Homilía para el Tercer Domingo de Pascua
8 Mayo 2011
Evangelio: Jn 21,1-14
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hoy Pascua queda dos semanas detrás de nosotros.
Entretanto ¿hemos comprendido lo que significa Pascua?
También para los discípulos, Pascua distaba algunos días, cuando el Resucitado se les apareció en el lago.
En todo caso, tampoco ellos habían comprendido
tan correctamente lo que había acontecido en Pascua
y lo que quiere decir expresamente que Jesucristo
se les había aparecido por tercera vez como el Resucitado.
Ellos más bien habían “desenganchado” el capítulo
de su vida con este Jesús y habían vuelto a su vida anterior cotidiana como pescadores.

¿Qué podemos deducir de esto para nosotros?
Me parece que ya entonces, para los discípulos de Jesús –como para nosotros hoy– fue muy sencillo creer,
creer pascualmente.
Y esto era para ellos tan poco natural como para nosotros.
Expresado de otra forma:
Ciertamente a la vista de Pascua – ellos tuvieron dificultades de fe semejantes a las que nosotros tenemos.
En el lago de Genesareth, ahora Jesús les ayuda
a hallar la fe.
De este modo, también el Evangelio de hoy puede ser para nosotros un indicador para la fe pascual.
1. El Resucitado se encuentra con Sus discípulos como un “extraño – como ya había sucedido en el camino de Emaús.
Él les pregunta como un “tipo cualquiera” de forma muy cotidiana: “¿Tenéis algo que comer?”
Los discípulos contestaron de mal humor y
de forma claramente seca: “¡No!”
El extraño personaje no desiste: “Echad las redes a la parte derecha de la barca y pescaréis algo.”
Lo sorprendente: hacen esto.
Pero ellos no Le reconocieron;
mas después de la larga e infructuosa noche
se agarraron como a un clavo ardiendo,
en la casi desesperada esperanza,
a pesar de todo para no volver a casa con las manos vacías.

Después, de pronto la red estaba tan llena de peces
que no la podían sacar de nuevo.
A menudo Jesús les había señalado en Su vida terrena
que Su signo es la plenitud.
Pensemos en las bodas de Canáa o en la multiplicación milagrosa del pan.
Pero, a pesar de esto ¡tampoco ahora Le reconocieron!
Sólo uno, Juan, tuvo sensibilidad:
“¡Es el señor!”
Sirvámonos de todo esto para nuestra propia fe pascual:
    Jesucristo –Dios mismo- nos puede salir al paso, en todo ser humano con el que nos encontremos; y también en cualquier situación que nos suceda.
    Para reconocerle necesitamos la sensibilidad de Juan, el cual estaba unido a Jesús para un amor íntimo y amistoso. El amor hace más sensible, más clarividente y de más fino oído. ¡Por consiguiente, necesitamos muy sencillamente este amor!
    Éste nos ayuda a reconocerle.Nos ayuda  también a creer pascualmente.
    Si además aún tenemos una mirada para el signo de “plenitud”, entonces estamos ya muy cerca de la fe.
- Naturalmente no se trata de peces, no se trata de una plenitud material.
- Se trata de la plenitud del amor, que nosotros mismos experimentamos “inmerecidamente” en nuestra vida.
- Se trata de la plenitud de todo lo que se nos ofrece.
- Se trata de la plenitud de todas las posibilidades de nuestra vida y no en último lugar de la plenitud de todas las posibilidades que tenemos para ayudar a otro en necesidad.

2. La historia aún continúa:
Fatigados y aún marcados por las obscuras experiencias de los últimos días en Jerusalem, los discípulos de Jesús van a tierra.
Allí arde ya un fuego caliente y sobre él están
un pan y un pez apetitosos.
Ellos escuchan las palabras del extranjero:
“¡Venid y comed!”
Ahora todos presentían:
¡Este extranjero – es el Señor!
Pero no osaban preguntarle directamente.

También esta escena puede ser enriquecedora para nuestra propia fe:
Con frecuencia experimentamos también nosotros “calor”, el sentimiento de “seguridad”,
“pan y vino”, es decir, dones, que nos regalan nueva energía, nueva vida, cuando estamos cansados, derrotados y sin fuerzas.
De nuevo, está detrás la experiencia del amor-
a menudo mediante otras personas,
aquí y allí, pero también sin causa reconocible –
por así decirlo “de sopetón” o mejor: de cielo cubierto, obscuro.
Se trata también para nosotros de presentir al “Resucitado”,  en último caso -a Dios mismo-
detrás de estas experiencias.

3. Aún una última mirada al Evangelio, y al papel especial de Pedro.
Él experimenta la espontánea fe de Juan como un “puñetazo en las costillas”:
“Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor… se tiró al agua,” y no podía llegar con la suficiente rapidez a la orilla para estar cerca de su Señor.
¡Esto es típico de Pedro!
Y, sin embargo, ¡su camino hacia la fe pascual podría ser también nuestro camino!
Si a nosotros mismos ya no se nos “abren los ojos”
¿por qué no nos los podemos dejar abrir por otras personas que quieren nuestro bien?
¿Por qué no nos debiéramos dejar alumbrar por la fe
de otros?
Ciertamente ¡no tenemos que ser “oficiales” de la Iglesia!
Ciertamente Pedro –el primer “oficial” en la Iglesia   demuestra, que también los que sólo “cocinan con agua”
y que también los que no están predestinados a la fe necesariamente, están en la Iglesia.
Pero ¡también hay cristianos como Juan!
De cuya fe podríamos contagiarnos, como Pedro que se deja “contagiar” muy espontáneamente.
Y finalmente el mismo Pedro se convirtió en un creyente que contagia.
Yo no he perdido la esperanza de que en la Iglesia también hoy no sólo haya joánicos sino también petrinos.
Ambos podrían ayudarnos a los cristianos medianos
a su propio modo a creer.
Amén.