Homilía para el Segundo Domingo de Cuaresma (C)
24 Febrero 2013

Lectura: Flp 3,17-4,1
Evangelio: Lc 9,28b-36
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
“¡Nuestra patria está en el cielo!”
Pablo dice esto de sí mismo y no menos
de todas las discípulas y discípulos de Jesucristo
- entonces y ciertamente también hoy.
¿Referirían ustedes esta expresión de Pablo
a sí mismos de forma incondicional?
¿“Mi patria está en el cielo”?

¿Qué significa esta expresión?
Y ¿cómo podemos comprenderla?

Todos esperamos más o menos, que nuestra patria futura estará “en el cielo” alguna vez;
por tanto, que nosotros hallaremos la plenitud definitiva de nuestra vida en Dios.
Pero de esto tenemos sólo muy vagas nociones
y también con mucho gusto reprimimos
los pensamientos sobre esto porque van estrechamente unidos con los pensamientos sobre nuestra muerte.

Pero Pablo habla del ‘aquí y ahora’:
“¡Nuestra patria está en el cielo!”
Esto podría expresarse así – de forma muy personal referido a nosotros –:
Esta vida en Dios se nos hace a veces
 quizás incluso consciente:
    en la experiencia de la proximidad de Dios,
    en el encuentro con Él,
    en aquello que denominamos experiencia de Dios.
Experiencias tan impresionantes de Dios
como la que les fue ofrecida a Pedro, Juan y Santiago en el monte Tabor,
con toda probabilidad también las deseamos nosotros en vano.
Pero tampoco hoy es extraño a muchas personas creyentes y orantes la experiencia de
la cercanía de Dios.
Sólo, en aras de esta experiencia ‘merecería’ la pena aprender a orar y a practicar la oración también en la vida diaria.

“¡Nuestra patria está en el cielo!”
Pero esta expresión de Pablo no debiéramos entenderla sólo de un modo subjetivo e interior.
En un sentido más objetivo podríamos decir también:
“¡Nuestra patria está en el Reino de Dios!”
El Reino de Dios es no sólo el futuro esperado.
Recordamos la parábola de Jesús sobre el pequeño grano de mostaza:
“Pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se convierte en un árbol, hasta el punto de que los pájaros del cielo vienen y anidan en sus ramas.”
(Mt 13,32)
Por tanto, el Reino de Dios se halla actualmente
en un proceso de crecimiento, al cual nosotros,
como cristianos, estamos vinculados de forma activa.
Y cuanto más conscientemente nos vinculemos
a este proceso, tanto más nos sentiremos ya ahora
en el Reino de Dios como ‘en casa’.

Tanto la Lectura como también el Evangelio
nos sugieren comprender el proceso de crecimiento del Reino de Dios como el auténtico aspecto esencial del proceso de Creación total.
Aunque el relato de Creación provoca en primer lugar la impresión de que la Creación de Dios está concluida de una vez por todas,
no pocos teólogos comprenden este proceso como descripción poética de un proceso, que aún después de mucho tiempo no ha alcanzado su meta:
Es decir, un mundo según las ideas de su Creador-
un mundo, que como un mundo verdaderamente bueno participa del ser humano,
si éste verdaderamente se ha convertido en ser humano a imagen y semejanza de Dios.

Parte decisiva de este proceso de Creación y,
por tanto, también del proceso de crecimiento del Reino de Dios es el proceso de la encarnación del ser humano.
Pero para la consumación total de la Creación
es necesario el “SÍ” libre del ser humano.
Sin la posibilidad de una decisión libre,
el ser humano sería finalmente sólo una marioneta y precisamente no imagen y semejanza de Dios.

Aquí está el problema ¡de que Dios se ha comprometido con Su Creación – con la libertad
del ser humano.
Enteramente consciente y con optimismo asombroso
el Creador se ha buscado este problema.
¡Motiven ustedes a un ser humano en el estadio
de desarrollo actual del ‘homo sapiens’ a una actitud fundamental de justicia, amor y paz,
a una colaboración comprometida
con el Reino de la justicia, del amor y de la paz!
Y, bien entendido, ¡en libertad y en menoscabo
de sus propios intereses!
¡Aquí tampoco ayuda ninguna omnipotencia!
Aquí a largo plazo sólo el amor puede alcanzar algo.

Ciertamente este problema de la necesaria libertad, por la dignidad del ser humano, está también
en el fondo de la Lectura y del Evangelio de hoy.
Pablo habla “entre lágrimas” de aquellos que,
en su ‘libertad’, son enemigos de la Cruz de Cristo
y, por tanto, enemigos del amor de Dios.
Dice Pablo que ellos se deciden por otros ‘dioses’ según su gusto propio y terreno y cuando este gusto es muy primitivo ‘su dios es el vientre’.
“Su gloria consiste en su vergüenza”, dice Pablo.
Nosotros quizás diríamos:
¡Que caiga la vergüenza sobre ellos!

En segundo plano del Evangelio se halla el ídolo del poder, por el que los seres humanos se deciden continuamente.
Al servicio del poder llevan a Jesús a la Cruz.
¡Dios no puede impedirlo por amor a la libertad del ser humano!
Él puede acompañar el camino de Jesús hacia la Cruz.
Él sólo puede –dicho muy literalmente–
com-padecer con Jesús, Su Hijo.
Sino Él sería infiel a Sí mismo y a Su Creación.
Ahora, en el Tabor, Dios regala a los discípulos de Jesús una vista visionaria de aquella clara luz pascual de la mañana de Pascua,
que debe reforzarles para el Via Crucis de Jesús,
en una confiada esperanza de la auténtica venida
del Reino de Dios.

También hoy Dios es impotente
Frente a la maldad humana y frente a todo sufrimiento, que los seres humanos producen en este mundo.
Su respuesta es la respuesta del amor divino.
Este amor, que en la Pasión de Jesús se manifiesta,
finalmente ganará a los seres humanos y los transformará no contra sino con su libertad en personas según Su imagen y semejanza.
Finalmente así se consumará tanto la Creación
como también el Reino de Dios.
Entonces se mostrará el amor de Dios como amor ‘todopoderoso’.
Lectura y Evangelio de este domingo nos quieren ganar en libertad para confiar y dejarnos contagiar por el propio ‘optimismo’ de Dios.

Amén.