Homilía de Pascua
23 Marzo 2008
Evangelio: Mt 28,1-10 y Jn 20,1-18
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Debo esta homilía en lo esencial a una alocución matinal del Dr. Mathias Wünsche, Pastor en Kiel, en NDR-Info.
Bajo cierta consideración es curioso:
El Viernes Santo puede agobiarnos;
pero con el Viernes Santo no tenemos problemas intelectuales.
El Viernes Santo corresponde totalmente
a nuestras experiencias:
expulsión, tortura, muerte y terror-
todo esto son experiencias de Viernes Santo.
Conocemos Viernes Santos lo suficiente –
tanto en grandes como en pequeños.

Sin embargo, cuando depende de la honradez intelectual,
entonces no se trata sólo de experiencias,
que, por así decirlo, “son perfectamente obvias”.
¡Se trata como mínimo precisamente de la razón!
No se trata entonces de nada tan irrazonable,
incluso tan inhumano,
como el Viernes Santo
y como los muchos Viernes Santos de hoy.
Con este modo de sinrazón nos hemos arreglado
más o menos:
En todo caso, opinamos que no podemos cambiar nada.

En Pascua se pide otra cosa muy diferente.
“¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”
Esto confesamos hoy.
Lo confesamos en la liturgia y en las fórmulas religiosas.
Fuera de estas celebraciones de fe
y desprendidos de las antiguas fórmulas de confesión, también tienen los cristianos
y muchos de nosotros problemas intelectuales con la resurrección de Jesucristo y no menos con nuestra propia resurrección.
Expresado de otra forma:
En realidad dudamos de lo que celebramos.
Y tanto más duda nuestro entorno secularizado.
Esto nos pone a menudo en una especie de declaración de calamidad pública, de modo que nos guardamos para nosotros nuestra confesión de fe
o incluso decimos disculpándonos:
“Yo no opino así en absoluto.”
Todo para no ponernos en ridículo delante de los demás.

Ahora di con una idea fascinante para el día de hoy
que, por así decirlo, tuerce la jabalina:
Ya al comienzo de la fe pascual cristiana
estuvo la duda.
Fue el ángel quien sembró en le corazón de las mujeres la duda pascual.
Las mujeres llegaron a la tumba para llorar a un muerto.
Fueron al lugar de la muerte –
allí, donde domina inequívocamente.

Y ciertamente el ángel hace dudar a las mujeres, cuando dice:
“No creáis sólo por lo habéis venido a ver.
¡Él no está aquí! ¿Por qué buscáis al que vive
entre los muertos?”

El ángel siembra en el corazón de las mujeres
una alegre duda pascual,
una duda entre lo que lo todos consideran como natural
y lo que, sin embargo, muy manifiestamente es perfectamente obvio.

No creáis en el dominio de la muerte sobre la tierra.
No creáis en la falta de esperanza de nuestra vida.
No creáis en la falta de sentido de todo sufrimiento.
La duda es anunciada desde Pascua –
duda en lo que aparentemente es inalterable,
es decir, la muerte.

Yo me pregunto ¿por qué verdaderamente dominan no sólo las peñas sino también las cátedras
e incluso nuestro pensamiento,
los que dudan de la resurrección
y de que Jesús y también nosotros resucitemos de entre los muertos.?

¿Por qué nos dejamos dictar por la duda de aquellos?
¿Por qué nos dejamos impulsar por los que están a la defensiva?
¿Por qué no vamos en sentido contrario?
¿Por qué no nos convertimos nosotros los cristianos para ellos en el ángel,
que les siembra en el corazón la duda pascual?
¿La duda en el dominio de la muerte?
¿La duda en lo inevitable del cementerio y de la tumba como estación final?

Sin esta duda las mujeres nunca
hubieran reconocido a Jesús.
En primer lugar tuvieron que dejar espacio
en su corazón a esta duda,
después pudieron ver lo que antes era invisible.

¡No fue ningún milagro que ellas “con temor y gran alegría” dejasen tras de sí la tumba!
Pues esta duda, esta duda pascual,
libera enormes energías.
¡Energías existenciales!
La peregrinación a la tumba tiene un fin:
¡¡¡Él no está allí!!!

Yo hoy en Pascua nos deseo a todos
esta duda pascual,
que abra nuestros ojos para lo invisible:
“¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”

Y yo nos deseo a todos nosotros
que esta duda nos pueda dominar tanto
que ya no la podamos conservar para nosotros,
que más bien la introduzcamos en este mundo secularizado y
que nosotros con esta duda pascual seamos capaces de derribar del trono de la autosuficiencia a tan “modernos” contemporáneos.

Amén.