Homilía para el Domingo Tercero de Pascua Ciclo (A)
11 Mayo 2014
Lectura: Jn 10,1-10
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Ya durante la vida pública de Jesús
las gentes Le proponían continuamente la pregunta:
¿Quién eres Tú?
Igualmente al principio Juan el bautista Le pregunta desde la cárcel:
¿Eres Tú el que tienes que venir o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3)
Los discípulos del propio Jesús se encuentran durante todo el tiempo ante esta cuestión.
Naturalmente esto también se discute en público
de forma vivaz.
Y en los círculos dirigentes de la época esta cuestión se sitúa cada vez más en una agresiva picota.

A este contexto corresponde el Evangelio de este cuarto domingo de Pascua.
Jesús intenta con imágenes y palabras despertar comprensión para Su misión y para Su pretensión
de ser el verdadero portador de la salvación.
También él dice continuamente y de forma categórica: “Yo soy…” por ejemplo “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6)
En conexión con el Evangelio de hoy Él dice:
“Yo soy el buen Pastor.” Y “Yo soy la puerta (para la Vida).”

Ciertamente el Evangelio de Juan expresa esta imagen de Jesús con mucho detalle, no tanto para informar sobre algo ya pasado sino más bien con la mirada puesta en las recientes comunidades cristianas.
Aquellos discípulos de Jesús, que habían caminado con Él por Galilea y Judea, experimentaron después de Pascua de forma lenta pero segura una ruptura de su propia comprensión de Jesús.
Pero después de Pentecostés se extendió
el movimiento de Jesús de forma casi explosiva.
Aquí se planteaba continuamente la pregunta –sobre todo por los catecúmenos–:
¿Quién es verdaderamente este Jesús?

El Evangelio de Juan surgió hacia el final del primer siglo, por tanto, en una época en que había notables diferencias de opinión y disputas sobre
la comprensión de la Persona de Jesús.
Además surgieron toda clase de ‘portadores de la salvación’ por propia gracia, que querían llevar a sus ovejitas a pastos secos.
Se necesitaba –sobre todo para los muchos y nuevos bautizados- signos de orientación en los que
los cristianos pudieran reconocer quien era el verdadero Pastor y cómo poder diferenciar Su voz de las otras voces.

Este deseo de Juan es hoy por hoy no menos actual.
Hoy hay incluso ‘ofertas de salvación’ muy diferentes y también absolutamente problemáticas
en una incalculable abundancia, tanto en el interior de la Iglesia, como también y tanto más fuera y
no en último lugar en el mundo secularizado de las ideas y de las ideologías.
La tentación es grande de contemplar llenos de reproches o acusando a aquellos que se denominan ‘pastores’ con razón o sin ella,
es decir, a aquellos que en política y economía
reclaman una retensión de liderazgo.
Finalmente el propio Jesús tiene ante la vista
en Su discurso del Pastor a las autoridades judías
de Su época.

Ciertamente no pasa por delante ningún camino en que todos nosotros no tengamos responsabilidad con otras personas y, en este sentido, ejerzamos un ‘cargo de pastores’ –sea en la familia, en la profesión, en la sociedad o también en la Iglesia.
Aquí se formula para cada uno de nosotros un examen de conciencia:
¿Soy yo en el seguimiento de Jesús un ‘buen pastor’?
O ¿quizás más bien “un ladrón o un atracador”, para el que solo tiene sentido sobre todo la propia ventaja o la propia reputación?
Y ¿soy verdaderamente para otros ‘puerta’ que conduce a una vida de éxito y felicidad?

Para esto yo mismo hablo continuamente de los ‘buenos ojos’, con los que debiéramos mirar la realidad.
Yo desearía en conexión con esto contar un ejemplo positivo de pastores con responsabilidad:

Se trata de Say, un joven, que vino al mundo ya impedido corporal y mentalmente.
Y se trata de cómo las personas tratan con un niño así.

El padre de Says pasó un día con él delante de un parque, en el que jugaban al béisbol unos jóvenes que Say conocía.
Say preguntó: “¿Crees tú que me dejarían participar en su juego?”.

El padre naturalmente sabía que la mayoría de los jóvenes no querrían tener a alguien como Say en
su equipo;
pero para él también estaba claro que si su hijo pudiera participar en el juego, esto sería proporcionarle aquel sentido de pertenencia
que él tanto ansiaba y también confianza,
de ser aceptado por otros a pesar de su minusvalía.

Por tanto, el padre fue hacia uno de los jóvenes que estaban en el campo de juego y le preguntó sin esperar demasiado de él si Say podía participar
en el juego.
El joven consideró que buscaba ayuda y dijo:
“Ya hemos perdido seis rondas y el juego está en la octava ronda.
Yo creo que él puede participar en el juego.
Intentaremos en la novena ronda dejarle llegar al palo.”
Say luchó por el banco del equipo y vistió con una sonrisa un tricot del equipo.
Los jóvenes vieron como el padre también se alegraba porque su hijo podía participar.

En la novena ronda, Say participó en el campo derecho.
Aunque los golpes no iban en su dirección, él estaba maravillado de que pudiera estar presente.
Al final de la novena ronda fue a buscar el equipo
de Say –como ya en la octava ronda– un punto.
En la situación actual de salida podía significar la victoria la próxima ronda y Shay llegó como el siguiente a la fila.
¿Dejarían en este momento el palo a Shay y
con ello la posibilidad de ganar el juego?

De modo sorpresivo Shay recibió el palo.

Todos sabían que un tiro certero era tan bueno como imposible, pues Say no sabía cómo debía mantener correctamente el palo, por no hablar de cómo debía darle al balón.

Pero cuando Shay entró en el punto de saque,
el lanzador observó que el equipo contrario en este momento no podía estar ciertamente para conseguir la victoria y arrojó el balón tan prudentemente que Shay, como mínimo, lo pudiera alcanzar.

En el primer lanzamiento Shay lo lanzó algo torpemente.
El tirador lanzó el balón con cautela en la dirección de Shay.
Cuando el lanzamiento llegó, Shay hizo un salto de tigre hacia el balón y le golpeó profundamente hacia abajo y lo devolvió al que lo tiró.
El que tira tomó el balón y lo arrojó fuera del alcance de los otros jugadores.
Desde la tribuna y desde ambos equipos resonaba:
“¡Sahy corre deprisa! ¡Corre deprisa!”
Nunca en su vida había corrido tan deprisa Shay.
Todos gritaban ahora: “¡ Shay corre a casa! ¡Corre a casa!”
Shay corrió a casa, entró y fue celebrado como un héroe que ha alcanzado el Gran Slam y se ha llevado la victoria para su equipo.
Este día los jugadores de ambos equipos aportaron un poco de amor verdadero y humanidad al mundo de Shays.

Ciertamente esto significa “ser pastor”:
hacerse cargo con responsabilidad de los otros-
en el amor y solicitud de Jesucristo,
responsabilidad con todos aquellos que nos necesitan, sobre todo con los más débiles.
En este sentido, todos los jugadores de estos dos equipos de béisbol se convirtieron, por así decirlo, en un equipo de pastores y en una “puerta” en la vida de Shay.

En este sentido podemos y debemos también nosotros convertirnos en ‘pastores’ de forma  individual y en equipo para los demás y en ‘puertas’ para la Vida.

Amén.