Homilía para el Tercer Domingo
de Cuaresma (B)
19 Marzo 2.006

Evangelio: Jn 2,13-25
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡Un texto sorprendente!
Una faceta de Jesús que nos es más bien extraña.
Así no Le conocemos apenas: tan encolerizado,
poniendo manos a la obra tan apasionadamente.
Palabras claras – se nos ocurre una cosa u otra,
pero, “¿fuerza contra personas o cosas?”
Desalojar con un látigo de cuerdas a personas y ganado,
incluso volcar las mesas de los cambistas,
de modo que las monedas suenan sobre el suelo –
esto va mal con nuestra imagen de Jesús.

La palabra de Jesús da una cierta aclaración:
“¡No hagáis de la casa de mi Padre un mercado!”
En la tradición de Marcos y de Mateo suena aún más cortante:
“Mi casa debe ser casa de oración.
¡Pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones!”

Sería importante para comprender esto también el fondo histórico, que yo aquí muy brevemente quisiera esbozar:
El Templo en tiempos de Jesús no era sólo un centro religioso,
sino más aún una institución económica.
Aquí se había reunido un considerable tesoro del Templo.
Las robustas bóvedas del Templo servían como depósito de joyas.
Se hacían negocios con los peregrinos.
En lugar de dispensar bendiciones,
los responsables dejan que se echen monedas en las arcas,
en lugar de fomentar la fe,
fomentan los negocios,
en lugar de dirigir una casa de oración,
dirigen un banco.

Por consiguiente, esto es la “cueva de ladrones”,
que hace subir la cólera al rostro de Jesús.
Su crítica no se dirige en primer lugar contra los comerciantes y cambistas dotados con concesiones
del Templo;
Su crítica se dirige más bien contra el sistema totalmente explotador,
que carga sobre todo a las gentes humildes de impuestos para el Templo y de ocupaciones en el Templo.

Aunque la Iglesia de Jesucristo continuamente estuvo envuelta en operaciones monetarias y también en escándalos sospechosos –
tales circunstancias, como entonces reinaban en el Templo de Jerusalem, son ajenas a nosotros.
Sin embargo, el texto del Evangelio podría ser también para nosotros hoy una sugerencia para la reflexión autocrítica.
Dos preguntas se hacen en esta conexión:
1. ¿Qué significan para nosotros nuestras iglesias?
     (Los edificios de las iglesias, bien entendido).
2. Y ¿qué es importante para nosotros en la Iglesia?
(Iglesia entendida aquí como comunidad de creyentes o también para mí como institución.)

¿Qué significan para nosotros nuestras iglesias en un tiempo en que la fe se ha hecho más bien bastante fluida?

* Muchas iglesias –sobre todo las antiguas,
histórico-artísticamente significativas,
se han convertido hace mucho tiempo en museos.
¿No formamos parte también nosotros mismos de las personas de vacaciones que visitan sobre todo como atracción turística la catedral de Colonia, la catedral de Ulm o la Wieskirche?
¿Llegamos en le gentío de los curiosos todavía con la idea de hallar allí un tranquilo rincón para orar?

* Otras iglesias – también aquí entre nosotros –
se llenan a menudo con muchas personas,
cuando se trata de oír un concierto.
Naturalmente la música puede ser también oración
y animar a orar.
Pero ¿se trata verdaderamente de esto?
Probablemente tampoco aquí entre nosotros
en St. Michael basta
ante un concierto tocar las campanas,
encender los cirios y en una breve introducción referirse a esto, para que esta música sea válida
para la alabanza de Dios.

* Una pregunta ulterior reza así:
¿Es una iglesia la que se abre sólo una vez a la semana para la Misa dominical y, por lo demás, está echado el cerrojo y atrancada,
todavía una “casa de oración” en el sentido de Jesús?

