Homilía para el Domingo Quinto de Cuaresma (B)
22 Marzo 2015
Lectura: Jr 31, 31-34
Evangelio: Jn 12,20-33
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La Biblia está llena de historias malas y de ejemplos de infidelidad del pueblo de Dios.
En esto apenas se diferencia la Biblia de nuestros medios,
que tienen que informar igualmente hoy de lo malo de los seres humanos y de los pueblos,
y también de los cristianos y de sus iglesias.

Sin embargo, lo que la Biblia considera totalmente como ‘buena noticia’ y como un mensaje que produce alegría, es el hecho sorprendente
de que se aferra a pesar de todo y de toda esperanza a la convicción de la fidelidad de Dios.
Dios mismo responde con Su Alianza a los seres humanos y continuamente emprende un nuevo comienzo.

Dios tuvo que cincelar en piedra Sus ‘preceptos’ del Sinaí como documento fundacional.
Pero y aunque estos ‘preceptos’ eran al mismo tiempo algo así como una garantía de la plenitud de vida para todos los seres humanos,
el pueblo de Dios se volvía continuamente y hasta el día de hoy hacía otros ‘dioses’.
A mis ojos es fascinante la alternativa creativa y llena de fantasía de Dios, de la que hoy Jeremías hace saber:
Cuando incluso se rompen los preceptos vitales cincelados en piedra, entonces Yo los fijo en el interior de los seres humanos y los escribo en su corazón.
De forma muy semejante se halla este pensamiento de Dios en Ezequiel:
“Yo saco de su pecho el corazón de piedra y les doy un corazón de carne para que vivan según mis ‘preceptos’ – y tengan vida en plenitud.
(cf. Ez 11,19-20).
No por casualidad se denomina aquel pasaje del texto de Jeremías, del que procede la Lectura de hoy,
el “libro de la consolación”.

Ciertamente en este tiempo prepascual de conversión y cambio de pensamiento debiéramos dejarnos invitar a la reflexión sobre lo que también para nosotros hoy puede significar:
“Yo escribo los ‘preceptos’ sobre su corazón.”

Si nos hiciésemos conscientes de esto, sería realmente innecesaria la enseñanza mutua:
Reconoceríamos desde nuestro interior, por tanto, con nuestro corazón al Señor de nuestra vida y desarrollaríamos un olfato natural para lo que profundiza nuestra comunión con Dios,
como podemos configurar una vida feliz y placentera y como también nuestra vida en común puede tener éxito.
Realmente valdría la pena descubrir de nuevo los preceptos divinos profundamente en nuestro corazón,
para descifrarlos cada día de nuevo
y para llenarlos con vida.
¡Esto es posible!
Dios perdona toda culpa y todo pecado que pueda oponerse a esto y no piensa más en ello.
¡Él sólo piensa en Su futuro para todos y para cada uno de nosotros!

La ‘Nueva Alianza’ gana una nueva dimensión en la Encarnación de Dios en Jesús de Nazareth, el Cristo.
Él dice de sí expresamente:
“No penséis que he venido a abolir la Ley.
No he venido a abolirla, sino a llevarla a su total cumplimiento.” (Mt 5,17)
En este Jesús de Nazareth se hace visible y en la praxis vivida experimentable, lo que esto significa concretamente:
Los preceptos de Dios están escritos en el interior del corazón.
La vida de Jesús es desde dentro amor de Dios vivido.
El amor de Dios se ha hecho en Él carne y sangre y no capitula ante la faz de la Cruz y de la Muerte.

La palabra de Jesús del Evangelio de hoy del grano de trigo que cae en tierra y muere y sólo así da fruto abundante – esta palabra de Jesús hace referencia sin duda a Su muerte en Cruz.
Pero para nosotros mismos y para nuestra propia vida diaria, deberíamos interpretarla en un sentido amplio:
Cuando no giro alrededor de mí mismo en mi pensar y en mi obrar,
sino que mi yo lo muevo a un segundo plano
para poder tener la mirada libre para los demás
y cuando también me libero
para dar amor con pies y manos,
entonces yo mismo me convierto en el ‘grano de trigo’ que da fruto.
Más aún:
Entonces yo me encontraré a mí mismo,
me realizaré a mí mismo en mi ser humano
y, por tanto, ganaré la “vida eterna”
(= vida en plenitud).

Cuanto mejor salga esto –mutuamente y de unos para otros– con la fuerza de Dios,
tanto más se hace futuro de Dios, se hace ‘Reino de Dios’ la realidad vivida.
Entonces llega también la Alianza de Dios con nosotros los seres humanos a su plenitud ya no superable;
entonces “es derrocado el señor de este mundo” de forma definitiva.
Esta nueva y definitiva Alianza de Dios abarca a todos los seres humanos.
En el último discurso público de Jesús antes de Su muerte es importante señalar esto:
“Cuando Yo sea elevado sobre la tierra,
arrastraré a todos hacia Mí.”