Homilía para el Domingo Séptimo del tiempo pascual
28 Mayo 2006
Lectura: Hch 1,15-17.20-26
Evangelio: Jn 17,6a.11b-19
Autor. P. Heribert Graab S.J.
Esta homilía hace suyo el pensamiento esencial
del Prof. Dr. Bernhard Krautter, Stuttgart
El Evangelio de Juan nos transmite
la gran oración de despedida de Jesús
para Sus discípulas y discípulos
a los que Él deja en este mundo.

En lugar sobresaliente, Él pide al Padre:
“Guárdalos en tu Nombre,
pues Tú me los has dado
para que ellos sean uno como nosotros”.

No se tiene que aceptar
que esta oración por la unidad sea un texto pospascual:
Es verdad que no sabemos mucho sobre las personalidades individuales del círculo de amigos
de Jesús – a lo sumo sobre Pedro
pero consta:
hubo muy diferentes caracteres
y seguramente también muy diversas opiniones.
La petición de Jesús de unidad para Su círculo de amigos es, por consiguiente, enteramente comprensible.

Sin embargo, Juan tenía ante los ojos, cuando transmitía en primer lugar esta petición de unidad
en la oración de despedida de Jesús,
sobre todo las comunidades tan enteramente diferentes de la joven Iglesia.
No es difícil interpretar en los escritos del
Nuevo Testamento, cuántas fuerzas centrífugas
actuaban ya en los primeros comienzos de la formación de comunidades..
Por tanto, era muy natural poner de relieve la petición de unidad,
que corresponde, sin duda, a la voluntad del Señor ensalzado en la Iglesia –
entonces como hoy.
Y entonces como hoy eran y son las escisiones eclesiales un escándalo para la credibilidad del mensaje cristiano.

En estos días de Pentecostés muchos cristianos en todo el mundo oramos por la unidad de la Iglesia de Jesucristo.
Yo quisiera presentarles a continuación
una visión fascinante de la unidad.
Además me fundo en un experto de pastoral bíblica,
en el Prof. Dr. Bernhard Krautter de Stuttgart.
Él desarrolla esta visión de unidad,
poniendo en contacto la oración de Jesús
por la unidad con la Lectura de
Hechos de los Apóstoles de hoy.

¿Por qué considera tan importante la Iglesia primitiva en Jerusalem completar el número de doce Apóstoles después de que Judas ya no estuviera?

Jesús había llamado a los Doce,
cuando después de los primeros éxitos
ya tenía que llegar Su fracaso.
Él llamó sencillamente sólo a “los Doce”,
sin encargarles, en principio, una misión especial.
Cuando un creyente judío oye el número doce,
piensa espontáneamente en los doce hijos del patriarca Jacob,
que se convirtieron en los fundadores de las Doce tribus de Israel.
Eligiendo Jesús ahora especialmente a doce hombres,
nombra simbólicamente Doce nuevos fundadores de un “Nuevo Israel”.
¡estos Doce no necesitan ninguna misión especial!
Ellos deben sencillamente estar presentes.
Su mera existencia es una señal para un nuevo Pueblo de Dios, que escucha el mensaje de Dios y sigue la invitación.

En la comunidad judeocristiana de Jerusalem
se tenía conocimiento del significado del Doce.
Por consiguiente este número debía completarse de nuevo mediante las posterior elección de Matías.
Con ello la comunidad manifiesta su exigencia de ser el “Nuevo Israel”.

A la vez en la comunidad se había originado
después de Pascua una nueva situación:
Ahora se trata de anunciar el mensaje de Cristo resucitado
y de dirigir la comunidad de Cristo ensalzado, la Iglesia.
Esta misión correspondía ahora en primer lugar a los Doce, que fueron llamados los “antiguos Apóstoles” – por consiguiente los “enviados” originalmente por Cristo mismo.
A su lado pronto hubo después todo una hilera de otros “Apóstoles” –“enviados” por consiguiente – que no habían sido llamados por el Jesús terreno, sino que fueron tomados para el servicio de Jesús resucitado.
El más conocido entre ellos es el Apóstol Pablo,
que experimentó cerca Damasco la hora de su llamamiento.

En las comunidades pagano-cristianas desgraciadamente cayó muy pronto en el olvido el significado del número doce.
Ya Pablo lo menciona una única vez
- y nunca lo señala como constitutivo para la Iglesia.
El Segundo Concilio Vaticano ha recurrido de nuevo a estas ideas del nuevo Pueblo de Dios.
En su famosa Constitución “Lumen Gentium” sobre la Iglesia, el Concilio ha revisado las representaciones corrientes de la Iglesia hace siglos:
* Aproximadamente que la Iglesia sea ya el Reino de Dios
* o que ella, como un castillo de defensa, está en confrontación con la sociedad,
* o que ella es una herramienta de lucha de Dios,
la cual consigue la victoria para Él en este mundo
y la celebra triunfalmente.

Estas representaciones fueron relevadas por la totalmente distinta representación original, primitivamente cristiana:
El Concilio habla de nuevo de la Iglesia como el nuevo Israel, el nuevo Pueblo de Dios.
Aún más:
El Concilio habla del Pueblo de Dios en camino
y une a ello los cuarenta años de paso por el desierto.
Así como Israel estuvo cuarenta años de camino por el desierto hacia la tierra prometida de Canaán,
así también está la Iglesia de camino hacia el Reino de Dios venidero, que Jesús ha prometido.
Por consiguiente, la Iglesia no está en absoluto en la meta.
No está todavía acabada.
¡Nunca está en este tiempo en la meta!
Está en camino.

Pero estar-en-camino también significa:
poder equivocarse y poder extraviarse.
Por tanto, conversión y renovación forman parte esencial evidentemente de la Iglesia.

Con este fondo yo quisiera volver ahora al tema de la unidad:
Profesor Krautter pregunta.
¿No vale una reflexión en conexión con la representación de la Iglesia como “Pueblo de Dios en camino”
y en conexión con el significado simbólico del círculo de los Doce,
para devolver su significado original de nuevo
al “círculo de los doce” también en Roma?

¿Serían “los Doce” algo imaginable
como un gremio, que es conducido por el Papa como el primero entre hermanos en forma de presidencia honorífica?
Se podría tratar de un cargo semejante al que ocupaba Pedro en la comunidad primitiva.
Por tanto este círculo de los Doce sería un órgano colegial, una forma de Senado del Papa, donde se discute, se aconseja, se lucha por la verdad, quizás también se disputa y al final – bajo la oración y el ayuno, como en la Iglesia primitiva – se decide por votación.

¿Qué sucedería
si un tal círculo de Doce representase a todas las grandes Iglesias, que tuvieran voz y voto en la “cathedra Petri”?
Quizás pudieran en una tal “unidad en la diversidad” encontrarse no sólo los católicos, es decir, los cristianos “petrinos”, sino también los ortodoxos –cristianos del Este de “Andrés” y los cristianos “paulinos” de la Reforma.

Entonces quizás no sería ya el cargo de Pedro, por tanto el cargo de Papa, un impedimento para la unidad de las Iglesias, sino el factor de integración,
el signo visible de unidad de la cristiandad
que abarca totalmente el mundo.

En el Credo apostólico confesamos igualmente
nuestra fe común en una Iglesia santa, católica (= ecuménica, es decir, que abarca el mundo, cristiana) y “apostólica”.
Luego en las peticiones oramos por esta unidad –
así como Jesús ya la pidió en Su oración de despedida.

Amén.