* Por ello, la pregunta siguiente y muy actual es:
¿Tenemos demasiadas iglesias en las circunstancias actuales?
¿Qué hacemos con las iglesias que han llegado a ser “sobrantes”?
¿Derribarlas? ¿Venderlas?
¿Qué se hace? Y ¿qué no se hace?
¿Se podría dar aquí la situación
por la que Jesús se vería motivado,
a hacer un látigo de cuerdas,
para desalojar a los planificadores y administradores de los vicariatos generales y
para derribar sus escritorios?
Pero tampoco dirigiría Su crítica sólo y en primer lugar contra estos planificadores y administradores,
sino más bien contra la mayor parte de nosotros, cristianos,
para los que las iglesias, que para nuestros antepasados fueron santas,
se han convertido en indiferentes;
contra nosotros, que nos hemos contagiado del stress y del ajetreo del tiempo, que ya no queda tiempo para una corta parada en la iglesia y ni siquiera para una Misa en un día de trabajo.
Incluso la Misa del domingo es para muchos de nosotros de ningún modo ya natural.
Hay una cuestión de prioridades:
¿Qué es verdaderamente importante?
En todo caso la disidencia eclesial no se dirige a las iglesias “vacías”,
sino sobre todo a la costumbre en aumento de sólo cada dos o tres semanas participar en la Misa dominical.

Lancemos ahora una mirada a la Iglesia como comunidad de creyentes:
¿Qué es para nosotros aquí verdaderamente importante?

Comencemos tranquilamente por el dinero:
¿Cuántas personas se separan de la Iglesia a causa del impuesto eclesial?
¿Quién –también de nosotros- no se ha enfadado ya por el estudio de la liquidación fiscal sobre este impuesto eclesial?

Pero preguntémonos también por los temas que en la Iglesia – y también entre nosotros – sobre todo se discuten:
Se trata de los divorciados y vueltos a casar,
se trata del celibato,
de la homilía de los laicos,
de las fruslerías litúrgicas,
de la Comunión bajo las dos especies,
de esta o aquella palabra del Obispo,
y, y, y...
Yo no quiero negar
que esto sea importante,
y que una u otra cosa incluso tengan que ver algo con lo esencial –
en todo caso cuando se va un poco al fondo en las conexiones.
Y, sin embargo, me atormenta en muchos coloquios y discusiones sobre la Iglesia, la pregunta central: ¿Dónde queda lo esencial?
¿Se trata verdaderamente en primer lugar de Dios, de la Misa y la oración,
del servicio a las personas y de la fraternidad entre unos y otros sobre todo en la necesidad?
¿Entendemos la Iglesia verdaderamente sobre todo como una comunidad de personas que creen y oran,
que se fortalecen mutuamente en la fe y
que se ayudan recíprocamente para vivir también esta fe?
¿Entendemos la Iglesia verdaderamente como una gran comunidad con Dios y como una comunidad solidaria de unos con otros?
¿Entendemos la Iglesia, nos entendemos a nosotros mismos como Iglesia “misionera” que está bajo el envío de Jesucristo y lleva la corresponsabilidad por este mundo, que se convierte cada vez más en Reino de Dios, en un Reino de justicia, de paz y de amor?

Ciertamente podríamos o mejor deberíamos  en estas semanas de Cuaresma ir tras estas preguntas.
¡Llévense Vds. estas preguntas para esta semana tranquilamente!

Sin embargo, quisiera terminar con una experiencia muy hermosa,
que pude hacer la semana pasada:
He pasado ocho días de Ejercicios con las Hermanas de Bethelem en Wollstein.
Wollstein, que está en alguna parte entre Kassel y Eschwege, en “nordhessisch Sibirien”,
en los quintos infiernos.
Allí nace hace pocos años,
un monasterio nuevo, estrictamente contemplativo,
según la regla de San Bruno,
es decir, según la antigua regla eremítica de la Cartuja.
La Orden de Bethlehem es el intento logrado de llenar esta antigua espiritualidad con nueva vida.
Al comienzo de los años noventa fue reconocida esta joven Orden por la Iglesia.
Pero ahora ya está viva en muchos países y en Wollstein viven ya once, predominantemente jóvenes, hermanas, una vida de retiro y de oración.
Aquí se origina de momento
- mientras en otras partes las iglesias son demolidas –
una nueva Iglesia, verdaderamente una casa de oración
La sillería del coro está concebida para treinta hermanas.
Una tercera parte ya está allí.
“Por las otras dos terceras partes rezamos todavía”, dice la Priora.
Esta joven Orden mira al futuro con alegre esperanza
y las hermanas están llenas de esperanza
en una Iglesia joven y capaz de futuro.
Ellas también han fortalecido un poco mi esperanza.
Nuestro trabajo aquí en St. Michael se propone transmitir esta alegre esperanza al mayor número posible de personas.

Amén.