Homilía para el Quinto Domingo de Pascua
22 Mayo 2011
Evangelio: Jn 14,1-12
Autor: P. Heribert Graab S.J.
1.    En algún momento he presentado ya en una homilía una caricatura de Moisés muy acertada:
Moisés baja ágil del Monte Sinaí con las dos tablas de la Ley de piedra.
Le sigue toda una caravana de porteadores,
que se quejan muy abatidos por el peso de innumerables preceptos.
Verdaderamente la así llamada Ley del Sinaí estaba pensada como “mandamiento” de Dios para Su pueblo elegido.
Los seres humanos hicieron de él frecuentemente con detallados preceptos, párrafos abrumadores, prescripciones y leyes.

En el punto culminante de la historia humana Dios mismo se hace ser humano.
Con ello nos manifiesta en Jesucristo de un modo nuevo e insuperable, lo que significa ser un ser humano, y como la “Encarnación” puede tener éxito.
Jesucristo es el “Camino”, por el cual podemos llegar a la meta de una existencia humana feliz.
Pero – como ellos son desconfiados– las personas sucumben continuamente a la tentación de promulgar preceptos propios.
Así se extendió el mensaje vital de Jesús de la misma forma que el “mandamiento” del Sinaí:
No sólo fue aclarado sino interpretado de forma obligatoria en códices morales y en catecismos “eternamente” válidos.
No se sabe lo que los “sencillos creyentes”,
en caso contrario, hubieran sacado de la lectura del mensaje de Jesús.
Ciertamente a todos los creyentes en el Bautismo y
en la Confirmación les es regalado el Espíritu de Dios;
pero en la fe en el actuar de este Espíritu de Dios
¡es pedida prudencia!

2.    Después nosotros hemos oído en el Evangelio, como Jesús de Sí no sólo dice “Yo soy el Camino”, sino también “Yo soy la Verdad”.
Para nosotros, personas “ilustradas” de Occidente la verdad tiene su sitio en la cabeza, en el pensamiento, por consiguiente.
Por eso, tendemos a concebir la verdad en frases y finalmente a hacer dogmas de ella.
Más bien es extraño para nosotros la idea de que la verdad pudiera tener algo que ver con la persona en su totalidad.
Para nuestros oídos, Juan resulta algo provocador.
“¡La Palabra se hizo carne!”
¡La Verdad se hizo carne!
¡La verdad de Dios ha recibido manos y pies en esta vida, aquí!
No se trata de una teoría muerta o de una ideología.
Se trata de vivir en plenitud.

3.    Así lo dice también Jesús en un hálito:
“¡Yo soy la Vida!”
Pero también aquí se presentan reservas:
¿Vivir en plenitud?
¿Y también alegría y satisfacción en esta vida?
¡Pero esto no puede ser cierto!
Y así más de uno lo avinagra-
en todo caso, si se trata de la vida de los demás.
Pero entonces ¿por qué hablamos del “Evangelio”,
del mensaje feliz y que da alegría?
La alegría vital, que suena en este discurso,
¿tiene verdaderamente sólo una dimensión ultraterrenal?
¡No puede ser!

4.    ¡Metámonos incondicionalmente en Jesucristo!
Él nos mostrará el camino y nos dará orientación.
Él nos descubrirá Su Verdad, la Verdad de Dios.
Él nos regalará –vida en plenitud.

¡Tomémonos tiempo para conocer verdaderamente a Jesucristo y para abrirnos a una relación vital con Él!
Tomémonos tiempo para acercarnos a Él
mediante la lectura de la Escritura con regularidad,
mediante la contemplación y la meditación de Su vida,
mediante el diálogo con Él en la oración y
mediante una vida en Su seguimiento.

Amén.