Homilía para el Sexto Domingo de Pascua. Ciclo litúrgico (C)
5 Mayo 2013
Lectura: Ap 21,10-23
Autor: P. Heribert Graab S.J.
“Resucitado de las ruinas…”
Probablemente ustedes conocen esta primera línea del antiguo himno nacional de la República Democrática Alemana.
Este himno suena de forma pascual a nuestros oídos
- y también a la vista de una comunidad.
Nuestra fe pascual no significa sólo la resurrección de cada uno en particular, sino igualmente
la nueva Creación,
la nueva vida del pueblo de Dios, de los pueblos
en su totalidad.

En este sentido el capítulo 21 del Apocalipsis
de Juan, del cual hemos escuchado ahora la Lectura, es un texto totalmente pascual.
En una fascinante visión final, Juan ve la nueva comunidad total,
la nueva ciudad de Dios en este mundo,
la nueva Jerusalem.

Aquí se da una continuidad total de lo ‘viejo’ y
lo ‘nuevo’, de la misma manera que el Cristo Resucitado es el Jesús de Nazareth,
que conocieron Sus discípulas y discípulos
y, al mismo tiempo, totalmente diferente, exactamente nuevo, resucitado a una vida nueva, pascual.
Del mismo modo también la nueva Jerusalem:
En las puertas de esta nueva “ciudad” están
los nombres de las doce tribus del ‘viejo’ pueblo
de Israel; pero las piedras básicas llevan los nombres de los “doce apóstoles del Cordero” y éstos garantizan lo ‘nuevo’, el pueblo de Dios que abarca todos los pueblos.

La Nueva Creación pascual de todo el mundo y
de la sociedad humana hace saltar por los aires nuestra imaginación marcada por la ‘vieja’ realidad,
ciertamente del mismo modo que las ‘viejas’ representaciones imaginativas de los discípulos de Jesucristo reciben en Pascua de su Maestro unas dimensiones totalmente nuevas.
Aquí falla también nuestro lenguaje, orientado hacia lo ‘viejo’:
Por eso Juan no tiene más remedio que cambiar
a un lenguaje iconográfico casi fabuloso:
“Llena de la gloria de Dios baja del cielo”
la nueva ciudad y brilla “como una valiosa piedra preciosa, como un cristalino jaspe”.

Después describe Juan
- igualmente por medio de imágenes-
algunos aspectos particulares, que le fascinan en esta nueva ciudad.
Un primer aspecto desgraciadamente fue suprimido en la Lectura de hoy.
“La calle de la ciudad –dice Juan– es de oro puro, como de claro cristal” (Ap 21,21)
Esto no me sorprende tanto como el oro puro.
Esto remite a la gloria de Dios, que graba la ‘nueva’ ciudad, como el brillo de las piedras preciosas y
del cristalino jaspe.
Mucho más concreto y para nuestra vida común hoy digno de consideración me parece que es que esta ciudad de Dios es transparente:
Es –así se dice- una ciudad diáfana.
¡Todo –incluso las calles- son transparentes como
el cristal!
Y tanto más, naturalmente, ¡una política diáfana y transparente!
Al fin y al cabo la palabra ‘política’ viene de “Polis”
y este término griego significa “ciudad”.

Por consiguiente: Un lenguaje diáfano, obligado a la verdad.
De forma crasa lo contrario de “lenguaje de Babel”,
de lenguaje de engaño, de lenguaje de encubrimiento.
Un lenguaje orientado hacia la dignidad de los seres humanos. El diccionario de lo inhumano no está aquí.
Comparen ustedes el lenguaje de nuestros periódicos
o el lenguaje de la ya actual lucha electoral
con el lenguaje de Jesús, que como ningún otro, domina el lenguaje liberador, salvador, consolador y que despierta a la vida de la “Jerusalem celestial”.

¡“Diáfano”no tiene, dicho sea de paso, el mismo significado que “desenmascarador”!
El lenguaje desenmascarador arrastra al fango.
Quien piensa en enmascarar
“mira” a los seres humanos con ojos sucios.
Imagínense sólo por un momento
que un político contemplase con buenos ojos
a su oponente del otro partido y, por tanto,
de forma constructiva y, consecuentemente
hablase sobre él!
Entonces tendrían ustedes una idea aproximada
de lo que la Biblia quiere decir con la frase aparentemente contradictoria:
la ciudad era de oro puro, como de cristal puro.

