Homilía para el Sexto Domingo
del tiempo pascual (A)

27 Abril 2008
Lectura: 1 Pe 3,15.18
Evangelio: Jn 14,15-21
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Qué reconocen ustedes en este puzzle?
-    ¿Una copa?
-    ¿Dos rostros que se miran?
Depende de “con qué ojos” miremos la imagen.

También el mensaje de Pascua se puede mirar desde distintos puntos de vista:
Pascua también tiene dos caras:
A primera vista vemos y oímos:
“¡Cristo ha resucitado, aleluya!”

Aún cuando no nos fiemos en primer lugar
de nuestros ojos y oídos –
finalmente reconocemos con los ojos de la fe
y de nuestro corazón toda la alegría pascual:
“¡Cristo ha resucitado, aleluya!”
“¡Cristo ha vencido la muerte, Él vive,
aleluya!”

A las discípulas y a los discípulos de Jesús
no les sucedió nada diferente:
Su escepticismo les ajustó la mirada,
pero el resucitado se les mostró
continuamente de nuevo.
Él los encontró en situaciones muy diferentes –
-    en primer lugar a las mujeres en la tumba,
-    después a Pedro y a Juan,
-    después a los dos discípulos en el camino de Emaús,
-    también a un gran núcleo de Sus amigos en Jerusalem,
-    después otra vez a algunos de ellos, que ya habían vuelto a su vida diaria de pescadores,
-    y finalmente a todos en aquella montaña de Galilea.

De este modo se les abrieron despacio los ojos al liberador acontecimiento de Pascua:
“¡Cristo ha resucitado, aleluya!”

En las semanas pasadas hemos celebrado nosotros este alegre mensaje,
hemos prestado atención a las increíbles historias pascuales,
a los testimonios de todos los que han respondido con su propia vida:
“¡Cristo ha resucitado de entre los muertos, aleluya!”
¡Nosotros Le hemos encontrado!
¡Lo hemos experimentado: Él vive!

Ahora está inmediatamente próxima
la fiesta de la “Ascensión”.
En ella, por medio de la liturgia, seremos confrontados con un segundo “rostro” de Pascua.
Se trata de despedida:
“Sólo un poco de tiempo y el mundo ya no me verá...
Pues Yo voy al Padre.”
También éste es el mensaje de Pascua.
Y también éste es –en primer lugar suena así de inverosímil– un alegre mensaje.
A primera vista es un mensaje de despedida,
motivo de melancolía y tristeza.
Así reaccionaron en primer lugar también los discípulos confusos y sin comprender nada.

De nuevo tuvo Jesús que abrirles los ojos en varias ocasiones para el aspecto alegre pascual de este mensaje de despedida:
“¡No os dejaré huérfanos!”
Vendré de nuevo a vosotros –
si bien otra vez de un modo nuevo y sorprendente.
El Padre os prestará otra ayuda,
que permanecerá siempre con vosotros.
Es el Espíritu de la verdad.
Vosotros lo conocéis porque me conocéis a mí
y porque vosotros conocéis al Padre.
Vosotros Le conocéis porque Él permanece en vosotros y estará en vosotros.
En Él me reconoceréis,
porque yo vivo – vivo en Él,
y porque también vosotros viviréis –
plenificados en Él y por Él.
Yo estoy en el Padre,
y vosotros estáis en mí y yo estoy en vosotros.

Por consiguiente esto es – si bien a segunda vista-
el verdadero núcleo del alegre mensaje pascual:
¡Jesucristo vive!
Él vive en la plenitud del Espíritu divino
y es uno con el Padre.
Y también nosotros somos uno con el Padre
–en el Espíritu Santo–.
Y también nosotros vivimos en la comunidad
con el Padre y con el Hijo en el Espíritu Santo.
Por eso, “vemos” con los ojos de la fe al Resucitado.
Le vemos en la unidad con el Padre – en el Espíritu Santo.

El “Pequeño Príncipe” de Antoine de Saint Exupéry:
“Sólo se ve bien con el corazón.
Lo esencial es invisible para los ojos.”
Ciertamente de ello se trata en la fe pascual:
Con los ojos del corazón reconocer lo esencial
- lo esencial para toda nuestra existencia.

Pero ¿por qué hoy lo esencial queda oculto para tantas personas?
¿Por qué “el mundo” no conoce
-en el Evangelio de Juan siempre referido al mundo alejado de Dios-
justamente lo esencial?
La respuesta de Jesús es muy sencilla:
“El mundo” no puede recibir el Espíritu de la Verdad
porque ni Le ve ni Le conoce.
“El mundo” relativiza toda verdad
ya en el ámbito de la realidad citerior.
Para la absoluta verdad de Dios le falta
todo acceso y toda comprensión.
Tampoco tiene ninguna referencia personal
a la verdad divina, al “Espíritu de la Verdad”.
La realidad divina le es extraña.
Por eso no ama al Padre ni al Hijo ni al Espíritu.
No ve ningún motivo para atenerse a los mandamientos de Jesús
porque esto sólo es posible desde la donación amorosa.

Pero vosotros, dice Jesús, estáis unidos a mí por el amor.
Y este amor abre los ojos de vuestro corazón.
Vosotros me veis porque vivís Conmigo en comunidad de Amor – en la plenitud del Espíritu de la Verdad.
Por consiguiente, vosotros no quedaréis huérfanos..
¡Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final del mundo!

¡Esto es un mensaje pascual-alegre y liberador!
Nosotros no estamos abandonados en un mundo marcado por la muerte.
No nos quedamos en soledad y abandono.
Jesucristo nos ha enviado el Espíritu del Padre –
en griego: el Paráclito.
Es aquel, al que se puede “llamar”,
el lado de Dios siempre asequible.
Él me escucha, no estoy olvidado.

“Paráclito” también puede significar:
El que está junto a mí, el que grita en mí.
Cuando mi fuerza no es suficiente,
cuando toda confianza, toda esperanza ha desaparecido en mí,
cuando ya no puedo orar,
entonces Él grita en mí y conmigo,
grita como Cristo en el abandono del huerto de los Olivos:
¡Abba, Padre mío!
El Espíritu actúa,
aún cuando yo no lo perciba –
como entonces.
Siempre endereza a los paralíticos,
les da ánimo y fuerza para andar de nuevo,
siempre empuja al mal espíritu del desánimo
y de la desesperación fuera de los corazones quebrantados.

El Espíritu de la Verdad que, al mismo tiempo,
es el Espíritu del Amor es la causa de nuestra esperanza, por la que merece la pena vivir,
causa de una esperanza que puede convertir
nuestra vida en una vida contagiosamente alegre.
Por ello, debía ser verdaderamente evidencia pura,
lo que se dice en la Lectura de la Primera Carta de Pedro:
“                                “

Nosotros ¿estamos verdaderamente plenificados de tal esperanza pascual?
La fe cristiana que, antiguamente penetró y cambió todo el mundo conocido entonces,
esta fe defiende trabajosamente hoy algunos restos que todavía quedan.

En verdad, podría ser muy diferente y es muy diferente allí, donde los cristianos también hoy
son conducidos por la esperanza y la confianza
de que Cristo vive,
que Él siempre está actuando,
que Dios no olvida a Su pueblo,
sino que nos obsequia futuro.
Ser cristiano significa:
No mirar al pasado desesperadamente
sino caminar llenos de esperanza en el futuro.
Este regalo pascual de Dios a nosotros,
lo celebramos ahora en la Eucaristía llenos de alegría y gratitud.

Amen.