Homilía para el Tercer Domingo de Pascua (B)
22 Abril 2012
Evangelio: Lc 24,35-48
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En la tradición cristiana, el Apóstol Tomás está marcado a fuego como el “incrédulo Tomás”.
Todos ustedes conocen las palabras decisivas con las que él adquirió esta mala fama:
“¡Si yo no veo las heridas de los clavos en Su manos y si no meto mis dedos en las heridas de los clavos y mi mano en Su costado, yo no creo!”

Pero se podía indagar continuamente la arrogancia de los creyentes de forma crítica porque en último caso no es Tomás el único que tuvo sus problemas con la fe pascual.
Y las personas creyentes-científicas de la modernidad no son de ningún modo los primeros escépticos.
¡Contemplemos los relatos bíblicos pascuales más exactamente!
Estos son casi todos testimonios de increencia.

Por ejemplo, el Evangelio de hoy liga con el encuentro pascual de los discípulos de Emaús,
que fueron de camino varios kilómetros en compañía del Resucitado.
Él les aclaró por el camino los antiguos textos bíblicos.
por tanto, ellos Le vieron y le oyeron también hablar;
¡pero no llegaron a la fe!
Cuando Él en la mesa partió el pan para ellos,
se les abrieron los ojos.
Pero, en este momento ya no Le vieron más de nuevo.
En la reflexión posterior comprenden:
“¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba
en el camino y nos explicaba el sentido de la Escritura?”

De nuevo en Jerusalem –aún antes de que ellos lo pudieran contar– les sorprenden los otros discípulos con la noticia:
“El Señor verdaderamente ha resucitado y se ha aparecido a Simón.”
Pero que Simón sólo había visto la tumba vacía y las vendas de lino – esto ellos no lo contaban.
Simón había regresado a casa “sorprendido” y también pensativo.
Probablemente se había apartado del juicio precipitado de que los relatos pascuales
de las mujeres no eran más que “chismes”.
Pero de una verdadera confesión de fe estaban
¡él y todos los demás aún muy lejos!

En la continuación del relato de Lucas,
que hemos escuchado en el Evangelio de hoy, 
esto queda claro.
La aparición de Jesús dispara susto y consternación en todos los asistentes, sin exceptuar a Simón.
Jesús tiene que disipar con gran esfuerzo,
duda y temor:
“¡Tocadme…!
Él les muestra Sus manos y Sus pies.”
Él les pidió un trozo de pescado asado y
lo comió ante sus ojos.
Entonces surge despacio alegría,
lo hemos oído ya el domingo pasado en el relato
del Evangelio de Juan.
Pero Lucas dice expresamente:
“¡Ellos aún no podían creer de alegría!”
Entonces Él también les aclara la Escritura –
como ya había hecho en el camino de Emaús.
Parece que la comprensión de la Escritura es más importante para un paulatino despertar y crecer
en la fe que el ver y tocar,
más importante que toda percepción empírica.
El Evangelio de Lucas no cuenta ningún otro relato pascual.
Sólo sigue una referencia muy corta a la ascensión de Jesús.
Sin embargo, el Evangelio de Juan transmite además una aparición de Jesús en el lago de Genezareth.
Esto prolonga el espacio temporal de Pascua aún varias semanas.
Pero incluso tampoco se puede en este tiempo hablar verdaderamente de la fe pascual de los discípulos.
Ellos ven en Él ahora más bien a un “extraño”.
En Juan el signo de la pesca copiosa deja que arda en todo caso un presentimiento de fe.
Simón Pedro se deja contagiar por ello.
Para ambos y, después, para todos los demás,
este presentimiento se convierte en una
“casi-certeza”, cuando Jesús en la orilla los invita
a una comida con pan y pez.
Lo insegura que todavía es esta certeza de fe lo demuestra la observación del Evangelio:
“Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres?
Pues sabían que era el Señor.” (Jn 21,12)

También aquí salta a la vista un paralelo con el relato de Emaús:
Ya se habla de la comprensión de las conexiones de la Sagrada Escritura.
Aquí está en primer plano la invitación a la comida.
En Emaús era una comida con pan y vino,
aquí en el lago es una comida con pan y pez.
Pero tanto aquí como allí se trata de aquella
“cena del Señor”, que denominamos Eucaristía.
Para el autor del tardío Evangelio de Juan ya era
el pez sencillamente el símbolo de Cristo:
ICHTYS= Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.

En el camino de la fe pascual también son para nosotros irrenunciables la comprensión de la Escritura y la celebración de la Cena del Señor.

Además está claro en los relatos pascuales:
Que el “ver” y el “tocar” no ayudó a los discípulos entonces a creer verdaderamente.
Esto es válido incluso para Tomás, al que Jesús dijo:
“Porque me has visto crees.” (Jn 20,29)
Pues tampoco para su fe es decisivo el ver empírico.
Más bien también él llega a la fe de forma progresiva, mediante una experiencia totalizante
y más completa del encuentro con el Resucitado.

Lo que se quiere decir con ello es quizás mucho más fácilmente comprensible mediante una mirada a la experiencia de encuentro de María de Magdala
en el amanecer de la mañana de Pascua.
La comprobación empírica de que
“la tumba está vacía” no lleva al pensamiento sobre la Resurrección, pues no habla de la fe pascual.
Después ella “vio” a Jesús; pero no Le reconoció, sino que Le tomó por el jardinero.
El modo con el que Jesús la llama –“María” –
este afecto totalmente personal,
que es absolutamente único y que no se puede generalizar,
esta “metaexperiencia” de encuentro enciende la fe personal de la mujer.
Y esta fe personal, halla su expresión totalmente personal en la palabra amorosa “Rabonni”, que es expresión suya sólo.

Por consiguiente:
¡Como resultado del “ver” y “tocar”,
como resultado de la experiencia empírica
no se produce ninguna fe!.
Pero con la experiencia tiene mucho que ver la fe.
Se trata de una experiencia totalmente humana,
por tanto, una experiencia que abarca todas las dimensiones de la existencia humana.
En todos los ámbitos de la vida de este mundo hay en último término experiencias, que empíricamente no son verificables.
Piensen ustedes en todas las experiencias interhumanas en torno al amor.
También la experiencia de la creatividad espiritual se sustrae a la intervención científica.
Tanto más esto es válido para todo ámbito “metafísico” que choca con la cuestión sobre lo que sustenta todas nuestras experiencias y la vida en su totalidad y sobre todo con la cuestión de Dios.

Cuando este -último– ámbito religioso es una dimensión esencial de la vida humana,
entonces naturalmente también las experiencias religiosas y metafísicas  son experiencias muy esenciales para nuestra vida.

Las experiencias pascuales comienzan posiblemente con la percepción sensorial de “signos”, de referencias.
Pero más importantes son los encuentros personales con testigos creíbles del mensaje pascual.
Acto seguido es importante una comprensión interior de la Sagrada Escritura.
Y finalmente es irrenunciable el encuentro personal
con el Resucitado mismo.
Esta experiencia no es de ningún modo tan insólita como quizás en un primer momento pudo parecer.
Pero como entonces también hoy llega en un encuentro así para que Le reconozcamos.

Este es mi deseo pascual para todos nosotros:
Que se nos caigan las escamas de los ojos
y que continuamente reconozcamos al Resucitado
como y donde Él nos quiera encontrar.

Amén.