Homilía para el Segundo Domingo de Cuaresma (B)
4 Marzo 2012
Lectura: Gn 22,1-18 (abreviado)
Evangelio: Mc 9,2-12
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En la Lectura de hoy hemos escuchado una historia conmovedora, según nuestras ideas incluso una historia escandalosa.
¿El Dios de Abraham, el que le exige el sacrificio
de su propio hijo, es verdaderamente el Dios de Jesucristo?
¿Es verdaderamente nuestro Dios, en el que creemos, en el que ponemos todo nuestra esperanza y al que quisiéramos amar de todo corazón?

Después también el Evangelio de este domingo apunta hacia un sacrificio “escandaloso”:
El Evangelio alude a la muerte de Jesucristo,
a Su muerte en la Cruz.
En la tradición de la Iglesia hablamos del “sacrificio de la Cruz” e incluso decimos:
Dios mismo sacrifica a Su Hijo como víctima expiatoria por nuestros pecados.
Como consecuencia de un cierto paralelismo
con la inmolación de Isaac, la Iglesia puso en relación mutua ambos textos para este domingo.

Lo escandaloso de ambos textos debiera inducirnos a reflexionar un poco sobre la idea de “sacrificio”.
Finalmente se abusó con mucha frecuencia de esta idea.
Para mí personalmente el lenguaje del “sacrificio”
es obsoleto, ya que incluso en las criminales guerras mundiales se habló de la “muerte sacrificial”
de nuestros soldados “por la patria”
y de que tales formulaciones se hallan todavía hoy en algunos monumentos a los caídos.
Ya en el antiguo Testamento se hallan textos absolutamente críticos con el sacrificio.
Incluso nuestra Lectura sobre la inmolación de Isaac es en su núcleo una crítica al sacrificio:
En la historia de las religiones marca un giro muy decisivo.
Sobre todo atestigua en contra de tradición difundida:
¡Dios no quiere ningún sacrificio humano!
Con ello se pone en claro:
Generalmente no depende de la ofrenda
-que todavía también puede ser muy valiosa-
sino que más bien se trata en el fondo de la obediencia ante Dios.

De acuerdo con esto se dice en el Primer Libro de Samuel:
“¿Se complace el Señor en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del Señor?
Verdaderamente la obediencia es mejor que el sacrificio.
Escuchar mejor que la grasa de los terneros.”
(1Sam 15,22)

En el mismo sentido dice el Libro de los Proverbios:
“Al Señor le gusta más el practicar la justicia y el derecho que la muerte en la batalla.” (Prov 21,3)
Textos muy semejantes hallamos en los profetas.

En el Evangelio, Jesús hace suya la crítica a los sacrificios:
“Aprender lo que significa:
misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9,13)

Pero entonces ¿en qué sentido se puede hablar del “sacrificio de Jesús en la Cruz?
Ciertamente fue “sacrificado” por los poderosos de Su tiempo, por sus poderosos intereses políticos.
Pero ¡esto no se expresa bien con el “sacrificio de la Cruz”.
Yo también parto de que el propio Jesús no trataba de reventar en la Cruz miserablemente.
Tampoco puede ser voluntad de Dios la muerte de Jesús en la Cruz como tampoco la muerte sacrificial de Isaac era voluntad de Dios.

Jesús tenía una misión del Padre:
Él le había enviado para reconciliar definitivamente a la humanidad con Dios,
para salvarla de sus implicaciones en el temor
y en la culpa,
para fundamentar una nueva y eterna Alianza de Dios con los seres humanos y
para anunciar el comienzo del Reino de Dios.
A esta misión, Él se había comprometido en obediencia y sin poner reparos incluso
con la entrega de Su vida.

En su oración en el Huerto de los Olivos y ante la inevitable Pasión, Jesús se confiesa incondicionalmente en obediencia a la voluntad de Dios.
A menudo se interpreta esta oración como el “sacrificio de la Cruz” por voluntad del Padre.
Pero me parece que ¡también aquí se trata de la misión de Jesús!
Sin embargo, traicionaría esta misión en la situación concreta, si Él huyera ante la muerte.
Por consiguiente, el “sacrificio de la Cruz” no es lo “primero” de la voluntad del Padre, sino la fidelidad de Jesús a Su misión, incluso si de ella se sigue de forma inevitable, pero “secundaria” la aceptación de la muerte de Cruz.

En este sentido, la Carta a los Hebreos refiere el Salmo 40 a Jesús:
“Sacrificio y oblación, Tú no quieres.
Holocaustos y sacrificios por el pecado, Tú no pides.
Sin embargo, Tú has enraizado en mí la escucha,
por eso yo digo: vengo… para hacer Tu voluntad, Dios mío…llevo tu mandato en el corazón.
Yo anuncio justicia en la gran asamblea,
no cierro mis labios, Tú lo sabes.
No oculto en el corazón tu justicia,
hablo de tu fidelidad y ayuda,
no callo tu benevolencia y verdad
ante la gran asamblea.”
(cf. Sal 40,7-11 y Hb 10,5-10)
Incluso no debo ni puedo callar,
¡aunque la resistencia de las gentes contra
Tu mensaje me lleve a la Cruz!.

Jesús ya había sentido esta resistencia, incluso odio de las personas contra Dios, cuando Él decía a Sus discípulos:
“Nadie tiene un amor más grande que el que entrega su vida por sus amigos.” (Jn 15,13).
El amor de Jesús se manifiesta en su identificación incondicional con el amor del Padre,
que brota de Su misión y de Su mensaje.
Jesús responde de esta misión de amor y la garantiza
hasta en Su muerte en la Cruz.

Amén