Homilía para el Tercer Domingo de Cuaresma C
7 Marzo 2010
Lectura: Ex 3,1-8a.13-15
Evangelio: Lc 13,1-9
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En el diálogo con ateístas yo digo aquí y allá:
Si yo tuviera tu imagen de Dios, también yo sería ateísta.

Nosotros, los cristianos, no estamos libres de culpa
en las muchas imágenes equivocadas de Dios,
que trasguean en las cabezas de las personas.

El gran pensador ilustrado que fue Voltaire
puso el problema en su punto:
“Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza;
pero el hombre no le ha correspondido.”

En verdad las personas -y también los cristianos-
han hecho sus representaciones de Dios,
según su propio gusto y sus propios intereses.

Por ejemplo, han adaptado a Dios a su respectiva imagen del mundo:
* En la antigua imagen del mundo en tres planos,
Dios era el Padre “arriba, en el cielo”.
* Después del cambio copernicano, Dios se convirtió en un Dios, que existe “más allá” del mundo.
Por así decirlo, intervino “desde fuera” en Su Creación –
aproximadamente como el “relojero” , cuando se trata de reparar algo;
o también en Su Encarnación,
que más de uno se imaginaba como visita de un huésped del espacio interplanetario.

También con frecuencia los cristianos han ajuntado su imagen de Dios según sus patentes necesidades:
* Como un “bolso de primeros auxilios” que se lleva consigo a un viaje, en el que si todo va bien no se necesita abrir ni una solo vez.
* En caso de necesidad, se vio a Dios como un “extintor de incendios”-
¡Si es necesario se rompe el disco!
Acto seguido, se pone el aparato de nuevo en su sitio
con un disco nuevo y bueno.
* Y no en último lugar, Dios sirvió como interpretación para todo lo que la ciencia
aún no había admitido.
De este modo Dios se halla desde siglos en retirada de nuestra interpretación del mundo.

Nosotros le hemos dado a Dios la forma conveniente
para nuestra situación;
la situación ha cambiado, ha crecido;
Dios se ha hecho demasiado pequeño-
inverosímil ante el mundo.

Martin Walter lo ha expresado así:
“Mi vida ya no está instalada en el lenguaje
de la oración.
Ya no me puedo dislocar tanto.
He heredado a Dios con estas fórmulas,
pero ahora Le pierdo mediante estas fórmulas.”
(“Tiempo intermedio”, novela 1960)

¡Por consiguiente, reflexionemos continuamente sobre lo que la Biblia dice sobre Dios!
Las Lecturas de este domingo nos ayudan a ello.

Recordemos, en primer lugar, los “Diez Mandamientos”.
Allí se dice: “¡Tú no debes hacer ninguna imagen de Dios!” (Ex 20,4)
Conforme a esto, ¡en la aparición de Dios en el Horeb, no se ve nada de Dios!
Moisés ve al “ángel del Señor”,
y él “ve” la zarza ardiendo, que no se consume.
¡Él sólo “oye” al propio Dios!

Moisés Le pregunta por Su Nombre:
Él recibe una respuesta pronunciada de forma abstracta, sin ningún elemento imaginativo:
YAHWE – “Yo soy El que soy”.

Erich Zenger interpreta este Nombre de Dios
bajo cuatro aspectos:
* Yo estoy seguro aquí: vosotros podéis confiar
en que yo estoy aquí, si hay necesidad.
Podéis confiar en Mí.
* Yo no estoy disponible; estoy aquí como quiero,
y no como a vosotros os gustaría.
* Yo soy exclusivamente “El que existe”:
Yo soy Yo y ningún otro; con esto tenéis que contar firmemente.
* Yo soy ilimitado: vosotros no me podéis poner ninguna barrera,
tampoco la de la muerte.

A esto corresponde la interpretación
que Jesús mismo da del nombre de Dios.
En el diálogo con los saduceos sobre la cuestión
de la resurrección pone en contacto el Nombre con la autorepresentación de Dios ante Moisés:
“Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac
y el Dios de Jacob.
Él no es un Dios de muertos,
sino el Dios de los vivos.” (Mt 22,32)
Por consiguiente:
Yo soy el viviente por antonomasia
Yo soy el Dios de los vivos.

A la vista de la representación de Dios
como “Dios de tus antepasados”, se puede comprender también el nombre de Dios
de esta forma:
*Yo soy el Dios presente y actuante en la historia.

