Homilía para el Domingo II de Cuaresma ciclo (B)
1 Marzo 2015
Lectura: Gn 22, 1-2.9a.10-13.15-18
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
¡Esta Lectura del sacrificio de Isaac es y sigue siendo un escándalo!
Tampoco cambia nada el hecho de que el sacrificio humano se ha dado en todas las culturas, también en Europa.
Tampoco cambia nada el hecho de que el sacrificio humano incluso hoy se da en la ‘civilizada’ Europa:
Por ejemplo cuando la muerte de los soldados es señalada como ‘sacrificio mortuorio por la patria’ o como ‘el sacrificio mortuorio por nuestra seguridad’.

La historia de Isaac continúa siendo un escándalo incluso si se comprende como paso importante
de la ‘ilustración’bíblica,
por tanto, cuando se interpreta esta historia desde su final:
Como el definitivo ‘No’ de Dios a todo sacrificio humano.

Apenas ninguno de nosotros puede comprender que Dios exija de un padre el holocausto de su hijo.
¡En esta exigencia radica el verdadero escándalo!
¡El final de la historia no acaba con el escándalo!

Se dice que Dios no reclama al hijo, que Él mismo había regalado a Abraham en una edad avanzada;
más bien Dios exige de Abraham una confianza sin límites.
La propia Biblia sugiere esta interpretación:
“En aquellos días Dios puso a Abraham ante la prueba”.
Pero, por otra parte también estamos convencidos
de que ¡el fin no justifica los medios!
¿Puede Dios pasar por encima sobre este principio ético fundamental?
No podemos ni queremos comprender esto.
¡El escándalo continua!

Con palabras enfáticas Wolfgang Borchert
ha descrito este escándalo como un no poder comprender a Dios:
“¿Te gustaba estar en Stalingrado, querido Dios,
estabas bien allí? ¿cómo? ¿Sí?...
¡Oh! te hemos buscado, Dios, en cada ruina,
en todo cráter de granadas, en toda noche.
¡Te hemos llamado, Dios!
¡Hemos bramado, llorado, escapado hacia Ti!
¿Dónde estabas Tú, querido Dios? ¿Dónde estás?”

Ante el incomprensible sufrimiento, esta cuestión intriga también hoy a innumerables personas.
¿Verdaderamente puede ser que esta pregunta taladrante entonces no haya revuelto también a Abraham?

Se nos hace difícil hacernos cargo de situaciones de personas en una época tan antigua y de una cultura totalmente diferente.
De forma natural pensamos en las categorías de nuestro tiempo y de de nuestra cultura.
Como personas ‘modernas’, marcadas por la Ilustración, queremos penetrar y ‘comprender’
lo más posible con nuestra razón todo y cada cosa y también las conexiones y segundos planos.
Pero el sufrimiento, en último caso, se sustrae a este querer-comprender y tanto más no nos puede dar el éxito de penetrar el misterio de Dios con nuestra razón.

Por tanto, ¿qué podemos hacer con la pregunta sobre ‘Dios y el sufrimiento’?
Ciertamente como personas creyentes no podemos eludir la excesiva exigencia del sufrimiento y de la insondable oscuridad de la vida.
¿Cómo relacionarnos con esto?
En Abraham bien podemos hallar una respuesta a esta pregunta, más allá de la diferencia de tiempo y cultura.
¡La palabra clave para ello no se expresa con ‘comprender’!
Más bien la palabra clave es ‘confiar’
o incluso ‘confiar ciegamente’.

Se trata de una confianza comparable en cierto modo con la confianza de un niño, que se deja caer lleno de confianza desde una alta muralla en los brazos del padre, que está totalmente debajo – preparado para coger a su hijo.
Y, sin embargo, incluso esta comparación es poco acertada:
El niño ve que su padre está debajo con los brazos abiertos.
Sin embargo, la situación de Abraham y también la situación de los seres humanos hoy,
que como Abraham confían y creen contra la impenetrable oscuridad, la describe la estrofa de una canción de Huub Oosterhuis:
“Tú no eres visible para nuestros ojos
y nadie Te ha visto.
Pero nosotros Te ansiamos y creemos que Tú
nos llevas y pasamos la prueba.”
En el fondo contra toda razón humana,
pero por una fe inquebrantable y con una confianza sin reservas, Abraham por la llamada de Dios abandona su patria y se pone en camino hacia
un futuro, del que no sabe como será.
Sólo sabe en la fe que Dios está con él.
Y esto ¡le mantiene!

Pero en una oscuridad aún apenas superada,
Abraham es lanzado a este monte en Morija
con la exigencia de sacrificar a su hijo.
Para él es más bien irrelevante si él es colocado ante esta exigencia verdaderamente por Dios,
o si él interpreta por su parte, bajo el influjo de la cultura que le circunda, este impulso interior como voluntad de Dios.
En todo caso, él se ha hecho consciente
de que con Isaac sacrifica al mismo tiempo la promesa de Dios y con ella todo aquello sobre lo que él ha construido toda su esperanza. 
Martin Lutero ha descrito el dilema con el que Abraham estaba confrontado con toda agudeza:
“Aquí la razón humana no se cerraría sencillamente, ni tendría que mentir la promesa
o esto no tendría que ser de Dios, sino que sería mandato del demonio.
Pues que la promesa reza contra sí misma,
es evidente.
Pues si Isaac debe ser sacrificado,
la promesa es vana y sin sentido;
pero si la promesa es cierta y debe pasar la prueba,
es imposible que esto pueda ser mandato de Dios.
De otro modo yo digo que la razón no puede cerrarse.
Lutero.

La fe de Abraham está preparada incluso para elegir el camino de la muerte, del aparente naufragio,
únicamente en la confianza a la fidelidad y al poder de Dios, que incluso puede resucitar a los muertos.

También Abraham podría esta excoriado –como muchos de nosotros por la pregunta sobre el
‘¿Por qué?’
¿Por qué me conduce Dios a este camino sin salida?
¿Por qué continuamente se convierten en víctimas de las guerras asesinas muchos inocentes e incluso niños? 
¿Por qué me toca el sino de un cáncer incurable?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Con esta pregunta intentamos de forma desesperada comprender, lo que no se puede comprender.
Por el contrario, Abraham aposta únicamente por la confianza.
Esta confianza le libera de una fijación sobre sí mismo y de su situación aparentemente sin salida.
Esta confianza le libera para confiar sólo en Dios y en los planes de futuro de Dios para él y
para su vida.

Una confianza así presupone un amor sin reservas.
Por la manifestación de Dios en Jesucristo sabemos que:
“Dios es amor,
y quien permanece en el amor,
permanece en Dios y Dios permanece en él…
pero en el amor no hay temor,
porque el amor perfecto ahuyenta el temor.”
(1 Jn 16-18).

Amén