Homilía para el Segundo Domingo de Pascua, ‘Domingo Blanco’,
7 Abril 2013
1. Lectura: Hch 5,12-16
2. Ap 1,9-19 (abreviado)
Evangelio: Jn 20,19-31
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡Hoy también celebramos Pascua!
Celebramos el octavo día.
Dicho con exactitud, todos los domingos celebramos Pascua.

“¡Cristo ha resucitado de la muerte!
Él ha resucitado verdaderamente!
Aleluya.”
Con estas palabras se saludan entre ellos
los cristianos de la Iglesia oriental en estos
días pascuales.
Una alegría enorme resuena en este saludo pascual:
Cristo es “el Primero y el Último y el Viviente.”
Él “estaba muerto, pero ahora vive para toda
la eternidad”.
Él “tiene la llave de la muerte y del mundo inferior”.
Él también ha vencido nuestra muerte
y nos abre a cada uno de nosotros la puerta para
la vida en plenitud.
Los iconos pascuales de la Iglesia oriental muestran iconográficamente
-a diferencia de la mayor parte de las representaciones occidentales del acontecimiento pascual-
no sólo la Resurrección de Jesús sino, al mismo tiempo, la resurrección de los seres humanos de todas las épocas.
Así lo hace este icono del siglo XVI:

 
El Resucitado está de pie como vencedor sobre las puertas que han saltado del infierno,
es decir, no sobre las puertas del ‘infierno’
sino más bien sobre las puertas apalancadas
del mundo de los muertos:
Esto también se expresa en la actual traducción del Credo Apostólico:
“descendió al Reino de los muertos”.
Pero Él descendió al obscuro mundo de la muerte
para salvar del poder de la muerte por Su Resurrección a todos los muertos de todos
los tiempos y hacerlos ascender al Reino de la Luz
y de la Vida.

Así, en este icono el Resucitado da la mano
a un hombre del pasado de forma compasiva
para facilitarle el paso a la Nueva Vida.
Muchos iconos pascuales representan
cómo Cristo libera del abismo de la muerte
con una mano a Adam y con la otra a Eva.
Y con frecuencia siguen a estos dos seres humanos primeros todos los demás personajes de la historia bíblica e innumerables personas anónimas,
a la postre todos nosotros, seres humanos como ellos.

Un icono no es naturalmente ninguna fotografía
y tampoco ninguna ‘demostración’ fotográfica
de la Resurrección.
Un icono es un testimonio artístico de la fe pascual
- un testimonio de fe, en el que la inmersión meditativa y la oración conducen el pincel del pintor de iconos.
El icono roza el ‘misterio más profundo de la fe’.

Todos nosotros lo tenemos difícil con este misterio de la fe por mucho que queramos esperar,
lo cual correspondería a la realidad.
Por eso podríamos estar agradecidos
a que el Evangelio haya dejado constancia
de la experiencia pascual de Tomás.
Sin embargo, se le ha desacreditado como
el ‘incrédulo Tomás”.
Pero el propio Resucitado no le ha reprendido
en absoluto.
Cristo comprende muy bien  que el Viernes Santo
haya dejado una herida dolorosa en el corazón de este Tomás.
Por eso Él le ayuda amorosamente a ‘comprender’
lo sucedido, literalmente y sobre todo en sentido figurado.

El domingo de Pascua también Él en Su amor había comprendido el deseo de María de Magdala,
de ‘tocarLe’,
por tanto, de ‘comprender’ lo que sucedía ante ella.
Aquella reacción de Jesús puede sonarnos dura:
“¡No me toques!” se dice en el texto original;
algo mitigado lo dice la traducción unificada:
“¡No me retengas!”
Jesús la ayuda a creer mediante el encuentro en la mañana de Pascua y mediante esa llamada personal por su nombre-
expresado de otro modo:
a través de una experiencia de fe intensa y totalmente personalizada.

También así ayuda Jesús a Tomás a creer-
de otro modo, pero también amoroso y totalmente individual:
¡Tomás Le puede tocar!
Pero el misterio de la fe permanece también para él:
Cómo el Resucitado pudo entrar a través de las puertas cerradas y de repente colocarse de modo misterioso ante él y ante los demás y así desaparecer también de nuevo, sigue siendo inexplicable.
También Tomás tendrá que vivir en la vida diaria y sobre todo en las tentaciones existenciales
-ciertamente como todos nosotros- de la fe.

Si aún lanzamos una breve mirada a todos los demás relatos pascuales, constatamos:
El Resucitado abre a Sus discípulas y discípulos,
cada vez de forma diferente y muy individual,
un acceso a la fe;
pero en todo caso permanece el misterio de la fe.

A los discípulos de Emaús, Jesús les explica
el sentido de la Sagrada Escritura y el significado más profundo de la Cena con Pan y Vino.
él les regala una experiencia de fe inolvidable
y, de este modo, los conduce al camino de la fe.
Pero al mismo tiempo también desaparece de su vista.
Tampoco se puede retener su experiencia pascual,
no está documentada con carta y un sello de lacre.
Quedan preguntas, queda el misterio de la fe.

De otra forma es la aparición de Jesús en el lago de Genesareth:
el fuego que calienta en la orilla, el Pan y el Pez,
la abundante pesca y el Extraño se halla en todos estos ‘signos’.
Sólo Juan, que estuvo especialmente cerca de Jesús, Le reconoce de modo instintivo.
En los demás se produce poco a poco
un presentimiento: Podría ser:
“Ninguno de ellos se atrevía a preguntarLe:
¿Quién eres tú?
Pues ellos ‘sabían’ que era el Señor.” Jn 21,12
¡Esto no es un saber demostrable!
¡Es un conocimiento de fe post-pascual!

Por tanto, Jesús ayuda a María de Magdala,
a los discípulos de Emaús, a Tomás y a todas las demás discípulas y discípulos a creer pascualmente,
pero sin desvelar realmente el ‘misterio de la fe’.
De la misma forma nos ayuda a nosotros también
a creer, en el caso de que éste sea nuestro deseo, nuestra nostalgia, nuestra oración.
Pero el misterio de la fe de poder ‘palpar con las manos’, por tanto, de ‘captar’ y de atravesar con nuestro entendimiento permanece prohibido para nosotros,
mientras vivamos en este tiempo con todas sus limitaciones.
Finalmente en esto no nos ha aventajado nada Tomás.

Pablo lo dice así:
“Ahora vemos en un espejo y vemos sólo contornos enigmáticos,
después veremos cara a cara.
Ahora conozco de forma imperfecta,
después conoceré a fondo…
Para ahora permanecen: la fe, la esperanza y
el amor, los tres:
pero el más excelso entre ellos es el amor.”
(1 Cor 13,12 s) –
el amor, , que sobre todo a María de Magdala,
pero también a Tomás y a todos los demás
y finalmente a nosotros en la actualidad
nos da fuerza para vivir de la fe pascual
y celebrar esta fe:
Señor, anunciamos Tu Muerte y
glorificamos Tu Resurrección,
hasta que Tú vengas en gloria.

Amén