, 14b-17
Evangelio: Jn 10,27-30
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La visión de la que se habla en la Lectura
nos coloca ante la vista una gran multitud de personas de todas las naciones y estirpes,
gentes de todos los pueblos y lenguas, que nadie podía contar.
Se dice de ellos:
”Son los que vienen de la gran tribulación”
Vienen de este mundo concreto, de la ‘realidad vieja’, que está marcada por el egoísmo, la codicia,
la competencia  y la violencia.
Muchos de ellos han tenido que experimentar ya en esta época temprana las primeras y sangrientas persecuciones a consecuencia de su fe en Jesucristo.

La visión descrita genera un gran arco,
que abarca todas las épocas venideras
hasta el fin de los tiempos,
y así hasta la plenitud de aquella salvación completa, que Jesucristo realiza para la salvación de la humanidad y de todo el mundo.
Ahora se hace visible, quien triunfa con la victoria:
Precisamente los que vienen de la gran tribulación
y los que han confesado a Cristo en todas sus adversidades.
Ellos están vestidos con las ‘vestiduras blancas’ de la pertenencia.
Llevan en sus manos la palma, el antiguo símbolo de la victoria y, por tanto, toman parte en la victoria de Cristo crucificado sobre los poderes y las violencias del mundo ‘viejo’.

Silencio

Ahora es obvio naturalmente para algunos
la tentación de descartar un texto tal como ‘promesa vana’ para el más allá.
Sin embargo, debiéramos considerar en este contexto el mensaje de Jesús del Reino de Dios venidero.
En el Apocalipsis de Juan se trata de esta plenitud
que, naturalmente no ha llegado aún.
Y, sin embargo, el Reino de Dios despunta ya aquí y ahora.
Mientras tanto hay que descubrir dónde y en qué situaciones experimentamos ya algo de esta vida  del Reino de Dios venidero o por lo menos lo podemos vislumbrar.

La Lectura del domingo de hoy describe muy concretamente lo que caracteriza el Reino de Dios perfecto:
“Ya no sufrirán hambre ni sed,
ya no les molestará el sol ni bochorno alguno,
porque el Cordero que está en medio del trono
los apacentará y los guiará a manantiales de los que brota el agua de la Vida y Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos.”

Por tanto, así sucederá cuando el Reino de Dios se haya hecho realidad en su plenitud.
Pero ya en Su época, Jesús ha vivido esta visión,
Apacigua el hambre y la sed, cura enfermedades,
limpia las lágrimas de los ojos de muchas personas
y conduce a muchos a aquellas fuentes,
en las que mana el agua de la Vida.
Hoy los discípulos y las discípulas de Jesús,
de forma consciente o también inconsciente, prestan estos servicios a sus prójimos
y, de este modo, hacen crecer el Reino de Dios.
Si abrimos los ojos, lo veremos.
Y quizás entonces también nosotros mismos
contribuyamos un poco para que el futuro de Dios y la salvación de Dios sea ya ahora experimentable.
Una clave para la comprensión más profunda tanto del Reino de Dios consumado como también del que ahora ya despunta es la imagen de Jesucristo como ‘buen Pastor’.
Para el Reino de Dios consumado se halla esta imagen en la Lectura:
Cristo “el Cordero, que está en el medio del trono los apacentará y los conducirá a manantiales
de los que brota el agua viva.”
Para el Reino de Dios que despunta ya hoy
hallamos esta imagen en el Evangelio de Juan:
Jesús dice de sí: “Yo soy el buen Pastor;
Yo conozco a las mías y las mías me conocen a Mí;
y Yo doy mi vida por las ovejas.” (Jn 10,14-15)
En el breve fragmento del texto que hemos escuchado hoy se desarrolla y se concreta esta imagen de Jesús:
“Mis ovejas escuchan mi voz; Yo las conozco
y ellas me siguen.
Yo les doy vida eterna.
Ellas no perecerán nunca
Y nadie las arrebatará de mi mano.”

Yo quisiera entresacar dos aspectos a los que responde la imagen del ‘buen Pastor’:
En primer lugar la protección y la seguridad
que el ‘buen Pastor’ regala a los que se confían a Él.
En segundo lugar, Él los conduce a fuentes de Vida, les regala vida en plenitud, una vida, que merece este nombre.

No pocos creyentes cristianos hallan verdaderamente en horas obscuras de tribulación, protección y seguridad en Dios, en Jesucristo.
Naturalmente no experimentan sólo apoyo y consuelo,
sino que también alcanzan confianza y fuerza para sufrir tales situaciones en lugar de hundirse en el sufrimiento y el lamento.
En todo caso, a causa de esta experiencia están alejados de considerar la fe en la promesa de salvación de Dios como ‘promesa vana barata’.
Esta seguridad que regala la fe
es por una parte un regalo de Dios,
pero por otra parte también el resultado de una búsqueda a tientas y paciente en la oración y en la meditación.

Silencio

Un segundo camino para experimentar la cercanía y la seguridad de Dios, conduce al encuentro interpersonal:
No es por casualidad que se dice:
Dios necesita sobre todo nuestras manos y nuestros pies, para ayudar a las personas de forma concreta en su necesidad y para mostrarles Su cercanía.
Seguramente no todos reconocerán a la larga
detrás del afecto y del amor humano el afecto y el amor de Dios.
Y, sin embargo, esta estrecha conexión entre
la seguridad que ofrece el amor de los seres humanos
y la experiencia de la seguridad en Dios es
un convencimiento fundamental de la fe cristiana.
El amor al prójimo y el amor a Dios forman una unidad indisoluble.
Concretamente también se dice:
Nosotros mismos comunicamos nuestra fe en Dios no sólo mediante palabras sino más bien mediante un amor vivido en acción,
que p.e. comunica protección y seguridad
y al mismo tiempo abre la verdadera fuente de la Vida a las personas de nuestro alrededor,
que en su necesidad nos necesitan.

Silencio

Finalmente aún una indicación sobre la imagen del ‘buen Pastor’, que tiene que ver algo con lo que nosotros hoy denominamos ‘competencia directiva’.
La mayor parte de nosotros – o más exactamente incluso – todos nosotros percibimos de alguna manera ‘dirección’:
En la familia, en la profesión, en la vecindad y en el tiempo libre y en la sociedad en general.
Quizás ustedes tomen como pregunta para la próxima semana:
¿Qué influjo ejerzo en mi entorno?
Y ¿hasta qué punto se refleja en mi influjo de modo consciente o inconsciente el espíritu y el cuidado amoroso de Jesucristo, el ‘buen Pastor’?.

Amén
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