Homilía para Cuarto Domingo de Pascua (B)
26 Abril 2015

Lectura: Hch 4,8-12
Evangelio: Jn 10,11-18
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Comparaciones e imágenes también son familiares para nosotros,
aunque en el mundo occidental estamos más bien acostumbrados a pensar con ideas.
También así es la Teología de la Iglesia occidental,
marcada de forma predominante por las ideas.
En el mundo de oriental, por tanto del Próximo Oriente y también en las Iglesias orientales es de forma diferente:
Allí las comparaciones y las imágenes  -también para la fe- tienen con mucho un peso mayor.
En las Iglesias del Oriente la fe cristiana se transmite de generación en generación no sólo por los catecismos, sino también por medio de los iconos y de la liturgia.
Las Iglesias orientales están claramente más cerca del mundo y de la cultura de la Biblia, y por ello también del mundo y de la cultura de Jesús, no sólo geográficamente.

Hoy tanto la Lectura como también el Evangelio
nos acercan con imágenes a este Jesús de Nazareth, el Resucitado, al que nosotros denominamos Cristo.

Pedro Le denomina en su discurso a los “jefes del pueblo y ancianos” la “piedra que fue rechazada por vosotros constructores”, pero que “fue convertida en piedra angular” y añade: “nadie más que Él puede salvar”.

Puede sorprender: Precisamente esta imagen de la ‘piedra’ tiene que ver mucho con Pascua y la Resurrección.
El propio Pedro la aprovecha para anunciar a los jefes y a los ancianos del pueblo la muerte y la resurrección de Jesús:
Vosotros le habéis rechazado como a una ‘piedra inservible’ y Le habéis clavado en la Cruz.
Pero Dios Le ha resucitado de entre los muertos
y así Le ha hecho piedra angular de un nuevo Templo para el futuro pueblo de Dios.

Pedro ha recurrido con esta imagen a la expresión familiar de un Salmo:
En el Salmo 118 se trata de un canto de alabanza del pueblo de Israel asediado por la muerte:
“El Señor es mi fuerza y mi energía” canta el salmista,
“Èl es mi Salvador”.
“La piedra que desecharon los arquitectos
se ha convertido en piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
es un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor,
sea nuestra alegría y nuestro gozo.”

Aquí no están por casualidad los mismos tonos,
que suenan continuamente en nuestros cantos pascuales.
El propio Jesús hace referencia a este Salmo
en Su parábola de los viñadores homicidas,
que quieren matar al heredero de la viña.
También Jesús se dirige con esta parábola a los jefes del pueblo y les pregunta después:
“No habéis leído la palabra de la Escritura:
La piedra que desecharon los arquitectos,
se ha convertido en la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho.”

La palabra de este Salmo es al mismo tiempo un ejemplo de lo que el Resucitado concretamente quería decir cuando les preguntó a los atribulados discípulos en el camino de Emaús:
“¿No tenía el Mesías que padecer todo esto,
para así alcanzar Su gloria?”
y les expuso “lo que decían Moisés y los Profetas”
“lo que está escrito en toda la Escritura sobre Él.”

También en otros contextos neotestamentarios
la imagen de la piedra tiene un carácter pascual.
Por ejemplo en la Primera Carta de Pedro (2, 1-10)
se habla de “piedras vivas” y esta expresión se refiere a todos nosotros como cristianos:
“Venid a Él, a la piedra viva, que fue desechada por los seres humanos, pero elegida y honrada por Dios.
También vosotros como piedras vivas vais construyendo una casa espiritual…”
Por tanto, todos nosotros estamos incluidos en el acontecimiento pascual:
Jesucristo es la piedra angular viva de Su Iglesia;
pero nosotros mismos como ‘piedras vivas’ somos llamados para incorporarnos a este Templo, es decir, a esta ‘nueva casa pascual  de Dios’, a Su ciudad,
a Su Reino, a Su nuevo pueblo de Dios y para hacer visible y dar fe del acontecimiento pascual en este mundo.

Para nosotros es más familiar que la imagen de la ‘piedra’, la imagen del Evangelio, con la que Jesús se caracteriza se caracteriza a Sí mismo como el ‘Buen Pastor´.
Ciertamente ¿quién de nosotros tiene aún una referencia personal a esta imagen del pastor?
En tiempos de Jesús la imagen del pastor era omnipresente.
En nuestro tiempo hace ya mucho que no lo es.
En la explotación moderna de animales, el pastor prácticamente no se da, por no hablar del ‘buen pastor’.
Hoy la cría de animales y la explotación masiva de los mismos no se orientan al animal, tampoco a los seres humanos como consumidores sino casi exclusivamente al beneficio.
Que un productor de carne de nuestra época está muy lejano del ‘Buen Pastor’ del Evangelio,
queda superclaro al escuchar atentamente las palabras de Jesús:
“Yo soy el buen Pastor;
Yo conozco a mis ovejas y ellas Me conocen a Mí, como el Padre me conoce y Yo conozco al Padre.
Y Yo doy mi vida por las ovejas.”

Pero ciertamente estas palabras de Jesús son
en verdad un alegre mensaje.
Dan testimonio del amor único e insuperable con el que somos amados por Jesucristo:
“Como me ha amado el Padre,
así Yo también os he amado.
¡Permaneced en mi amor!” (Jn 15,9)
El ‘conocimiento’ del Buen Pastor es un conocimiento muy íntimo y amoroso,
muy lejano de aquellos conocimientos críticos y controladores que se expresan en nuestro modo de hablar:
“¡Amiguito, te conozco!”

El ‘conocimiento’ de Jesús nos libera de todo espanto y de todo temor, que encontramos desgraciadamente siempre, también en los cristianos,
cuando se saben confrontados con Dios.
En Jesucristo, el Resucitado, nos encuentra Dios mismo, el Dios amoroso, el ‘Buen Pastor’.
A ello en verdad nos empuja el Evangelio de hoy.
Jesús dice:
“Yo doy mi vida para tomarla de nuevo.
Nadie me la quita, sino que Yo la entrego libremente.
Yo tengo poder para entregarla
y tengo poder para tomarla de nuevo.
Esta misión Yo la he recibido de mi Padre.”

Por tanto, en la mañana de Pascua es el propio Jesús el que actúa.
No es la acción liberadora del Padre la que Le libera de la muerte.
Más bien Él vence a la muerte por Su propio poder divino.
Él la vence por la fuerza del amor del Padre-
para nosotros y para nuestra liberación del poder de la muerte.
“Yo soy el Buen Pastor” y “Yo soy la Resurrección y la Vida”,
estas dos expresiones de Jesús van juntas.

Con esto queda claro:
¡También el Evangelio hoy es un Evangelio de Pascua!
Nosotros también podemos confiar en su alegre mensaje pascual.
Nuestra vida está segura en el amor divino del Resucitado, que como el buen Pastor nos conoce y se ocupa de nosotros.

Amén.