Homilía para el Domingo Tercero de Pascua Ciclo (A)
4 Mayo 2014
Lectura: Jn 21,1-14
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
¿Se contarían ustedes más bien entre las personas sensibles o más bien entre aquellas que ‘tienen las espaldas anchas’?
¡Ambas cosas tienen ventajas e inconvenientes!
Y ni la una ni la otra es por sí misma una ‘mácula’-
todo depende de la situación.

Pedro se nos presenta continuamente en el Evangelio como una persona ruda;
carece en absoluto de una percepción sensible y comprensiva.
Pedro toma la iniciativa y determina:
“¡Yo voy a pescar!”
De este modo libera a los otros de aquella ‘paralisis’
que les había invadido en Viernes Santo,
y que todavía en estos días pascuales aún les repercutía:
“¡Vayamos nosotros también con él!”
esto suena verdaderamente a liberador; la vida continúa.
Pero entonces aparece este Extraño en la orilla del lago:
“¿Tenéis algo que comer?”
La respuesta suena de forma más que desabrida: “¡No!”
Este ‘no’ es una expresión de enorme frustración:
¡Han faenado toda la noche y no han pescado nada!
Pero sobre todo: ¡Este Viernes Santo les ha calado hasta los huesos!

Esta historia de la mañana en el lago se relata también en el Evangelio de Lucas:
En ella los decepcionados pescadores reaccionan
de forma irritada y negativa a la recomendación del Extraño:
“¡Arrojad de nuevo la red!”.
En Juan siguen el requerimiento; pero incluso
la inesperada y rica pesca no los libra aún mucho tiempo de su letargo, con una única excepción:

Juan es una persona muy sensible y percibe con finura: “¡Es el Señor!”
Y, de nuevo, es Pedro el que espontáneamente toma la iniciativa y salta al lago.

Pero contemplemos ahora un poco más a este Juan:
El Evangelista parece tener un olfato psicológico;
presiente, donde la sensible percepción de Juan tiene su origen, es decir, en los lazos amistosos y el amor
que une a este discípulo con Jesús más (o en todo caso de otra forma) que a los otros.

Seguramente ustedes han experimentado ya alguna vez en un andén lleno de bullicio de una estación lo siguiente:
Todo un círculo de amigos espera a uno de ellos,
que regresa a casa tras una estancia muy larga
en el extranjero;
entre los que esperan también está la novia del que regresa:
El tren entra; un enorme gentío;
todos buscan con la mirada al esperado.
La primera que le ve –casi al final del otro andén–
¿quién es? – ¡Naturalmente la novia!
Ella no tiene la vista más aguda;
pero sí la mirada del amor.
Y con esta mirada reconoce de lejos al amado, mientras los otros aún preguntan:
¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde?

¡De esta percepción sensibilizada por medio del amor se trata también en la fe!
Bien entendido: No se trata con la fe de percibir ‘fantasmas’ o de tomar lo imaginario como verdadero.
En la percepción del andén se trata de una realidad,
como también Juan reconoce realmente desde el barco pesquero a Cristo resucitado.
Fe y amor van juntos y con la fuerza de ambos,
un creyente percibe lo que es ‘realmente’ verdadero y para esto a otro le falta el ‘séptimo sentido’,
la necesaria sensibilidad o el tacto.

Lo mucho que la fe cristiana tiene que ver con la delicadeza y con la atención amorosa, lo deja claro el propio Jesús también en el Evangelio de hoy otra vez:
Él sabe hasta qué punto esto le va a Sus discípulos y amigos.
Él conoce no sólo el frío de la larga noche que está tras ellos;
Él conoce también el frío interior que el Viernes Santo ha dejado en ellos.
Los discípulos encontraron cuando se acercaron
un fuego de carbón ya encendido en el suelo
y –también donde siempre– pescado y pan.
Después ellos mismos pudieron contribuir a la comida con los pescados capturados recientemente:
“¡Venid y comed!”
¡Habéis llegado a casa!
¡En la realidad pascual!

Ahora todos percibieron esto:
“Ninguno osaba preguntarle: ¿Quién eres?
Pues ahora sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y lo mismo hizo con el pez.”

Del mismo modo Jesús también nos invita a nosotros a compartir con Él la comida pascual.
Sigamos Su invitación sin preguntar mucho.
Percibamos en la fe y llenos de un amor agradecido:
Hemos llegado para la celebración de la Pascua.

Amén.