Homilía para el Séptimo Domingo de Pascua, ciclo litúrg. C
12 Mayo 2013
Lectura: Ap 22 (abreviado)
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Con la Ascensión de Cristo también hemos cruzado ahora el segundo punto culminante del tiempo pascual.
El próximo domingo celebramos Pentecostés,
el comienzo del tiempo del Espíritu de Dios.
En este tiempo vivimos nosotros hoy.
En este tiempo del Espíritu de Dios actúa internamente la Pascua en nuestro presente y futuro.
¡La Nueva Creación Pascual del Cosmos y de la humanidad continúa!
“Nosotros sabemos” escribe Pablo en la Epístola
a los Romanos “que toda la Creación hasta el día
de hoy gime y está con dolores de parto.”
“La Creación está sometida a los pasajero”, pero
“espera ansiosa” convertirse en “lo nuevo”:
Pues “también la Creación debe ser liberada de la esclavitud y del desamparo para libertad y gloria
del Hijo de Dios – por tanto, la esperanza pascual
se da en toda la Creación.

La Lectura de hoy está llena de esta esperanza:
“Ved, Yo vengo pronto”,
-éste es el mensaje del Cristo resucitado-
“Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último.
el Principio y el Fin.”
En el capítulo 22 del Apocalipsis de Juan se trata,
como ya vimos el domingo pasado,
de la nueva Jerusalem, de esta ciudad de Dios
nueva y marcada pascualmente.
Pero el horizonte se ensancha aún de nuevo:
No sólo la propia ciudad está ante la vista del Vidente, sino también el paisaje y la naturaleza
de alrededor, por tanto, expresamente toda
la Creación.
Aquí se habla de una corriente,
que conduce al agua cristalina,
“el agua de la vida”.
En una época anterior a la nuestra este versículo
podría comprenderse mejor que en la nuestra,
en la cual estamos continuamente ante el problema
de que los arroyos, los ríos y los lagos amenazan
con romper el equilibrio y convertirse en aguas,
en las que toda vida se muere.
Incluso los mares universales se han convertido
en nuestro tiempo en gigantescos vertederos
de basura:
Sobre todo el aceite usado y los desechos plásticos infestan los océanos y diezman las existencias
de peces.

Pero en cada corriente, que, en la Nueva Creación, sale “del trono de Dios y del Cordero” crecen “árboles de la vida”;
“Dan frutos doce veces al mes.”
Esta “plenitud de vida” es familiar para nosotros
por el mensaje de la ‘vieja’ Creación y después,
en una previsión de la ‘nueva’ Creación
del Evangelio:
Cada primavera experimentamos de nuevo
esta plenitud imponente en el esplendor de las flores.
Y en el Evangelio, por ejemplo,
el milagro del vino en las bodas de Caná,
la multiplicación del pan o
la pesca abundante se convierten en imágenes
de esta ‘plenitud’ en la nueva Creación.

Después se dice de nuevo en el texto del Apocalipsis de Juan:
“Y las hojas de los árboles sirven para la curación de los pueblos.”
También este motivo de curación y de salvación total es familiar para nosotros por la vida de Jesús:
Jesús conoce evidentemente las fuerzas de curación de la naturaleza de una ‘nueva’ Creación y las anticipa.
El mensaje global de Su vida adelanta la nueva ciudad de Dios, el Reino de Dios, Su nuevo mundo y nos abre perspectivas de actuación para nuestra colaboración en esta Creación.

Ya el domingo pasado hemos escuchado en la Lectura que no habría ninguna noche más y
que la luz de las lámparas e incluso la luz del sol sería superflua con la vista de la gloria de Dios resplandeciente.
Este lenguaje iconográfico casi naiv puede proporcionar naturalmente un presentimiento
de comunidad real.
Pero incluso este vago presentimiento es grandioso:
Las personas se ven recíprocamente en la Luz
de Dios y reconocen en la Luz de Su amor
el valor incalculable, la total dignidad
y la afabilidad del otro.
Toda esta obscuridad de necesidad, miseria y sufrimiento quedará atravesada totalmente
por el resplandor de Dios.

El capítulo 22 del Apocalipsis y, por ello,
nuestra Lectura cierra con una especie de declaración de garantía:
”Estas palabras son seguras y verdaderas.”
Estas palabras se ponen en la boca de Cristo Resucitado en la gloria del propio Dios:
“¡El tiempo está cerca… Ved, Yo vengo pronto!
Y: “Bienaventurado quien lava su túnica;
él tiene parte en el árbol de la vida
y el podrá entrar por la puerta grande en la ciudad.”

Nosotros nos preguntamos lo que significa este ‘pronto’.
Algunos teólogos dicen que Jesús y los primeros cristianos se equivocaron con su ‘espera próxima’.
¡Yo creo que no!
Todos ustedes conocen la respuesta de Jesús a la pregunta de los fariseos sobre cuando llegará el Reino de Dios.
Jesús les dice:
“¡el Reino de Dios está ya en medio de vosotros!
(Lc 17,20-21)
Él crece como un gano de mostaza que se echa en la tierra.
Él actúa como la levadura, que se mezcla en una gran artesa con harina (cf. Lc 13,20-21).
Se podría añadir a estas palabras de Jesús
la pregunta de Isaías:
“Ved, ahora hago algo nuevo, ya surge,
¿no lo observáis?” (Is 43,19).
Pero abrid los ojos y descubrid, lo que en todo
el mundo sucede correspondiendo a las palabras
y a la vida de Jesús!
Y después oíd la llamada del Espíritu y de la “novia” (cf. Ap 21,2), es decir, de la nueva Creación que ya despunta:
“¡Venid! Quien esté sediento, que venga!”
Por tanto, quien está lleno de nostalgia de lo ‘Nuevo’, que venga!
“¡Quien quiera recibirá gratis el agua de la vida!”

Por tanto - ¿qué os hace titubear?,
Lavad vuestra túnica, por tanto, convertíos, pensad de otra forma, comprometeos en una vida en seguimiento de Jesús para que podáis entrar
en la “sala del banquete” del nuevo mundo de Dios
y del que veis aquí y ahora ya las luces y escucháis la música, como Ernesto Cardenal canta en su ‘visión’:
“No hemos llegado todavía la sala del banquete,
pero estamos invitados.
Vemos ya las luces y escuchamos la música.”

“Amén. ¡Ven Jesús!” –
¡Marána tha!