Homilía para el Domingo Cuarto de Cuaresma (A)
30 Marzo 2014
Lectura: Ef 5,8-14
Evangelio: Jn 9, 1-41
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
“Yo soy la Luz del mundo”, dice Jesús de sí mismo. (Jn 8,12).
La Lectura refiere esta frase de Jesús también a nosotros:
“En otro tiempo erais tinieblas,
pero ahora os habéis convertido en luz en el Señor
Jesucristo.
Por tanto, ¡vivid como hijos de la Luz!”
Por consiguiente, nosotros, como el ciego del nacimiento del Evangelio, estamos curados mediante Cristo y por el Bautismo en Su Nombre,
y como él, liberados de la obscuridad del poder dominante.

Escuchamos este texto dos semanas antes del comienzo de la Semana Santa.
Esta semana estará totalmente marcada por aquellos poderes de las tinieblas, que se abalanzan precisamente sobre este Jesús de Nazareth
para entregarle a la tortura inhumana y a la muerte en cruz y, de esta forma, extinguir Su Luz,
según criterio humano.

A esta tensión entre la Luz por antonomasia y
la absoluta obscuridad nos confronta la Liturgia
del tiempo de Cuaresma y Pasión.
En esta tensión y con frecuencia en abierto enfrentamiento nos situamos también hoy internamente.
En esta situación de nuestra vida marcada por la tensión debemos situarnos en las semanas previas
a la Pascua.
*  ¿Hasta qué punto me sobrecogen a mí mismo obscuras fuerzas de temor y angustia?
*  ¿Cuando y dónde me obstruyen mis propios límites la mirada sobre todo lo que es Luz en mi vida?
*  ¿Los muros de negatividad detrás de los que me oculto?
*  ¿Las estrechas células de mi egocentrismo, en las que me encierro?
*  ¿La carga de culpa que me hunde en la vergüenza?
*  ¿El mar de tristeza en el que temo ahogarme?

La obscuridad se desliza, por así decirlo fuera del interior, nos encubre como una niebla gris y nos quita la visibilidad.
Sin embargo es sensato además hacer conscientes continuamente todas las obscuridades que desde fuera nos quitan la visibilidad como negras nubes
de humo.
Enfermedades graves, accidentes y destinos duros irrumpen en nosotros  y en las personas amadas.
También más de un prójimo obscurece nuestro ánimo consciente o inconscientemente:
-    alguien habla mal de mí,
-    otro me pone una zancadilla o me ‘aventaja’ con trucos injustos.
-    Entre los amigos e incluso en la propia familia experimento falta de consideración
-    y de amor.
-    Las debilidades humanas y más aún la burda incredulidad me apartan de la fe cristiana o de la Iglesia.
-    Y ‘la política’ continuamente obscurece mi mirada cuando pienso en todas las querellas de los partidos y en las decisiones injustas, egoístamente grupales y orientadas al poder.

No llegaríamos pronto al final si quisiéramos enumerar  todas las ‘obras de la obscuridad’,
de las que se habla en la Lectura y nos avergonzaríamos de todo lo que ‘obscurece’
“secretamente” y en escondido este mundo y
nuestra vida.

Sin embargo, y a pesar de todas las obscuridades
en nosotros y en nuestro alrededor, la Epístola a los Efesios nos coloca ante la exigencia de vivir como
“hijos de la Luz” y de abogar por el bien, la justicia y la verdad.
Debemos examinar día tras día “lo que Le gusta al Señor” y que “no tiene nada que ver con las obras de la obscuridad”.

A esto nos invita Jesús, cuando Él dice:
“Quien Me siga no se transformará en obscuridad,
sino que tendrá la Luz de la vida.” (Jn 8,12).

No sólo Él mismo se comprende como la “Luz”.
Para nosotros es válida la misma llamada
de ser “Luz”:
“Vosotros sois la Luz del mundo”, dice Jesús.
“Una ciudad que está sobre una montaña
no puede permanecer oculta.
Tampoco se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino que se coloca sobre un candelabro;
entonces alumbra a todos en la casa.
Así debe resplandecer vuestra luz ante los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y alaben
a vuestro Padre del cielo.” (Mt 5,14-16)

Esto comienza concretamente acostumbrándonos
a mirar ‘con buenos ojos’.
Esto es posible si nuestros ojos, como los del ciego de nacimiento, se dejan ‘curar’.
Y de esto se trata cuando Jesús dice:
“Tu ojo da luz al cuerpo.
Si tu ojo está sano, entonces también todo tu cuerpo está iluminado.
Pero si está enfermo, todo tu cuerpo estará
en la obscuridad.
Por tanto, ten cuidado de que la luz que hay en ti no se convierta en tinieblas.
Y si tu cuerpo entero está iluminado
y no hay en él nada en tinieblas,
entonces todo él brillará,
como cuando la lámpara te ilumina con su resplandor.” (Lc 14,34-36)
‘Mirar con buenos ojos’ – esto no excluye,
mirar también ‘con ojos críticos’.
En todo caso es una condición previa necesaria,
si queremos seguir la Lectura de Efesios,
“destapar las obras de las tinieblas”.
Quizás tenemos que apropiarnos de verdad
del convencimiento de Pablo de que
“todo lo que está al descubierto es iluminado
por la Luz.”.
Evidentemente este convencimiento falta también
en la Iglesia, donde se ‘encubren’ continuamente,
por ejemplo, abusos sexuales o también irregularidades financieras.

Ciertamente sabemos con razón,
que también hay en esta Iglesia ‘santos’.
Y nos alegramos de que Francisco sea percibido como un ‘faro’ incluso fuera de la Iglesia.
‘Santos’ y ‘faros’ hay también además en otras partes- incluso en la política, con frecuencia endiablada.
Pero aquí como allí es válido:   
“Una u otra golondrina no hace verano.”
Por amor al Reino de Dios no puede haber nunca
suficientes ‘santos’ ni ‘faros’.
¡Y sobre todo nunca son suficientes, mientras yo mismo no forme parte también de ellos!

¡Ustedes han oído de forma totalmente correcta!
Ser ‘santo’ no es en absoluto sólo para una élite.
La exigencia de Jesús va dirigida a todos nosotros:
“Vosotros debéis ser perfectos como lo es vuestro Padre celestial.” (Mt 6,48)
Y: “¡Sed misericordiosos, como también lo es vuestro Padre!” (Lc 5,48)
O con las palabras ya del Antiguo Testamento:
“Sed santos, pues Yo, el Señor, vuestro Dios soy santo.” (Lv 19,2)

Y ciertamente en este sentido, dice Jesús:
“Quien me siga no caminará en tinieblas,
sino que tendrá la Luz de la Vida.”
El sentimiento de Jesús abarca sin excepción todo
lo que podemos contraponer a la ‘obscuridad’
de este mundo-
incluida la ‘obscuridad’ en nosotros mismos.
Por ello hay que tener presente continuamente
esta recomendación:
Profundicemos sencillamente en la contemplación de los Evangelios.
Lectura y contemplación de los Evangelios
nos sensibiliza para todo resplandor de la “Luz de la Vida” y para toda posibilidad de encender como mínimo pequeñas luces en nuestro entorno.

Amén