Homilía para el Segundo Domingo de Pascua
23 Abril 2.006
Evangelio: Jn 20,19-31
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Según pensamientos de Eugen Biser en “Magnificat”, Abril / 2006
“Quien llega demasiado tarde, castiga la vida.”
Esto parece aplicarse a Tomás.
Él no estuvo presente – por algún motivo –
cuando los otros discípulos tuvieron el encuentro decisivo con el Resucitado.
Él sólo escuchó su entusiasmado testimonio pascual:
“Hemos visto al Señor.”
Pero él no podía o no quería creerlo.
Así se convirtió en toda la Tradición de la Iglesia
en el “incrédulo Tomás”,
en el gran escéptico.

Sin embargo, no creo que la famosa frase de Gorbatschow se pueda aplicar a él:
“Quien llega demasiado tarde, castiga la vida.”
A fin de cuentas todos nosotros, como él,
“hemos llegado demasiado tarde”;
o mejor “nacido demasiado tarde”.
En todo caso, no estuvimos presentes – entonces en el primer día de Pascua, cuando el Señor “se apareció”.
¿Estamos “castigados” por ello?
¡No lo creo!
Y tampoco creo que Tomás fuese “castigado”.

Por el contrario:
Verdaderamente Tomás fue cristiano creyente  desde el principio –
si bien indirectamente.
Para él es válido, como para nosotros, la bienaventuranza pascual del Señor:
“¡Bienaventurados los que crean sin ver!”
Con su confesión pascual ¡”Señor mío y Dios mío”!
nos muestra lo que significa:
“Creer pascualmente”.

La primera ocasión de creer pascualmente sin duda Tomás la perdió.
Él tuvo la primera ocasión
cuando sus amigos le atestiguaron llenos de alegría:
“Hemos visto al Señor.”
O también cuando oyó el testimonio de María de Magdala o de los discípulos de Emaús:
“¡El Señor verdaderamente ha resucitado!”

Por consiguiente, Tomás perdió estas ocasiones.
Tampoco comprendió lo que Pablo en un sentido análogo formuló en la concisa frase:
“El creer viene del oír”. (Rom 10,14).
Y para ser sinceros:
A nosotros se nos hace muy difícil de modo semejante.
Nosotros hemos hecho de nuevo la experiencia:
El camino del oír al creer es muy, muy largo.

En el fondo, el problema no está tanto en aceptar el testimonio de los hechos de los que han tenido experiencias pascuales –
* empezando por María de Magdala,
* después los discípulos de Emaús,
* después los Once en Jerusalem,
* también Pablo en Damasco
* y la “nube de testigos” de los que Pablo habla,
hasta las y los testigos pascuales de nuestros días.
Son (casi) todos enteramente dignos de fe.
En principio eran los “Once” y las otras amigas y amigos también para Tomás enteramente dignos de fe.
Verdaderamente los conocía hace bastante tiempo.

Pero Tomás comprendió desde el principio
-  si bien quizás sin reflectir -:
La fe pascual es más que la aceptación de los “hechos”.
* Se trata de las consecuencias,
* se trata aquí de una decisión vital personal,
* se trata del Sí a una relación personal, que cambiará mi vida totalmente, incluso lo pondrá todo del revés.

Acto seguido, contemplemos la confesión de fe de Tomás:
Tomás no se declara partidario de un dogma de fe.
No se declara partidario de un hecho neutro, por así decirlo, “histórico:
“Yo creo ahora que Tú resucitaste de entre los muertos al tercer día”.
Su confesión reza más bien:
“¡Señor mío y Dios mío!”
¡Y esto es algo muy diferente!

Gotthold Epfraim Lessing ha puesto de relieve la inmensa diferencia muy claramente y sobre todo existencialmente en su escrito “Sobre la demostración del Espíritu y de la fuerza” (1777).
Dice:
La palabra de los testigos oculares transmite sólo
la noticia de su experiencia pascual en interpretación histórica.
Todo el peso interior de su visión y de su significado existencial no se me puede procurar a mí mismo así.
Según su mentalidad, ¡“casuales”verdades históricas no pueden tener nunca el valor de las verdades de fe precisas!
Por eso, según Lessing, no se puede fundar sobre ellos el edificio seguro de la fe para la eternidad.

Y después expresa en palabras que enternecen
su propia necesidad de fe:
“esto es el repugnante foso ancho,
sobre el que yo no puedo pasar,
aunque a menudo y seriamente he intentado el salto.
Si alguien me puede ayudar a pasar, que lo haga;
Le juro que lo pido.
¡Merece una recompensa de Dios por mí!”

Quizás Tomás le ayude a él – y a nosotros-
a pasar sobre el foso.
Además debiéramos reflexionar sobre la bienaventuranza de Jesús:
“¡Bienaventurados los que crean sin ver!”

Desde esta consideración, los testigos oculares
- a pesar de su visión – no aventajan a los nacidos después.
No por casualidad parece que el camino trabajoso hacia la fe pascual también para ellos con cada aparición del Resucitado está siempre de nuevo al comienzo.
Finalmente tampoco para ellos es importante que Le “vean” una, dos o tres veces en breves momentos.
Más bien es decisivo,
* que Él los capte interiormente,
* que Él tome posesión de ellos,
* que Él se haga presente en ellos
como Tomás finalmente fue captado por Él y por
Su realidad divina-pascual-misteriosa
en una medida,
en que la lengua se le para
y sólo puede balbucir:
“¡Señor mío y Dios mío!”

El filósofo de la religión danés Sören Kierkegaard
dice de la fe cristiana:
Esta fe hace desaparecer el intervalo de tiempo.
Apunta hacia la contemporaneidad con la Muerte y Resurrección de Jesús.
Dice incluso:
La fe cristiana es contemporaneidad.
Nuestra liturgia dice en la celebración pascual de la Resurrección de Jesucristo de forma muy semejante:
“¡Hoy es el día!”
Por consiguiente, nosotros podemos experimentar inmediatamente
el misterio pascual, que celebramos hoy, de forma muy semejante,
* como las discípulas y los discípulos de Jesús
lo experimentaron,
* como lo experimentó Tomás
* como Pablo ante Damasco
* e innumerables cristianos lo han experimentado a través de los siglos.

Por consiguiente, quien cree no funda su seguridad de ningún modo en la arena movediza de los hechos históricos,
sino en ningún otro puede asentarse más que
en el fundamento de la Roca de Cristo.

Yo nos deseo hoy,
que Él se convierta para todos nosotros en manantial de alegría y en contenido de nuestra vida
y que nosotros seamos personalmente tocados
por un encuentro pascual con Cristo
y con Tomás, adorando de todo corazón,
podamos decir:
“¡Señor mío y Dios mío!”

Amén.