Homilía para el Domingo Segundo Domingo de Cuaresma, A
16 Marzo 2014
Lectura: Gn 12, 1-4a
Tema: Ser bendición para otros
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Dios bendice a Abraham.
Pero Le bendice no sólo para sí mismo;
más bien el propio Abraham debe ser una bendición para otros.
Incluso todos los linajes
de la tierra deben lograr
la bendición por medio de él.

Me llama la atención:
La palabra bendición está presente
en nuestro lenguaje actual más bien de forma escasa.
Nuestro pensar y nuestro hablar están mucho más determinados por la idea de rendimiento.
Rendimos enormemente:
* Damos impulso a la economía.
* También resolveremos naturalmente los problemas del medio ambiente.
* Incluso logramos la paz  - con o sin armas.
* Igualmente dominaremos los demás problemas de este mundo.
* Y asimismo controlamos nuestra vida personal.

En contrasentido a este optimismo de factibilidad,
también observo que en nuestras iglesias hay coyunturas para celebrar bendiciones:
Bendiciones infantiles, bendición de la casa y de la vivienda,
bendición de las parejas el día de San Valentín,
y, y, y…
Muchas personas dan gran valor a que las bendigan de forma totalmente personal e individual.
Así se genera un arco de tensión:
Por una parte, sigue produciendo efecto
la Ilustración con su “desencantamiento del mundo” y con su discriminación ideológico-crítica de la bendición como “magia”.
Por otra parte, crece también la sensación de aquel delirio humano, de que pasar de Dios y de Su bendición significa estar fracasado.

Probablemente para la mayor parte de nosotros
es natural ponerse bajo la bendición de Dios.
Estamos agradecidos por la cercanía de Dios,
por Su afecto y sobre todo por Su preocupación
por nosotros, cuando nosotros mismos tropezamos con nuestros límites.
Finalmente sabemos que muchas cosas de la vida y, en último caso, la propia vida es un regalo de Dios, por tanto es bendición de Dios.

Con gusto también nos adjudicamos
la bendición de Dios de otros.
Nos alegramos por los deseos de bendición de los amigos –
en el día del cumpleaños o como deseo de curación.
Y cuando nosotros mismos le deseemos a otra persona el bien, sabemos como cristianos con toda exactitud que:
Todo deseo que viene del corazón es en el fondo una oración;
un ruego que pone en juego al propio Dios,
un ruego de bendición de Dios.

Sin embargo, la exigencia y la promesa de Dios rebasan a Abraham:
¡El propio Abraham debe ser una bendición!
Esta exigencia me recuerda lo alto que Dios pone
el listón para Su pueblo:
“Sed santos, pues Yo el Señor, vuestro Dios,
soy santo.” (Lv 19,2)
Es la misma exigencia que Jesús también formula en el Sermón de la Montaña:
“Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.” (Mt 5,48)

Convertirse en bendición es
regalarse a sí mismo, en último término, con todo lo bueno imaginable;
así como el Padre celestial se regala a Sí mismo y la plenitud de la salvación en Su autorevelación
en Jesucristo.
A veces decimos esta o aquella persona es una bendición para nosotros.
En muchos encuentros esto es cierto.
Y, sin embargo, también es un regalo de Dios
un encuentro humano así o una relación:
Él nos regala Su bendición reuniéndonos con esta persona en el momento oportuno.

También nosotros podemos convertirnos como Abraham y como Jesús de Nazareth en bendición para otros porque Dios mismo quiere convertirse
en bendición por mediación nuestra.
También hoy para cumplir esta exigencia debiéramos contemplar continuamente a Jesús:

* Él se convirtió en bendición para muchas personas que curó –mediante Su ayuda, Su cercanía, un contacto, el tiempo que les regaló.
* Él se convirtió en bendición para los leprosos, pero también para los pecadores, sencillamente para todos los que estaban marginados.
* Él se convirtió en bendición para la mujer del pozo de Jacob, a la que Él le abrió un acceso
al “agua de la Vida”.
* Él se convirtió en bendición para las madres con sus hijos a las que invitó en lugar de echarlas.
* Él se convirtió en bendición para el fariseo Nicodemo, con el que sostuvo un largo coloquio nocturno.
* Él se convirtió en bendición incluso para este matrimonio de Caná, al que Él sacó del aprieto, convirtiendo el agua en vino, quizás totalmente en sentido literal, pero sobre todo en un sentido figurado:
* Día tras día y en innumerables encuentros Jesús se convirtió en bendición – al final para este “buen ladrón”, al que precisamente en la Cruz Le abrió las puertas del Paraíso.

Cuando nosotros los cristianos conseguimos convertirnos en bendición unos para otros y
en general para las personas de este mundo,
entonces Dios anuda
una red invisible de bendiciones que nos regala
a todos nosotros seguridad y confianza en nuestro mundo abarcable con la vista,
pero además también en el grande y amplio mundo.
Así crece en medio de nosotros y aquí y hoy el
‘Reino de Dios’, el futuro de Dios.

Amén.