Impulsos meditativos para el Evangelio
del Tercer Domingo
de Pascua, 14 Abril 2013
Evangelio: Jn 21,1-14
Autor: P. Heribert Graab S.J.
El relato del Evangelio comienza con los discípulos de Jesús, que buscaban, después de la conmoción del Viernes Santo. contenidos para una nueva vida.
Habían abandonado la ‘vida antigua’,
cuando siguieron la llamada de Jesús.
Pedro intenta reanudar su antigua vida como pescador.
Pero su entusiasmo está contenido.
Pienso que nosotros sentimos lo mismo…

Silencio

Después Jesús, de repente, está en la orilla del lago.
Pero ellos no Le reconocen.
De nuevo el asunto del ‘desconocido’,
al que encontramos en los relatos pascuales
con tanta frecuencia:
Pensemos, p.e., en María de Magdala en la mañana de Pascua o en los discípulos de Emaús en su camino-
de vuelta de Jerusalem, de vuelta de los agobiantes acontecimientos que tuvieron lugar allí.
¡‘El desconocido’!
También para nosotros el Resucitado es totalmente un extraño.
Se dice que Él también nos encuentra a nosotros
en la vida diaria.
Pero ¡no Le reconocemos!
Cuando Él nos encuentra viene de un mundo totalmente diferente-
del mundo del ‘Padre’, del mundo de Dios.
Los teólogos dicen, no por casualidad, que Dios es ‘el totalmente Otro’.
Su mundo es y continúa siendo extraño a nosotros-
así como también el Resucitado,
que participa de la realidad de Dios.

Silencio

A la pregunta de Jesús “¿No tenéis algo para comer?”,
le sigue una respuesta breve y brusca”¡No!”
Más corta no puede ser.
Todavía resuena en esta respuesta la insondable decepción del Viernes Santo:
¡Déjanos en paz!
Sin embargo, por qué y cómo siguen la invitación
de Jesús de echar las redes, queda en la obscuridad.
Este detalle interesante para nosotros, no interesa
al autor del relato.
Más bien para él es sólo importante,
que se anuncie con la misión de Jesús y con la acción de los discípulos el viraje hacia la Pascua:
Ellos capturan tantos peces, que no pueden sacar la red.
La gran variedad de peces es para los pescadores del lago, riqueza y plenitud en la vida.
Posiblemente la superabundancia de productos alimenticios se ha hecho tan natural para nosotros
¿que ya no descubrimos ninguna referencia más,
del maravilloso regalo de la vida por el Creador
y tanto menos la renovación de la plenitud de vida en Pascua?

Silencio

¡Tampoco los discípulos de Jesús comprenden nada en esta mañana!
Con una excepción:
El discípulo, al que Jesús amaba,
reacciona espontáneamente:
“¡Es el Señor”!
Apenas se puede aceptar, que lo reconociese con sus cinco sentidos naturales.
Apenas se puede aceptar que sacase tan rápidamente una conclusión final racional de la abundancia de la pesca:
Es un reconocimiento con el ‘sexto sentido’ del amor, lo que se tiene que denominar ya como un reconocimiento por la fe.
La fe tiene –como la esperanza– mucho que ver con el amor.
No por casualidad, la fe, la esperanza y el amor forman una indisoluble unidad en la tradición oral cristiana.
Cuando tenemos problemas para reconocer en Él
al Resucitado, nos podemos preguntar si quizás esto reside en la falta de amor a Jesucristo y en la falta de unión cordial con Él.

Silencio

Para concluir lancemos finalmente una mirada
a este fuego de carbón que tan de repente arde
junto a Jesús en la playa.
En primer lugar, la pregunta ha sido:
“¡Tenéis algo que comer?”,
y después –como surgiendo de la Nada–aparece sobre el fuego, ¡pan y pescado!.
Es de suponer que se trata de un ‘signo’. Para los discípulos entonces no tenía todavía un carácter simbólico.
Para ellos el fuego en la orilla significaba en primer lugar un calor totalmente real y reparador después de la fría noche y probablemente también calor interior
después de aquel Viernes Santo,
que dejó helados sus sentimientos.
El pan y el pez puede haberles recordado
lo hambrientos que estaban tras una noche
de trabajo.

Pero sobre todo también germinó el recuerdo
de aquel acontecimiento, en el que Felipe había preguntado:
Cómo podemos dar algo de comer a toda esta gente,
que había seguido a Jesús a un lugar apartado,
para escucharle.
Entonces un niño trajo cinco panes y dos peces.
Y después se saciaron al menos cinco mil hombres y sobraron restos de pan para llenar doce cestos.
Y ahora, por la mañana temprano:
De nuevo pan y pez.
Y a pocos metros de distancia de ellos
–todavía en el agua– la red superllena de peces.
Esta amaneciendo muy despacio para ellos.
Pero ninguno se atreve a preguntar:
“¿Quién eres Tú?”;
pues entretanto el último de ellos también
ha reconocido: “¡Es el Señor!”

¿Y nosotros?
¿Entendemos los signos del Resucitado en nuestra vida?
¿Qué signos puede haber en toda mi vida personal?
¿en nuestro mundo actual y sobre todo en la Iglesia?

Silencio