Homilía para el Sexto Domingo de Pascua (B)
13 Mayo 2012
Lecturas: Hch 10, 25-26.34-35.44-48/1 Jn 4,7-10
Evangelio: Jn 15,9-17
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Pregunten ustedes en una tertulia cualquiera
de conocidos y amigos qué es lo decisivo para ser cristiano.
Ustedes escucharán sobre todo una única respuesta:
¡Lo más importante es el amor!

Esta respuesta es absolutamente cierta.
El problema está sólo en que
¡es al mismo tiempo más o menos insulsa!
Porque ¡¿qué quiere decir ‘amor’?!
•    Los amigos de la ópera ‘aman’ su teatro.
•    Los FC-Fans ‘aman’ su equipo.
•    Los jóvenes ‘aman’ sus aficiones.
•    Y naturalmente uno puede ‘amar’ también comprar y consumir.
Cuanto más hablemos del amor de forma inflacionista tanto más ahuecaremos esta idea.

Ya hace años en una clase de religión de una escuela profesional traté de la comprensión cristiana del amor.
Evidentemente los alumnos no te comprenden.
Por tanto, les pregunté que les sugería el tema ‘amor’.
Entonces hablaron bastante sinceramente de sus amistades con chicas y de ninguna otra cosa.
A mi pregunta sobre cómo denominarían la relación con sus padres, la respuesta rápida fue:
“¡Yo los quiero!
Pero ¿amor? No, amor no les tengo!”
Entonces yo me pregunté cómo la Iglesia en estas circunstancias podría anunciar aún su mensaje del amor de Dios;
y cómo podría motivar con este embrollado lenguaje una vida según el mensaje del amor de Jesús.

Hoy – y no por casualidad en uno de los domingos de Pascua – se trata precisamente de ello:
¡De aquel amor que constituye el núcleo del Evangelio!
* Los Hechos de los Apóstoles hacen saltar
por los aires los límites convencionales del amor:
El amor de Dios rebasa nuestras esperanzas.
Por ejemplo, abarca también a los “paganos”;
más aún: ¡Abarca sencillamente a todos!
(Piensen ustedes en la discusión sobre el “por todos” y el “por muchos” de que se habló el último domingo.)

* La Lectura de la primera Carta de Juan y precisamente el Evangelio ponen vertiginosamente alto el listón de nuestro amor:
la medida de nuestro amor es el propio amor de Dios.
Y éste se manifiesta en la vida y en la muerte de Su Hijo:
“No hay amor más grande que el del que entrega su vida por sus amigos.”

¿Cómo se puede cambiar esta enorme exigencia
en moneda diaria?

En primer lugar, debía estar claro:
Sería demasiado barato comprender el amor como un “sed amables los unos con los otros”.
Además debía estar claro también:
No se trata de sentimientos ambiciosos.
Más bien se trata de un “Sí” fundamental al otro,
independientemente de que no cause un sentimiento de simpatía.

Pero, por otra parte, también tendríamos que dejar claro:
Amor no tiene nada que ver con ‘rendimiento’,
ni con ‘aún más rendimiento’.
Además debía estar claro:
¡Esto sería totalmente superior a nuestras fuerzas!
¡El amor es más bien un regalo!
“El amor procede de Dios… porque sólo Dios es amor.”
Todos nosotros somos creados desde el principio a imagen y semejanza de Dios.
Desde el principio llevamos dentro de nosotros el amor, no como algo a lo que pudiéramos renunciar,
sino como aquel núcleo característico, que nos hace personas y sin el que nosotros no seríamos lo que somos.

Aquí y allí yo he hablado de las diferentes conexiones de esto, de que debiéramos mirar
‘con buenos ojos’.
En el fondo ‘mirar con buenos ojos’ significa,
‘mirar con los ojos de Dios’, con los ojos amorosos de Dios.
Esta forma de mirar con ojos amorosos y, en general con aquel amor, que es de Dios,
de acercarse a los seres humanos, de dirigirnos a ellos, la podemos copiar de Jesús.
Bajo esta consideración debiéramos leer continuamente el Nuevo testamento y sobre todo los Evangelios.

Entonces rápidamente nos quedaría claro:
* cómo Jesús ha convertido a las personas en seres humanos, contemplándolas con los ojos amorosos del Padre;
* cómo  Jesús ha curado a las personas;
*cómo Jesús ha regalado a los pobres
y a los pequeños una nueva auto-conciencia mediante el amor atento con el que Él se acercaba
a ellos;
cómo Jesús integraba a los despreciados y a los parias, percibiendo con ojos amorosos su soledad, sus preocupaciones y su tristeza
y despertaba de nuevo su capacidad de comunicación, buscando Él, por Su parte, comunicación y diálogo.

Ustedes descubrirán, al mirar la vida de Jesús, muchas posibilidades nuevas del amor vivido
de forma práctica.
No se trata de esfuerzos especiales,
se trata de las pequeñas cosas diarias,
que transforman su (de ustedes) propia vida y la vida de las personas de su (de ustedes) entorno, haciéndola feliz.

Además si ustedes buscan sugerencias prácticas
para un amor vivido en lo cotidiano, lean ustedes de nuevo el famoso capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios del Apóstol Pablo.
Muchos denominan este texto el ‘Cantar de los Cantares del amor’.
Pero este ‘cantar’ es muy diferente que lo puramente poético.
Recuerden ustedes:
“El amor es paciente,
el amor es servicial,
no es envidioso,
no es jactancioso,
no se engríe, es decoroso,
no busca su interés,
no se irrita,
no toma en cuenta el mal…”

¡Nada más cerca de la vida diaria!
Continuamente se elige este texto como Lectura de las Misas nupciales.
Si lo dicho entonces por los contrayentes
también se vive en lo cotidiano,
en ello se halla casi una garantía para el éxito del matrimonio.
Pero – Lectura de boda aquí y allí–
el ‘Cantar de los Cantares del amor’ es algo así como una “receta” para toda relación interhumana
y también para las relaciones molestas.

Por tanto, la misión de Jesús es para el día a día:
“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”
Y otra vez al final para que no se extinga:
“¡Esto os encomiendo: Amaos unos a otros!”

Amén.