Homilía para el Domingo de Pentecostés (C)
19 Mayo 2013
Lectura: Hch 2,1-11
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Sugerencias para este homilía obtenidas de una contemplación con imagen del P. Theo Schmidkonz S.J. que, como meditación iconográfica, ha aparecido en Verlag Ver Sacrum.
Más de uno en Sankt Meter no quiere considerar las obras de Sieger Köder como arte actual significativo.
Sieger Köder no es sólo pintor,
sino también sacerdote católico.
El pinta concretamente  y sus cuadros y vidrieras
expresan con frecuencia relatos bíblicos y temas de fe.
Esta temática y el arte, para abrir mediante sus cuadros a la fe cristiana,
le une a los grandes artistas de la Edad Media.

Yo quisiera contemplar hoy con ustedes uno de sus cuadros más famosos:
El cuadro de Pentecostés
“Yo infundiré mi Espíritu”.

 
En los andamios de la nunca terminada Torre de Babel
están sentadas varias personas en la obscuridad,
lúgubremente, aisladas.
Quisieron llegar al cielo construyendo una torre,
pero sin Dios, por eso también sin sentido.
En contraste con la osadía sin éxito de la megalomanía humana,
Dios mismo construye, Su Espíritu pentecostal construye una casa multicolor, acogedora y ampliamente abierta a todas las personas.

En los Hechos de los Apóstoles se relata:
Toda la casa, en la que las discípulos y los discípulos de Jesús, estaban reunidos después de Su Ascensión,
- como los propios discípulos – fue conmocionada
por el Espíritu Santo, como por una violenta tormenta,
cuyos bramidos lo penetraban todo y abría muy bruscamente las puertas y las ventanas.

Sieger Köder ve esta casa como la casa de la Iglesia
de Jesucristo:
Pedro, al que Jesús había denominado la ‘roca’
de Su Iglesia, sale como el primero para anunciar a las gentes de todos los pueblos el Evangelio-
mensaje alegre y generador de alegría.
Pedro parece estar ya totalmente lleno del
Espíritu Santo,
mientras los demás, detrás de él, aún titubean
y, están sentados absortos en sí mismos:
Las lenguas de fuego del día de Pentecostés colocadas sobre ellos los han transformado ya en personas ‘nuevas’, pero aún la monotonía del ser humano ‘viejo’,
produce resistencia contra el esplendor multicolor
de la ‘nueva’ Creación.

Sobre este primer comienzo de la Iglesia se hace evidente en los pisos superiores de la casa,
como el Espíritu de Pentecostés en nuestra época
plenifica la Iglesia con Vida:
En la primera ventana abierta se ve a Dietrich Bonhöffer,
este párroco evangélico con la Biblia en la mano,
este luchador de la resistencia contra el antiespíritu asolador del nacionalsocialismo.
El 9 de abril de 1945 fue ejecutado como mártir
de la Iglesia Confesante en el campo de concentración de Flossenbürg.
En la segunda ventana, el Patriarca Atenágoras anuncia a Jesús, el Resucitado con el cirio pascual.
Finalmente Juan XXIII abre ampliamente la ventana
de la Iglesia católica, en suma la Iglesia de Cristo,
con gesto de acogida y con el Concilio Vaticano II,
para ofrecer a todos el amor de Dios.

El Espíritu hace saltar no solamente la estrechez
del temor, que lleva a los discípulos de Jesús a encerrarse;
el Espíritu hace saltar no menos la temerosa estrechez de nuestro pensamiento confesional,
la estrechez de todos los que opinan que la Verdad
tiene que ‘embalarse’.

El Espíritu conduce a la amplitud, a movimientos nuevos, a nuevas relaciones, para nuestro pensar,
para nuestro vivir en una Iglesia, para la que Jesús pedía:
“Que todos sean uno:
Como, Tú, Padre estás en Mí y Yo en Ti.” (Jn 17,21)

Más aún: El Espíritu de Pentecostés ensancha nuestra mirada hacia las personas de otros pueblos, razas y naciones:
El Espíritu de Pentecostés es el Espíritu de una paz universal.
Por esta paz, los dos jóvenes hacen ondear al viento arriba una bandera con el letrero: “Shalom” y,
ponen, al mismo tiempo, una referencia
a la gran encíclica de la paz “Pacem in terris”
de Juan XXIII.
No por casualidad la paloma, que adorna el estandarte,
es válida como símbolo del Espíritu de Dios,
como también de la paz que, en último caso,
sólo el Espíritu de la fiesta de Pentecostés crea.

También los dos jóvenes arriba a la izquierda y arriba a la derecha están con ánimo y alegría,
igualmente dones, que el Espíritu de Dios nos quisiera obsequiar:
Mientras que la juventud de la posguerra escribía
en su pancarta “Shalom” – Paz, muchos jóvenes valerosos mostraban en la época del nazismo
con la bandera de Cristo, quien debía ser
su verdadero ‘Führer’.
Y el joven monaguillo se siente feliz en la Iglesia:
Con su incensario produce humo en una casa,
en la que no siempre se “olfatea”,
según el Espíritu de Dios.
Pero para el pintor la ventana más importante es la más alta, aún vacía.
Sin embargo, esta ventana rebasa el marco de la imagen y muestra el futuro:
¿Quien vivirá hoy y mañana el Evangelio y continuará construyendo la Iglesia universal de Jesucristo?
¿Quién de nosotros se dejará contagiar por el fuego
del Espíritu de Dios?

Amén.