Homilía para el Quinto Domingo de Cuaresma (B)
25 Marzo 2012
Evangelio: Jn 12,20-32
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hace catorce días se trató de la obediencia de Jesús:
De su amorosa identificación sin reservas
con Su Padre del cielo, con la voluntad del Padre
y con Su misión para la salvación de la humanidad.
Contra las resistencias de este mundo,
Jesús se decide por Su “Sí”, incluso ante la amenazante muerte de Cruz.
La situación finalmente se agudiza para Él,
de tal modo que le queda claro que: “Ha llegado la  hora!” Es ya inminente.

Bajo esta impresión, suena ya en el Evangelio de Juan la necesidad existencial de la hora nocturna
en el huerto de Getsemaní:
“Mi alma está conmovida”.
Pero Juan no se puede imaginar que Jesús
-como en la tradición de los otros Evangelios- ora:
“¡Padre, sálvame de esta hora!”
Juan interpreta así esta tradición:
“¿Qué puedo decir: Padre, sálvame de esta hora?”
Para la fe pascual de Juan es seguro que:
Esta muerte en la Cruz tiene desde el principio
el mismo significado que la glorificación de Jesús;
Y en esta glorificación del Hijo del Hombre
es glorificado Dios mismo.
Así suena la oración de Jesús según Juan:
“¡Padre, glorifica tu Nombre!”
Y una voz del cielo, que corresponde a la aparición del ángel en el Monte de los Olivos confirma
esta glorificación de la muerte en Cruz y además:
“Yo ya le he glorificado y le glorificaré de nuevo.”

Ya para Juan –como para nosotros hoy-
Viernes Santo está desde el principio y por completo en la luz resplandeciente de la mañana de Pascua.
Desde esta perspectiva pascual interpreta Juan
la muerte de Jesús con la imagen:
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
se queda solo, pero si muere produce mucho fruto.”

Aquí Jesús en Su amor se hace totalmente uno
con la misión del Padre y entrega por ello Su vida hasta sus últimas consecuencias.
Pero en los tiempos de Juan ya está también claro
lo cierta que es la palabra de Jesús:
“Si a Mí me han perseguido,
también a vosotros os perseguirán…”(Jn 15,20).
De este modo refiere Juan la palabra del grano
de trigo no sólo al propio Jesús.
Él la extiende más bien a una exigencia ética general para todos aquellos que sigan a Jesús:
“Quien guarde su vida la perderá,
pero quien menosprecie su vida en este mundo,
la conservará hasta en la vida eterna.”

Desde el principio los mártires tuvieron una alta estima en la Iglesia.
Ellos dieron y dan testimonio de su fe con la entrega de su vida.
De este modo, siguen con su pasión y muerte a Cristo crucificado hasta sus últimas consecuencias.
El martirio cristiano es no sólo una realidad histórica.
Más bien en la historia de la Iglesia no se dieron nunca como en nuestra época tantos cristianos
que fueran perseguidos por su fe.

Pero ahora se nos plantea la pregunta sobre
lo que puede significar para nosotros, que podemos vivir nuestra fe en paz, la palabra del grano de trigo.
Totalmente en el sentido de Jun es, en todo caso,
morir una “vida en este mundo”,
porque Juan entiende por “mundo”, no como nosotros, toda la Creación;
más bien Juan utiliza la palabra “mundo” para la realidad dominada por los poderes del mal y que está lejos de Dios.
Por tanto, quien esté apegado a una vida que está marcada por el egoísmo, por el querer tener y
por la avidez de poder, éste, en sentido exacto,
ya la ha perdido aún cuando a primera vista
se pudiera tener una impresión muy diferente.

En el sentido de Juan y también en el sentido de Jesús, podríamos relatar la palabra central del Evangelio de hoy también así:
“Quien se agarra a las propias preferencias
y a las prioridades de su vida,
al final perderá calidad de vida.
Pero quien interiormente es tan libre que,
en cada situación de su vida, puede preguntarse
por las prioridades del mensaje de Jesús y
orientarse hacia ellas, logrará un vida plena y feliz.”

Todavía expresado de otra forma:
En alemán lingüísticamente vida y amor van unidos.
Tanto más fundamenta el amor una vida plena,
según el Evangelio.
Sin un amor que se dirija sobre todo a los débiles con el corazón y las manos,
no hay una vida que merezca este nombre.
El núcleo de lo que podría denominarse
la autorrealización cristiana es aquel amor humano extenso que graba la vida y el mensaje de Jesús.
Este amor nos permite también conservar nuestra vida para la plenitud de la vida eterna,
que celebramos en Pascua.

Amén.