Homilía para el Cuarto Domingo
de Cuaresma del ciclo litúrgico (A)
3 Abril 2011
Lectura: Samuel 16, selección de versículos del domingo.
Evangelio: Jn 9,1-41
Autor: P. Heribert Graab S.J
Hoy se debe tratar de dos referencias actuales y de las sugerencias de los textos de la Escritura de este domingo.

1) Aquí está en primer lugar este casting-show bíblico:
“Israel busca el super rey”.
En la selección previa: Los siete hijos de este Isaías o Jesé, más exactamente seis de ellos.
Cada uno de ellos quería ser más fuerte,
más inteligente, más hermoso, más retórico,
más habilidoso que los otros.
El orgulloso padre soñaba sobre todo para el mayor con este super-trabajo como Rey de todo el pueblo.

De cualquier modo parece que en todos los tiempos
la nostalgia del ser humano es:
  • ser mejor que otros,
  • merecer consideración y despertar atención.
  • actuar en primer plano,
  • aventajar a los contrincantes,
  • robar a otros el show,
  • forrarse de ventajas
  • ganar influjo
  • y poder y con frecuencia dinero…
Pero en el casting de Bethlehem no sucedió como todo el mundo esperaba:
Aquí metió la baza, por así decirlo, uno de fuera – Dios mismo.
Y Éste desbarató todos los criterios de elección habituales.
“Dios no ve como el ser humano.
El ser humano ve lo que está ante los ojos,
pero el Señor ve el corazón”.
Y finalmente triunfó alguien que nadie tenía en la lista-
David, el último de los hijos de Jesé,
al que los mayores e incluso el propio padre
hasta la fecha no tomaban en serio.

Después de que el asunto en el fondo ya está decidido, en la Biblia se halla aún una observación,
que permite mirar profundamente, en la que se dice:
“David era rubio, tenía hermosos ojos y una bella figura.”
Suena casi como un catálogo de criterios para la próxima supermodelo de Alemania.
Esta observación muestra muy claramente cuantas personas se dejan impresionar por la superficialidad no sólo en los actuales tumultuosos casting
sino ya en el ámbito de los autores bíblicos.
En verdad tampoco se había comprendido
en el antiguo pueblo de Dios la frase nuclear
de la Lectura de hoy:
“Dios no ve lo que el ser humano ve.
El ser humano ve lo que está ante los ojos,
pero el Señor ve el corazón.”

Ciertamente para la mayor parte de nosotros esta frase contiene realmente un alegre mensaje:
  • ¿Quién de nosotros aparece en los titulares?
  • ¿Quién de nosotros responde a los ideales de belleza o de rendimiento de nuestra sociedad?
  • ¿Cuántos de nosotros están frustrados porque después de rellenar más de cincuenta formularios no encuentran ningún puesto de trabajo, ni mucho menos el trabajo soñado?
  • ¿Cuántas personas conocemos que se autoculpabilizan por estos fracasos, que sufren bajo complejos de inferioridad y que finalmente se deprimen?
Para todas estas personas y con frecuencia para nosotros mismos es válido el alegre mensaje de que “Dios no ve lo que ve el ser humano”
Dios nos mira con buenos ojos.
Él descubre nuestras capacidades ocultas.
Él descubre en nuestro interior la grandeza y la dignidad, que Él mismo nos ha regalado.
Por eso Él nos ama y está de nuestra parte.
Él nos acompaña en nuestro camino –
también en las horas decepcionantes de nuestra vida.

Pero contemplemos también la “otra cara de la moneda”:
¿Con qué criterios juzgamos nosotros mismos
a nuestros prójimos?
¿Cuánto estamos apegados al primer plano?
¿Con cuánta frecuencia juzgamos y condenamos según criterios en último caso no cristianos e incluso inhumanos?
¿Cuán alejados estamos de contemplar con buenos ojos a las personas de nuestro alrededor, con ojos amorosos, con los ojos de Dios?

2) Yo quisiera sacar otra sugerencia del Evangelio:
Me llama la atención la respuesta de los padres del ciego de nacimiento a la pregunta inquisitorial
de los fariseos:
“Sabemos que él es nuestro hijo y que nació ciego.
Cómo sucede que él ahora puede ver, no lo sabemos.
Y quien ha abierto sus ojos, tampoco lo sabemos.
Preguntadle a él, que es suficientemente mayor
y puede hablar por sí mismo.”

Esta respuesta refleja su temor a decir lo incorrecto en un entorno autoritario.
Quien llamaba a este Jesús un Profeta de Dios,
se exponía a ser expulsado de la sinagoga.
Por eso los padres asustados elegían un lenguaje diplomáticamente impreciso,
como es habitual en todas las dictaduras.

Después sigue el segundo interrogatorio al propio curado.
En primer lugar, también él se comporta muy reservadamente:
“Si Él es un pecador, yo no lo sé.
Sólo sé una cosa,
que yo estaba ciego y ahora puedo ver.”
Pero cuando después los inquisidores insisten,
se crece:
“Ya os lo he dicho,
pero no me habéis escuchado.
¿Por qué queréis oírlo otra vez?”
Y después les encasqueta una provocación en toda regla:
“¿Queréis también vosotros ser discípulos suyos?”
Con el fondo de temor generalizado me admira el coraje civil de este hombre.

Los mayores de entre nosotros quizás han experimentado durante el nacional socialismo o también en la República Democrática Alemana
lo cauteloso que se tenía que ser en lo que se decía.
Sólo pocos cristianos convencidos tuvieron entonces el valor de tomar partido por su fe y tuvieron que pagar con la cárcel, con el campo de concentración
o con la muerte.
Otros, como mínimo, se han preguntado en su interior:
¿No he traicionado demasiado de mis convicciones fundamentales?
¿No tendría que haber tenido más coraje civil?

Gracias a Dios, hoy no conocemos situaciones tan represivas.
Pero también estamos bajo la presión de la opinión pública en nuestro entorno.
También nosotros, con demasiada frecuencia, ocultamos nuestras intenciones,
lo que tenemos por correcto y necesario.
  • Nos amoldamos a lo que “se” piensa.
  • Ocultamos nuestra fe con demasiada frecuencia de la mirada de los otros:
  • ¿Qué podrían pensar éstos?
  • ¿En qué cajón nos meten?
  • ¡Quizás tendríamos incluso que disculparnos!
Pero ciertamente se trata:
De que respondamos de lo que somos
y de lo que estamos convencidos.
También nosotros podríamos aprender de este ciego de nacimiento un poco de coraje civil.
Verdaderamente fue “viendo”
cuando se adhirió abiertamente a Jesús.
Como él, también nosotros necesitamos ser curados
para que nuestros ojos pegados por la acomodación “vean” correctamente.

Amén.