Homilía para el Domingo
Quinto del tiempo pascual (A)
20 Abril 2008

Lectura: Hch 6,1-7
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Se cuenta de las primeras comunidades cristianas al comienzo de los Hechos de los Apóstoles:
“”¡Tenían un solo corazón y
un alma sola!” (Hch 4,32)

Si, pero ¿esto fue así?
¿Fueron estas primeras comunidades verdaderamente mucho mejores que nosotros?
Lucas, el autor de los Hechos de los Apóstoles,
no lo ha idealizado un poco y pintado color de rosa?

Así o de forma semejante se lo han preguntado las generaciones posteriores continuamente –
sobre todo cuando se sintieron confrontadas
con la exhortación de moralina agria:
“¡Tomad ejemplo!”

Ahora lo hemos oído en la Lectura del domingo actual – que sigue sólo pocas líneas después de aquella armónica observación –
por consiguiente ahora lo tenemos por escrito:
También entonces – en los primeros comienzos de la vida de las comunidades –
hubo tensiones, conflictos, incluso hostilidades.

Concretamente surgieron en la comunidad de Jerusalem ya muy pronto duras disputas
entre cristianos que – como Jesús y Sus primeros discípulos – procedían del judaísmo local
y los que fueron atraídos desde el ambiente del helenismo pagano del imperio romano y se hicieron cristianos.

Aquí se trataba de las disputas que hasta el día de hoy se generan siempre
cuando personas de diferentes lenguas y culturas,
de diferente origen y costumbres se reúnen y
deben vivir juntos.

Entonces se trataba también de diferentes condiciones religiosas:
¿Los cristianos del paganismo tienen que
atenerse a los preceptos legales judíos,
como fue natural mucho tiempo para los judeo-cristianos?
Por ejemplo ¿tienen que circuncidarse?
¿Tienen que observar las estrictas reglas de la comida?
Sobre tales y semejantes puntos litigiosos andaban a la greña Pedro y Pablo.
Y además no se trataba en absoluto de algo hipersensible.
(Hemos escuchado como Lectura el protocolo del litigio de Pablo de su Carta a los Gálatas. Gal 2,11-21)

Ahora se añadieron humillaciones sociales y susceptibilidades.
Los cristianos del paganismo opinaban que sus viudas estaban desatendidas.
Y como sucede con muchas frecuencia
– estas injusticias sociales condujeron a una forma de revuelta:
“Los helenistas protestaban de los hebreos.”
“Murmuraban”.

La insuficiente atención a las viudas fue la famosa gota que colma el vaso.
Los cristianos del paganismo nunca habían sido auténticamente aceptados.
Eran enemigos en la comunidad,
hablaban otra lengua,
aportaban otro modo de pensar y de vivir
y muchos judeo-cristianos no los podían ver.
Por consiguiente, ¡no se trataba sólo de un par de viudas!
Se trataba de que todo un grupo de cristianos,
que no congeniaba con los indígenas,
sencillamente había sido pasado por alto y marginado.

¡Y ahora pasaba esto!
¡Ahora se ponía el asunto sobre la mesa!

Algo así brujulea hoy día ya desde hace tiempo en el Obispado de Hildesheim:
Tiene que ahorrarse,
no hay suficientes sacerdotes,
muchas parroquias se han hecho más pequeñas,
hay que hacer algo:
Se juntan las parroquias,
varias iglesias ya no son financiadas por el Obispado,
otras son traspasadas y cerradas.

Para unos a troche y moche, para otros nada.
¿Por qué se da a unos?
¿Por qué a los otros no?
Y ya se extiendo el “murmurar”,
primero en las peñas, en pequeños círculos,
después en las parroquias afectadas
y finalmente en alianzas solidarias.

Así se pasa en estos días a las barricadas en Eichsfeld.
La “mirada” da al conjunto la publicidad necesaria
y dentro de poco sigue una gran demostración
ante el vicariato general y la casa del Obispo
en Hildesheim.

Pero ni miremos a los otros husmeando
ni con alegría clandestina.
Finalmente también hay aquí entre nosotros
en Göttingen y en St. Michael intereses diferentes,
grupos, que se sienten extraños,
diferencias de opinión fundamentales,
escaramuzas para imponerse e incluso
sentimientos de envidia.

Con este fondo la Lectura de este domingo es verdaderamente interesante también hoy para la Iglesia y para nosotros en Göttingen:

¿Cómo trató esta situación la comunidad de Jerusalem entonces?

1. Los problemas, que condujeron al conflicto,
no se escondieron o se trataron como bagatelas.
Los problemas se tomaron en serio.
Al mismo tiempo no se buscaron cabezas de turco,
no se lavó ninguna ropa sucia,
sino que se miró hacia delante
y se buscó según las posibilidades
remediar los inconvenientes.

2. Los que pensaban de forma diferente fueron respetados, aunque estaban en minoría.
Incluso fueron aceptados con la misma responsabilidad.
Murmurar sólo no es válido.
Tienen que colaborar.
Por eso, consiguen “cargos oficiales”
en sus propias filas.
Los nombres griegos en la lista de los siete documentan esto.
Por consiguiente, nadie de fuera se pone delante de ellos.
Cumplieron lo prometido.

3. Los “Doce” no titubean en ceder una parte
de su competencia y “poder”.
Y como sucedió esto
por eso no se sienten solos,
sino con toda la comunidad:
Democracia en la Iglesia –
y sin pérdida de la autoridad de Pedro,
que es verdaderamente la “roca”
y también sin pérdida de autoridad
de la totalidad de los Apóstoles comisionados
por el Señor.
Actúan desde el convencimiento:
El Espíritu del Señor actúa también en la comunidad y por medio de la comunidad
y trae buenas decisiones.

4. La comunidad reconoce:
Circunstancias distintas exigen nuevas regulaciones y soluciones.
Se trata
por una parte de defender la herencia de la tradición eclesial,
pero por otra parte también de entrar en nuevos horizontes de forma animosa y sin preocupación.

Ya hemos concluido de la Carta a los Gálatas
que no se puede tratar de evitar una riña necesaria,
pero que depende del modo en que conduzcamos constructivamente una riña
y que depende sobre todo de buscar y cuidar el diálogo con respeto de unos frente a otros.

Si hoy en la Iglesia o también en nuestra parroquia
hay marginaciones
0 si otras causas producen conflictos,
en todo caso se trata de retener dos cosas:

1. El “murmurar”, también en la Iglesia, no es necesariamente “del demonio”.
Una Iglesia sin murmuración y sin crítica
cae con demasiada facilidad en la autosuficiencia
y se hace inmóvil.
En todo caso los problemas no se pueden esconder.
¡Hay que ponerlos sobre la mesa!

2. De la comunidad de Jerusalem podemos cortar algunas tajadas.
Su modo de referirse a la crítica situación
también sería hoy un camino constructivo
para la solución del problema.
En eso la Lectura de los Hechos de los Apóstoles
tiene el mismo rango que el famoso capítulo 18
del Evangelio de Mateo,
que se denomina regla comunitaria,
No sólo los responsables de la Iglesia,
sino todos nosotros aquí y allá y sobre todo precisamente
en los casos concretos de conflictos,
debiéramos leer ambos textos y llevarlos al corazón:
El capítulo 18 de Mateo
y también la primera mitad del capítulo 6 de los Hechos de los Apóstoles.

Amén.