Homilía para el Tercer Domingo de Cuaresma (B)
11 Marzo 2012
Lectura: Ex 20,1-17
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡Los Diez Mandamientos!
En todo caso para los mayores de entre nosotros
son familiares desde la más temprana niñez.
Hubo tiempos, en los que yo era de la opinión:
Estos Diez Mandamientos expresan verdaderamente sólo un mínimo de todo lo que es necesario para una vida en común con éxito entre las personas.
Hoy soy más modesto y opino:
Si la humanidad, al menos se pusiese de acuerdo en estos Diez Mandamientos y los practicase,
entonces viviríamos aquí ya como en un paraíso.

¿Saben ustedes qué antigüedad tienen estos Diez Mandamientos?
Probablemente en su núcleo probablemente se remontan al siglo XIII antes de Cristo.
Esto significa ¡que tienen algo más de tres mil años!
Ciertamente algo se ha hecho desde entonces:
Los pueblos, por ejemplo, se han puesto de acuerdo en la declaración de los Derechos Humanos.
Pero si después se contempla la praxis actual de la vida en común de la humanidad y también de las sociedades individuales (como la nuestra),
entonces se podría caer en un pesimismo insondable.

Y esto, aunque ya el Antiguo Testamento exige
la obediencia de las personas frente a los mandatos de Dios y aunque los profetas no se cansan
de señalar la miseria de este mundo como una consecuencia de la desobediencia frente a Dios.

Todavía Jesús da un paso esencial:
No se trata sólo de un cumplimiento de los mandamientos al pie de la letra;
se trata, más bien de la obediencia hasta en la convicción.
Él pone como ejemplo:
“Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, porque quien mata será reo de juicio.
Pero Yo os digo:
Que también será reo de juicio todo el que calumnia a su hermano” (Mt 5,21).
Según Pablo, “fe” es en último término
la confesión obediente del Evangelio de Jesucristo
(2 Cor 9,13), de la doctrina de este mensaje (Rm 6,17) y de la verdad de Dios (1 Pe 1,22).

El pasado domingo se trataba más bien del abuso de la idea de “sacrificio”.
Con frecuencia sobre  la “obediencia” el discurso no es menos abusivo.
Sobre ello debiéramos hoy reflexionar un poco.
Quizás ustedes recuerden aquel versículo
del Primer Libro de Samuel, que pone en relación mutua ambas ideas:
“Verdaderamente obediencia es mejor que sacrificio,
escuchar mejor que la grasa de los carneros”
Y tanto más recuerdan ustedes el “sacrificio de la Cruz” de Jesús,
que fue la consecuencia de su obediencia inquebrantable ante la misión del Padre.
En el famoso himno cristológico de la
Carta a los Filipenses está conexión está:
expresada de forma muy estrecha:
“Él – Cristo- fue obediente hasta la muerte
y muerte de Cruz.” (Flp 2.8)

¿Qué clase de obediencia es esta de la que se habla en la Sagrada Escritura?
A veces hablamos críticamente de “obediencia cadavérica” o también de “obediencia ciega”.
Nuestra experiencia de fondo es aquella obediencia que exigen más o menos los sistemas dictatoriales.
Esta obediencia autoritaria quiere eliminar en los subordinados el propio pensamiento e incluso la propia conciencia.
Los mayores de nosotros experimentamos esto en la época del dominio nazi o también bajo el dominio comunista con la consigna: “¡El partido siempre tiene razón!”

Naturalmente nada tiene que ver con este modo
de obediencia, la obediencia ante Dios.
Y tanto más la obediencia de Jesús frente al Padre
es algo muy diferente.

Quizás podemos acercarnos muy bien a una comprensión de esta obediencia cuando contemplamos la obediencia incondicionalmente confiada, que a veces podemos observar
en los niños respecto a sus padres.
Ciertamente resulta de la confianza sin reservas en el amor de los padres, el que los hijos se abandonen en ellos, que se dejen caer en sus brazos y
que les sigan y, en este sentido, les sean obedientes.
No por casualidad usamos en alemán las palabras “seguidor” y “obediente” casi indistintamente.

