Homilía para el Cuarto Domingo de Cuaresma (C)
10 Marzo 2013

Lectura: Jos 5,9-12
Evangelio: Lc 15,1-3.11-32
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Durante mis años en Göttingen, he presenciado desde la lejanía, por así decirlo, un experimento palpitante:
La muy feliz liberación del lince en los bosques del Harz.
Los animales liberados son puestos ante la necesidad de, en cierto modo, ‘emanciparse’:
Por ejemplo, antes eran cuidados por personas
en reservas de caza o en estaciones de cría
y ahora tienen que vivir naturalmente en condiciones de libertad.

También ahora hay que leer los textos bíblicos
del domingo actual como relatos de emancipación.
Por ejemplo, podemos comprender lo que nos relata la Lectura de Josué de la historia de Israel totalmente como un paso de emancipación del pueblo de Dios.
Durante muchas generaciones el pueblo había vivido en régimen de esclavitud en Egipto.
Durante este largo tiempo, se había quejado continuamente de su situación de esclavitud;
pero, al mismo tiempo, también se había acostumbrado a la vida allí y sobre todo 
a las ‘ollas de carne’ de Egipto.

En el camino hacia la libertad, al principio fue acompañado y protegido por Dios con solicitud,
como los linces de Harz por los biólogos
expertos en animales de caza.
En su caminar por el desierto fue colocado ante grandes desafíos.
El autoabastecimiento era manifiestamente difícil.
Algún día muchos israelitas ya no miraron como valor la libertad recién conseguida.
Más bien ansiaban de nuevo el aprovisionamiento
de Egipto, que era tan mezquino.
En esta situación, Dios interviene ayudando y
enviando un enjambre de codornices,
abriendo por medio de Moisés fuentes de agua
a borbotones y mandando que lloviese ‘maná’ del cielo.

Pero en algún momento, este periodo transitorio en el desierto se acabó.
La Lectura de Josué relata la llegada a la tierra de Canaán.
Ahora ya no había más maná, que se pudiese recoger sencillamente del suelo.
Los israelitas debían vivir de la cosecha de la tierra-
seguramente algo mejor que el maná.
Pero- desde ahora tenían que preocuparse de ellos mismos:
¡La cosecha tenía que ser conseguida!

¿Se pueden ligar a este historia de emancipación reflexiones para el nuevo pueblo de Dios, es decir, para la Iglesia?
También Jesús prestó ayuda a Sus discípulos y
a los primeros cristianos para su camino en la libertad post-pascual.
Podemos mencionar, por ejemplo, el encargo de Jesús a Pedro, según el cual él debía ser para la joven Iglesia como una roca y ‘fortalecer’ a las hermanas y hermanos.
Ahora forma parte de lo esencial en una ayuda
de emancipación que, poco a poco se vuelva a una creciente responsabilidad propia, a una estabilidad propia  y a la libertad.
En segundo término se podría preguntar a la historia eclesial si algo fundamental fue entendido erróneamente.
La creciente jerarquización de la Iglesia
¿es quizás la consecuencia de un gran malentendido?
¿Correspondía verdaderamente a la intención de Jesús el desarrollo del “fortalece a tus hermanos” como una jerarquía que a veces más bien parece ser una incapacitación de los hermanos?
Yo creo que en la Iglesia, como mínimo, alguna vez se debería reflexionar sobre esto.

Pero volvamos ahora a la segunda historia de emancipación, que relata el Evangelio.
Estamos acostumbrados a leer esta parábola del “hijo perdido” o del “padre misericordioso” como una historia de pecado y de perdón.
¡Naturalmente es una historia de pecado y de perdón!
Pero, quizás es también una historia de una emancipación lograda y de una emancipación
simplemente no lograda,
por tanto, una doble historia de emancipación.

Evidentemente no está lograda la emancipación
del hijo mayor:
Incluso bajo las condiciones de una familia patriarcal es más bien desacostumbrado que un hijo durante “tantos años haya servido al padre y nunca haya actuado contra su voluntad”.
Parece que nunca se permitió tener pensamientos propios, responsabilidad propia y tanto más
algo así como libertad personal.
Más bien él habrá tenido que tragarse toda la oposición y el descontento con su situación.
Todo esto se ha estancado en él
y ha ‘explotado’ ahora en el momento,
en que lo experimenta por la gran fiesta para el ‘haragán’ que ha vuelto.
Probablemente también le ‘sabe mal’
que él mismo nunca haya tenido valor
para andar por caminos propios como su hermano más joven.

Por el contrario, la historia de este hermano más joven es una historia de emancipación
como sacada de un libro ilustrado:
Aquí no se trata sólo –como se imagina a menudo–
de una vida permisible en todo lo posible.
Aquí también se halla la protesta de la pubertad y además la pregunta por el sentido de una vida,
como la llevan padre e hijo.
Todo esto puede ser real:
¿Trabajar, trabajar y trabajar continuamente?
¿Defender y aumentar al máximo posible la fortuna familiar?
Y ¿sino nada?

Bajo esta consideración, el premio Nóbel de la literatura francesa, André Gide, ha tratado esta parábola de un modo fascinante:
En el relato de André Gide, pregunta su madre
al que regresa por qué abandonó la familia y qué ha buscado fuera.
La respuesta: “Yo busqué… quien era yo”

La parábola bíblica ¿puede también ser significativa para nuestra fe en esta versión?
¡Yo pienso que sí!
Pues todo nosotros – no sólo los adolescentes-
debiéramos continuamente proponernos preguntas como éstas:
•    ¿Mi fe es verdaderamente mi fe?
•    ¿Es para mí como una prenda de vestir heredada y querida que, ciertamente para ser exactos, a mí no me va?
•    La comprensión de mi fe personal como fe de la Iglesia, por tanto, como fe de mi ‘casa paterna’ ¿hasta qué punto está cargada de tensión, o también es relajante o incluso fecunda?
•    ¿Puedo reaccionar constructivamente ante una persona joven que se marcha de la ‘casa de la fe’ para encontrarse a sí misma?
•    ¿reacciono más bien de forma enfadada, como un sabelotodo, decepcionado o resignado?

También como Iglesia, la parábola, en esta desacostumbrada versión, nos sitúa como Iglesia ante preguntas, a las que quizás debiéramos hallar una respuesta en este año de la fe:
•    ¿Cómo se diferencia la mediación de la fe de poner sobre la mesa las verdades de la fe?
•    ¿Cuánta pluralidad de fe tenemos que aceptar o incluso saludar como enriquecimiento?
•    ¿Cuánto deseo tenemos de que las personas jóvenes hallen su propia fe, incluso si ellas en el camino se distancian posiblemente de la Iglesia?
•    ¿Están las puertas de nuestra Iglesia ampliamente abiertas en todo tiempo y nosotros mismos con los brazos amorosamente abiertos aceptamos con alegría a los que buscan, preguntan y regresan?
•    ¿es para nosotros más importante que éstos firmen primero la confesión de fe oficial?

Yo creo que si nosotros hoy nos vamos a casa
con estas preguntas, vamos al mismo tiempo a casa
con preguntas sobre la culpa y la misericordia,
muy en el sentido de la cuaresma y de la conversión.

Amén