Homilía para el Segundo Domingo de Pascua
15 Abril 2007

Evangelio: Jn 20, 19-31
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Cada año se impone de nuevo formalmente este “incrédulo Tomás” como tema de la homilía:
Ciertamente en una ciudad como Göttingen
él es de rabiosa actualidad.
Aquí se podría incluso preguntar, si no sería oportuno, cambiar el nombre de nuestra Universidad:
“Tomás – Universidad” en lugar de Georg-August- Universidad.

De cualquier modo este Tomás es francamente simpático.
Probablemente sobre todo porque él expresa abiertamente nuestras preguntas y nuestros problemas:
“¡Si no veo en sus manos la señal de los clavos
y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado no creeré!”
Expresado de otra forma:
Necesito pruebas para poder creer.

Contemplemos un poco más de cerca ante qué problemas se ve situado Tomás:

1. Debe creer sin ver.
Más aún: Debe creer que vive un ser humano,
del que sabe irrefutablemente que está muerto, muerto y bien muerto, muerto miserablemente en la Cruz.

Por consiguiente debe creer
lo que se halla absolutamente fuera de nuestro horizonte experiencial,
por consiguiente, lo que es sencillamente imposible según el criterio humano.
Por consiguiente, pide muy espontánea y naturalmente una prueba empírica,
como las personas modernas e ilustradas
- no sólo los científicos –
precisamente harían.

Tomás presupone –como muchos de nosotros –
lo que no se puede demostrar no existe,
no tiene nada que ver con la realidad.

2. Con una mirada más próxima, Tomás está ante un segundo problema:
Tiene miedo.
Como discípulo y amigo de Jesús ha sufrido
como los otros –  los últimos días y sobre todo el Viernes Santo.
Está profundamente herido no sólo por la pérdida dolorosa,
sino más aún por el derrumbamiento de todas sus esperanzas de futuro.

Ahora se la ha dicho: “¡El Señor vive. Nosotros Le hemos visto!”
Teme sufrir una Fata morgana, una ilusión.
Teme que se pudieran abrir nuevamente sus heridas interiores,
Él podría precipitarse en un abismo aún más grande de decepción
podría hundirse en un suelo sin fondo los últimos restos de las seguridades de su vida.

También bajo esta consideración – me parece-
es muy actual la conducta de Tomás:
Nosotros estamos acostumbrados, más que ninguna generación anterior a la nuestra, a asegurarnos
y de ningún modo sólo bajo una consideración material.
También en atención a nuestra percepción de la realidad,
en atención a nuestra comprensión de este mundo y de nuestra vida,
en atención a nuestras esperanzas de futuro
quisiéramos tomar todas las precauciones.

Pero si ahora de repente irrumpe una experiencia en nuestra vida,
que sencillamente hace saltar aquel ámbito, en el que nos movemos seguros,
entonces también nosotros damos un patinazo.
¡Sencillamente no debe ser lo que no puede ser!
Miremos qué respuestas da a nuestras preguntas el texto bíblico:
Tanto a las preguntas por la realidad
más allá de nuestro horizonte experiencial
como también a nuestra necesidad de seguridad.

Yo parto de que los “colegas” de Tomás en el círculo de los Apóstoles no eran más creyentes que él mismo y probablemente tampoco más crédulos.
Por consiguiente, ¿cómo llegaron a la fe?

En todo caso, la experiencia clave para le fe pascual es el encuentro con el Resucitado – también aquí.
Todos estos encuentros pascuales tienen un sentido ambivalente, que dejan claro por una parte:
No se trata sencillamente de continuar como hasta ahora,
se trata totalmente  de una nueva Vida,
se trata de una realidad transcendente.
Sin embargo, por otra parte, se hace evidente de forma importante en todos los relatos,
que el Resucitado también en este nuevo modo de existir es idéntico al hombre Jesús de Nazareth,
que fue crucificado.

Según el Evangelio de hoy, el Resucitado está de repente e inesperadamente en su (de ellos) centro
a pesar de las puertas cerradas.
La cuestión de “¿cómo es posible esto?”
no interesa al autor (probablemente a diferencia de nosotros).
Sólo es importante: Algo nuevo está en juego.
Pero al mismo tiempo, las cicatrices generan continuidad e identidad.

En otros relatos de Resurrección, el Resucitado no es reconocido en primer lugar:
Para María Magdalena es el jardinero,
para los discípulos de Emaús es el peregrino extranjero.
De forma muy familiar ayuda a segunda vista a reconocer en el Otro al amigo y al Maestro.
Para María es la voz familiar y el trato íntimo amistoso,
para los discípulos de Emaús, el gesto de la fracción del pan.

Pero en todo caso, los interpelados llegan a la fe por medio del encuentro con el totalmente Otro y, al mismo tiempo, con el Conocido.
Esto vale finalmente también para Tomás:
¡El encuentro le abre a la fe!
En el momento del encuentro y del diálogo personal
se hace superflua la prueba pedida originalmente.
Tomás “olvida” la prueba de forma normal
y confiesa espontáneamente:
“¡Señor mío y Dios mío!”

Continuamente se trata en los relatos de Resurrección de que el Resucitado
tiene que superar escepticismo y resistencias,
antes de que Él sea reconocido y la fe sea captada.
En eso no se diferencia Tomás en absoluto de sus amigos.
En suma hay que constatar que:
los padres de la fe pascual no son los deseos ni la credulidad sino el encuentro personal en el campo de tensión entre el sorpresivamente Nuevo y el reconocimiento familiar.

Este encuentro,
y lo que las personas aceptan en este encuentro,
permite encontrar la fe,
pero, al mismo tiempo, permite también superar el miedo.
Cuando contemplamos la cara de Tomás
comprendemos que la fe no es un acto intelectual en primer lugar.
En la fe pascual se trata de una confesión personal,
de un “Sí” personal al Resucitado –
comparable al “Sí” personal a una persona querida –
ya sea en una amistad complaciente y
tanto más en el matrimonio.

¡“Demostrar” no permite un conocimiento así del otro!
Pero hay un escepticismo absolutamente conveniente:
“Por eso comprueba quien se une eternamente”, dice el lenguaje popular.
Y tampoco Jesús condena el escepticismo de Tomás.
Por el contrario: Lo trata muy personalmente.
Tampoco Él condenará a un escéptico moderno.
Más bien le alentará,
no a caer crédulamente en cualquier superstición,
sino a hallar una fe responsable
- también responsable ante la “razón” -.

En una relación interpersonal también resultan de la “prueba” pedida en el lenguaje popular, motivos “razonables” para el entendimiento:
Esta persona concreta es para mí lo exactamente “correcto”, o también:
Ésta o aquella Orden religiosa es para mí la exactamente correcta.
Supuesto este conocimiento –
entonces lo decisivo es confesar al otro, decirle “Sí”,
si ustedes quieren : ¡confiar en él, creer!

Ciertamente en este sentido se supone también la fe pascual:
Es “razonable” y responsable decir “Sí”.
Pero entonces es decisivo este mismo Sí,
esta confesión de Tomás:
“¡Señor mío y Dios mío!”

Amén.