En la crisis, la confiada obediencia de los hijos cae,
cuando chocan con los límites y debilidades
de sus padres;
y sobre todo cuando descubren su propio Yo,
su propia voluntad y su necesidad muy personal de libertad.
Para los padres no es siempre fácil, encontrarse con sus hijos como personalidades autónomas,
favorecer su autonomía y su propia responsabilidad, conducir hacia la libertad pasa a paso y
sobre todo hacerles experimentable:
Nosotros estamos aquí para ti, -para lo que también pueda venir, te queremos –así como tú eres.

La Sagrada Escritura se puede leer como la automanifestación del amor de Dios.
¡La Biblia es un documento fascinante del amor misericordioso de Dios a los seres humanos siempre y continuamente y a pesar de todo, comenzado
en el relato de Creación y después otra vez
en la catástrofe de la primera caída en el pecado y
en el segundo plano del poder sin piedad que se extiende por la historia de la humanidad!
El nombre de Dios, con el que Él se da a conocer a Moisés expresa esto exactamente:
¡Yo estoy presente. Estoy presente para vosotros!

Y a tantas personas que también abusan de su libertad, el amor de Dios las conduce continuamente a la libertad auténtica.
Nuestras hermanas y hermanos judíos celebran a Dios sobre todo como Aquel que los liberó de la esclavitud de Egipto.
Y a ello se une nuestra liturgia pascual
cuando ve en nuestra salvación mediante la muerte y la resurrección de Jesucristo la plenitud del actuar liberador de Dios.

El amor de Dios nos conduce a la libertad y no desea nada más ardientemente que el que nosotros la hallemos para nosotros mismos, para nuestra propia plenitud y para una vida feliz.
Con este fondo y con la confianza de que Él quiere el bien para nosotros, podemos aceptarle obedientemente y decir con Jesús:
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y concluir Su obra.” (Jn 4,34)

Con este fondo debiéramos leer otra vez con ojos nuevos los Diez Mandamientos como lo ha propuesto el P. Werner Holter S.J. en la carta parroquial actual de Sankt Peter:

I. Serás libre si tú no equiparas nada a Dios.
Él será el único punto de referencia de tu vida.
Toda idolatría te quita la libertad.

II. Serás libre si tú puedes confiar en el Nombre de Dios:
“Yo soy el que soy”
Tú experimentarás en el temor y la estrechez
Su anchura, en la desesperación y en la necesidad, Su cercanía,
Y cuenta con que Dios quiere estar presente en tu vida de forma continuamente nueva y con frecuencia inesperada.

III. Serás libre si tú puedes aceptar que tus obras y tus éxitos no significan todo.
Tu vida es infinitamente más valiosa.
De vez en cuando detente y organízate una fiesta de la vida por esta riqueza regalada.

IV. Serás libre si tú puedes dar gracias por el don previo de tus padres.
Quizás esto no es siempre fácil.
Pero forma parte de tu personalidad que aprendas
a aceptarte y a amarte con tu origen y tus cuños.
Y ten presente, que tú no eres el origen de tu vida.

V. Serás libre si tú puedes respetar la vida de los demás y experimentas a muchos de ellos como regalo.
Cuida una cultura de la vida y de la vitalidad,
que se resista a todo lo que mata.

VI. Serás libre si tú puedes amar a las personas por amor a ellas mismas.
No utilices a nadie como medio para tus objetivos y para algunos propósitos.
No encadenes a las personas a ti sino proporcionales apoyo en Dios y en sí mismas.

VII. Serás libre si tú no limitas el valor de tu vida a lo que tienes.
No te hace valioso el tener y el poseer,
sino lo que estés dispuesto a dar libremente
y con amor.
VIII. Serás libre si tú eres verdadero.
La verdad os hará libres.
Las mentiras destruyen la confianza y las relaciones,
La mentira existencial impide tu felicidad.

IX. Serás libre si tú hallas paz en lo profundo de tu corazón, esto significa que puedes estar contento.
La intranquilidad apremiante, la necesidad de poseer imprescindiblemente esto o aquello o de tener que alcanzarlo es como una molesta obligación, que te enferma. Descubre lo más valioso en ti:
Tu indestructible dignidad que te regala Dios.

X. Serás libre si tú puedes respetar relaciones existentes o nacientes.
Amor y amistades no se pueden forzar.
Las experiencias de amor verdadero son
siempre un regalo.