Homilía para el Domingo Blanco, Ciclo (A)
27 Abril 2014
Lectura: Hch 2,42-47
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Hoy celebramos el último, es decir, el octavo día de la fiesta de Pascua.
En sentido exacto es incluso el día décimo de esta gran fiesta;
pues naturalmente se consideran el Jueves, el Viernes y el Sábado Santo como los días pascuales de la Pasión y Muerte de Jesús:
para celebrar los misterios pascuales de nuestra fe.

Por tanto, en estos días hemos celebrado el centro de nuestra fe.
Y, sobre todo, lo hemos hecho con los más hermosos servicios religiosos, con las liturgias más conmovedoras, que conoce la cristiandad.
Aprovecho esta ocasión para exponer algunos pensamientos sobre nuestra liturgia.

‘Liturgia’ es –traducida literalmente- ‘servicio público’, naturalmente en primer lugar ‘servicio divino’, pero después también ‘servicio al ser humano’.
Los Evangelios nos informan sobre Jesús,
de que Él no sólo se retiraba continuamente
a la oración personal y en silencio;
de los Evangelios procede también que Jesús concelebraba con Sus discípulos la ‘liturgia’
por tanto, el servicio divino público en el Templo.

En consecuencia, hemos escuchado ahora en la Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles sobre los primeros cristianos:
“A diario todos los que se habían hecho creyentes…acudían al Templo todos unidos”-
concretamente se dice:
“Tomaban parte de forma muy natural en el servicio religioso diario de la mañana y de la tarde.”
Por tanto, permanecen – como el propio Jesús- unidos a sus tradiciones judías.
Pero además la Lectura informa de que:
“Partían en sus casas el pan y comían juntos con alegría y candidez de corazón.
Alababan a Dios y eran bien vistos por todo el pueblo.”

Por tanto, hoy nos formamos una pequeña idea de los primeros comienzos de una liturgia cristiana,
que tiene sus raíces en los servicios religiosos de la sinagogas y en la liturgia del Templo y después naturalmente en las experiencias comunitarias de la vida diaria con Jesús, en Su unión vital con el Padre y sobre todo en la celebración de la Última Cena con Él.

La mirada sobre estos comienzos que hasta hoy
han marcado nuestras liturgias, nos enseña a comprender lo esencial:
El compromiso con la Tradición y también con las ‘reglas’ tradicionales, que son requeridas para un servicio divino comunitario y público,
se corresponde de una forma indispensable con un desarrollo vital de la liturgia.
La alabanza divina y la oración forman una unidad indisoluble con la comunidad interhumana,
con el ‘servicio de las mesas’, con un compartir fraternal, incluso con un ‘tenerlo todo en común’.

Yo mismo soy feliz de haber podido concelebrar y experimentar continuamente servicios religiosos en los que este espíritu del comienzo era palpable ciertamente en los días de Pascua y para mi gran alegría también en este año.
Muy, muy diferentes servicios religiosos he podido experimentar en los últimos días
comenzando por el Jueves Santo en una comunidad de monjas con muchos invitados ‘de fuera’,
el Viernes Santo aquí en Sankt Peter,
después una Noche Pascual rebosante de vida pascual,
una celebración monástica el lunes de Pascua con las Hnas. y Hnos. de Jerusalem,
hasta algunos servicios religiosos en compañía de muchos jesuitas-compañeros de toda Alemania.

Todos estos servicios religiosos vivían de la fuerza de una liturgia llena de vida que ha crecido desde los comienzos hasta el presente.
Todos estos servicios religiosos unían de forma muy diferente la alabanza de Dios con la experiencia de la mutua comunidad.
Todos estos servicios religiosos naturalmente tenían como fondo las reglas litúrgicas del ordenamiento del servicio religioso eclesial; y, sin embargo, respiraban de diferente modo aquel espíritu de libertad, que Jesús nos ha regalado
a ejemplo del mandamiento del sabbat:
¡Las Leyes -y precisamente también los ordenamientos litúrgicos- son para los seres humanos y no al contrario!

Algunos ejemplos concretos de estos días:
El Jueves Santo se celebra el lavatorio de pies
como una parte importante de la liturgia.
Naturalmente está lleno de sentido que el Obispo o el Párroco o, en general, un ‘portador de un cargo’
en la Iglesia aprenda a comprender que:
Mi vocación es para servir y no para ejercitar
la influencia o incluso el poder.
¿Esto es válido sólo para el ‘portador de un cargo’?
En la liturgia que yo este año he concelebrado,
no se lavaron los pies,
sino que se limpiaron zapatos.
También se trata de una acción litúrgicamente simbólica;
pero este símbolo tiene una mayor cercanía a la vida diaria.
Y sobre todo:
El sacerdote que celebraba comenzó esta acción de limpiar zapatos.
Pero muy pronto fue relevado por otros concelebrantes.
Y así sucesivamente…
Todos hicieron la experiencia: Yo puedo dejar que me sirvan;
pero también yo mismo debo servir a los otros.

en la noche de Pascua la Iglesia estaba llena hasta los topes de familias con muchísimos jóvenes.
Al final de la celebración yo hablé con los padres a los que se ofreció un pequeño refrigerio, los cuales habían viajado unos 200 Km. especialmente para esto.
Ellos decían: nuestros hijos se alegran en este servicio religioso, no miran la hora, ni el móvil,
sino que, después de dos horas, preguntan:
‘¿Cómo? ¿Ha llegado ya el final?’

Otro tercer ejemplo de esta semana:
un servicio religioso pascual,
que dirigía la mirada a los refugiados en las fronteras de Siria.
Los textos, las canciones y, sobre todo, el lenguaje de este servicio religioso ‘coincidían’: No era ninguna moralina, ningún dedo índice levantado.
Aquí todos los participantes se marchaban sólo
con la pregunta en el corazón:
¿Qué puede significar Pascua, qué puede significar resurrección para estas personas que están en los campos de refugiados de Turquía?
Y ¿qué se sigue de esto para mí?

Todos nosotros sabemos:
No todo servicio religioso –sobre todo en un domingo muy ‘habitual’- puede ser un ‘punto fuerte de luz’ sobresaliente, pero puedo y debo como concelebrante, si ya no hay ningún ‘punto fuerte de luz’, como mínimo sacar una pequeña ‘luz’ para mi vida diaria, también por compartir un servicio religioso muy ‘normal’, en lugar de contemplar ‘los puntos débiles’ y enfadarme por ello.
En todo caso puedo también en un domingo ‘muy normal’ alabar a Dios con la comunidad ‘con alegría y sencillez de corazón’ y crecer en el amor hacia los demás.
Amén.