Acto seguido en la misma Lectura hemos escuchado:
“Yo no ví ningún templo en la ciudad.”
Esto para una ciudad de la antigüedad romana es sumamente inusual.
Juan tiene ante los ojos a la propia Roma,
el centro del mundo entonces,
y ve en esta metrópoli lo contrario que
en la nueva Jerusalem.
En Roma había abundancia de templos.
Cada uno de estos templos estaba consagrado a una divinidad diferente,
según la mentalidad de Juan y de los primeros cristianos a un ídolo diferente.
Una ciudad llena de ídolos – nada diferente a nuestras ciudades de hoy con sus ídolos financieros y sus templos del bienestar.

Por tanto, la nueva ciudad de Dios, una ciudad sin templos a los ídolos,
una ciudad totalmente desprovista de ídolos e ideologías,
“pues el Señor, su Dios, soberano de toda la Creación es su templo, Él y el Cordero” – ¡Cristo!
Podría no ser tan difícil imaginarse cómo sería
una ciudad así humana y digna de vivirse en ella.
Y cuando nosotros recordamos que
el ‘Reino de Dios’ es una ciudad así, por tanto,
ya hoy debía crecer entre nosotros como un grano del que sale un árbol, en el que anidan los pájaros ,
debiéramos como cristianos ser conscientes
de la co-responsabilidad en el desarrollo de la ciudad,
un desarrollo en dirección a la ‘nueva’ ciudad de Dios.

Esta ‘nueva’ ciudad –se continúa diciendo-
“no necesita ni sol ni luna que la iluminen,
pues la gloria de Dios la alumbra
y su Luz es el Cordero”.
Los habitantes de Colonia denominan a su ciudad una segunda Roma-
a consecuencia de sus muchos templos,
a consecuencia de todos los templos que están consagrados a Cristo, el Cordero.
Yo creo que Juan se refiere también a estos ‘templos’ cristianos cuando dice que en la ‘nueva’ ciudad ya no habría más templos.
Se han convertido en inútiles,
no porque ya no tenga interés por ellos nadie
y porque nadie vaya a ellos;
sino más bien porque la ciudad misma se ha convertido en Casa de Dios y porque los seres humanos, en todo lo que hacen están iluminados
por Dios y por Su Espíritu.
Ustedes mismos pueden apreciar cuan alejada está nuestra ciudad marcada cristianamente y también nosotros mismos como cristianos de todo esto.

Aún un último pensamiento, que se asocia inmediatamente en el Apocalipsis a la Lectura de hoy:
Las puertas de la ciudad “no están cerradas en todo el día”.
Y “allí nunca se hará de noche”.
Pero esto significa:
•    Todos se pueden mover en esta ciudad libres y sin temor.
•    No hay ángulos obscuros y peligrosos.
•    Los niños van sin temor a la escuela.
•    También los ancianos pueden salir por la noche despreocupadamente.
Y además no se necesitan especiales dispositivos de seguridad.
Puertas cerradas. leyes más estrictas, más policía-
¡todo esto es superfluo!

¿Por qué esto es así?
La Biblia cita el motivo:
La gloria de Dios ilumina esta ciudad y a los que en ella habitan.
Lo que esto significa queda quizás más claro mediante un ejemplo:
Hace muchos años hice una excursión en bicicleta
a una aldea con jóvenes.
Allí dejamos un rato nuestras bicicletas delante de la Iglesia y las unimos, como es habitual, con una cadena.
Al poco tiempo, una mujer vino hacia nosotros y nos dijo:
Aquí no necesitan ustedes poner cadenas a sus bicicletas;
¡aquí es todo evangélico!”

Yo pensé que esta mujer había colocado el problema de la seguridad en su punto:
La intervención natural de los valores,
la conducta según una fe vivida en el propio Jesucristo, hacen innecesaria la policía.
Así ganaríamos no sólo más calidad de vida
sino que también ahorraríamos mucho dinero.
Quizás esto fuera una propuesta enriquecedora
para el ministro del interior de la Confederación de Alemania y de los Länder.

Como se dijo al principio:
Todo esto caracteriza una sociedad marcada pascualmente.
Cuando ya pronto llega a su término el tiempo pascual de este año,
debiéramos, como mínimo, llevar las visiones de Juan a lo cotidiano de nuestra vida en común y quizás también en este año a las elecciones generales.
Desde Pascua tenemos que contribuir a lo esencial en la configuración de nuestra sociedad
para la ‘nueva’ ciudad de Dios.

Amén.