Por los judíos fue y es usado el nombre de Dios sólo con gran reverencia.
Por regla general, substituyen la palabra YAHWE por expresiones como “el Nombre”, “el Eterno”
o la mayoría de las veces “el Señor”.

Esta profunda reverencia ante el Nombre de Dios,
en el cual Dios mismo está presente,
está fundada precisamente en la Lectura del Éxodo:
La presencia de Dios convierte el lugar del encuentro en un lugar sagrado, en un suelo sagrado.
“Descálzate, pues el lugar donde estás es suelo sagrado.”

Precisamente en el Islam sigue viva esta tradición.
Es natural quitarse los zapatos,
cuando se entra a una mezquita.
Vale la pena reflexionar, comparando el a menudo escaso modo reverencial
con que los cristianos entran en una Iglesia.
El P. Wiedenhaus como capellán en Sankt Peter
ha instruído a los alumnos de la Escuela Superior de el “Kaijass” sobre la Iglesia como “lugar sagrado”,
para comprender este suelo aquí
como “suelo sagrado”.
Continuamente y muy sorprendido
el P. Wiedenhaus relataba como este conocimiento de forma fundamental cambiaba el comportamiento de los niños.

La imagen de la zarza ardiendo que no se consume
nos ayuda mejor a entender, lo que significa ser capturado por Dios y provocado por Él:

El relato de la zarza tiene una referencia interior
a la descripción de Pentecostés en los Hechos
de los Apóstoles:
“Aparecieron unas lenguas como de fuego,
que se distribuyeron.” (Hch 2,3)
El fuego de la zarza es signo de la presencia de Dios.
Las lenguas de fuego de Pentecostés del mismo modo:
Son signos de la presencia del Espíritu Santo.
Pero el Espíritu de Dios es el mismo Dios.

La aparición de Dios en el fuego de la zarza ardiendo encarga, alienta y capacita a Moisés
para conducir a Su pueblo de la esclavitud de Egipto a la libertad.
El fuego del Espíritu de Dios infunde valentía y capacita a los discípulos para acometer la gran tarea,
a la que también ellos son enviados:
A llevar el mensaje liberador de Jesús a todo el mundo y a todos los pueblos del orbe.
Dios “entusiasma” a los discípulos de Jesús,
por consiguiente los plenifica con Su Espíritu,
como Él plenificó a Moisés con Su Espíritu,
como también Él hoy nos quiere “capturar” y “entusiasmar” a nosotros,
para colaborar en la construcción de Su Reino
de libertad.

Lancemos todavía una corta mirada uniendo
el relato de la zarza con el Evangelio,
más exactamente con la parábola de la higuera
que no da fruto.
En la carta a los Hebreos se dice que nuestro Dios
es “un fuego ardiente” (Hb 12,29).
Este texto muestra que la imagen del fuego,
cuando es utilizada como parábola de la actuación de Dios en el mundo,
también puede causar temor.

Su justicia –referida a la imagen de la higuera:
Su razón económica y ecológica tendría que derribar y quemar el árbol.
Pero aquí está en lo más íntimo mezclado Su amor con la justicia de Dios – personificada en este viñador que es Jesús.
Y este amor reacciona a la infecundidad del árbol
con “paciencia angelical” y le prodiga gran cuidado:
Quizás todavía dé fruto.

Por consiguiente, en esta parábola Jesús recoge con una imagen totalmente diferente la afirmación nuclear de la imagen de la zarza ardiendo:
El fuego de Dios quema, pero no consume,
el fuego de Dios purifica, pero no destruye.

Por consiguiente, ¿cómo se puede hablar hoy de Dios?
Bajo la impresión de las muchas imágenes de Dios, que inducen a error, de las que hemos hablado al comienzo, muchos teólogos han propuesto
no utilizar la palabra “Dios” por algún tiempo.
Pero seguramente yo tengo que dejar claro
a quién o qué me refiero cuando digo “Dios”:

* Muchas cosas nos pueden causar temor;
la palabra “Dios”, por el contrario, muestra
lo que me hace posible confiar.
* Muchas cosas nos pueden apretar, la mayoría de las veces todavía nuestras costumbres empotradas:
la palabra “Dios”, por el contrario, muestra
lo que a mí me hace experimentar libertad.
* A menudo quisiéramos decir
“aquí no se puede hacer nada”;
la palabra “Dios”, por el contrario, muestra
lo que a pesar de mí produce esperanza y
abre a la responsabilidad.

Amén.