Impulsos meditativos para el Segundo Domingo de Pascua (B) 12 Abril 2015
Evangelio: Jn 20,19-31
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Los impulsos aprovechan de nuevo algunos pensa- mientos de la Homilía del año 2012.
Ante todo quisiera hoy llamar su atención sobre una ‘pequeñez’ del Evangelio de hoy,
que se describe de forma diferente y probablemente de manera más sincera en Lucas.
En Juan se dice, como hemos escuchado:
“Jesús se colocó en medio de ellos y les dijo:
¡Paz a vosotros!”
Tras estas palabras, Él les mostró Sus manos y Su costado.
Los discípulos se alegraron porque habían visto al Señor!”

Lucas lo cuenta más detalladamente:
“Se asustaron y tenían mucho miedo,
porque creían que veían un espíritu.”
Y Jesús se esforzó mucho para convencerlos:
“¡Soy Yo mismo! Tocadme y comprended:
Ningún espíritu tiene carne y huesos,
como vosotros me veis a Mí.”
Pero entonces en el relato de Lucas irrumpe la alegría:
“Se asombraron, pero todavía no podían creerlo de alegría.”

¿¿¿Les llama algo la atención???
¡¡¡Aquí la alegría llega antes de la fe!!!
Por tanto, al principio está la alegría impactante y muy natural por haber vuelto a ver al Maestro y Amigo.
Después de la obscuridad del Viernes Santo, la fe en la Resurrección crece muy despacio.
Esto se refleja en casi todos los relatos pascuales del Evangelio.
Sin embargo, es la alegría la que abre la puerta a la fe.

¿Qué papel juega en mi propia fe la alegría?

Silencio

En la Edad Media la Iglesia tenía confianza aún en la sabiduría de que la alegría prepara el camino de la fe.
Desde esta sabiduría se practicaba la risa pascual,
la ‘risus paschalis’.
En el Aleluya de nuestro canto de entrada,
todavía resuena esta risa pascual.
Quien ríe, percibe la alegría de vivir y es más receptivo al mensaje pascual,
que promete la victoria de la vida sobre la muerte.
En este sentido, del aparentemente tan secularizado
“¡Feliz Pascua!” surge un sentido totalmente más profundo:
La alegría de la vida puede abrir también a las personas de nuestra época al núcleo del mensaje pascual cristiano.

En algunas situaciones de nuestra propia vida diaria
¿experimentamos esta alegría de la vida?
¿Ponen ustedes en estos días pascuales
la alegría de la vida diaria aquí y allá en conexión
con la fe pascual?

Silencio

En la Europa del Este las personas se saludan en Pascua frecuentemente con estas palabras:
“¡Cristo ha resucitado!” y reciben la respuesta:
“¡En verdad Él ha resucitado!”
Pero es quizás más realista en un entorno secularizado, con un “¡Feliz Pascua!” creíblemente vivido y risueño, despertar la curiosidad por la causa de esta alegría:
“¡Cristo ha resucitado – Verdaderamente Él ha resucitado!”
Si nosotros por este motivo estamos llenos internamente de alegría pascual, recibe la risa pascual un segundo y más profundo sentido:
El teólogo de Tubinga Karl-Josef Kuschel opina que
la Resurrección de Cristo se puede comprender como “expresión de la risa de Dios sobre la muerte”.
Con la risa pascual hacemos coro a la risa de Dios
- como liberados del dominio de la muerte-.

En una hoja de una canción para la celebración de la noche pascual encontré delante de una semana la siguiente caricatura:
La muerte misma –con vestimenta negra y equipada con la guadaña-, entra ante el trono de Dios
y no oye otra cosa que un conciso “¡Tú deliras!”

Mi propia fe pascual ¿es también tan ‘soberana’ que teniendo delante la existencia de la muerte,
me ofrece esperanza?

Silencio

Finalmente contemplemos aún un aspecto esencial del mensaje pascual del Evangelio de hoy y del Evangelio pascual en general:
Por dos veces saluda Jesús a Sus discípulos angustiados con las palabras:
“¡La paz sea con vosotros!”
que es el mensaje pascual del Señor resucitado.

Quizás nosotros hoy debiéramos hacer muy consciente expresamente:
En todas partes donde yo abogue por la paz,
donde yo cree paz,
tanto en pequeñas cosas como en grandes,
y donde yo en el sentido de Jesús cree paz sin armas,
en todas partes donde yo viva el mensaje pascual del Evangelio;
en todas partes doy un testimonio pascual de la victoria de la vida sobre los poderes de la muerte.

Amén.