Homilía para el Sexto Domingo de Pascua (A)
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Mayo 2.005
Lecturas del Domingo: Hch 8, 5-8.14-17 y 1Pe 3, 15-18;
Evangelio: Jn 14, 15-21.
Autor: P. Heribert Graab S.J. (2003)
¡Todavía celebramos la Pascua!
El mensaje del Domingo de hoy es:
Pascua no sólo sucedió hace 2.000 años.
Pascua continúa sucediendo.
Pascua sucede hoy.

Los discursos de despedida de Jesús,
de los que está seleccionado el Evangelio,
son, por así decirlo, Su Testamento,
que, en efecto, está escrito por Juan
bajo la impresión del suceso pascual,
y justamente con el fondo de la experiencia
de que Pascua no está ligada a un tiempo determinado,
sino que sucede continuamente  de nuevo.

¿Cómo es esto?
En el Evangelio se dice:
“No os dejaré huérfanos,
volveré a estar con vosotros…
Y vosotros me veréis, porque Yo vivo
y vosotros también viviréis.”
¿Cómo es posible,
ver a alguien que evidentemente
está ausente?

La respuesta de Jesús es:
“El Padre os dará otro Paráclito…
el Espíritu de la Verdad,
que el mundo no puede recibir,
porque ni Le ve ni Le conoce.
Pero vosotros Le conocéis
porque permanece en vosotros
y está en vosotros.”

El tiempo postpascual es el tiempo
del Espíritu pentecostal,
del “Espíritu de la Verdad”.
“Verdad” aquí no significa un saber teórico,
no significa un sistema teológico.
“Verdad” se entiende de forma personal,
“Verdad” es algo totalmente vital.
La Verdad personificada es Cristo Resucitado.
El “Espíritu de la Verdad” es el modo postpascual
de la Presencia real y viva del Resucitado.

A Éste ciertamente “el mundo” no Le puede “ver”
y de ningún modo recibirLe,
porque no tiene ninguna antena para Él.
Es decisivo para nuestro “ver” como cristianos
no sólo,
que Jesús viva,
sino sobre todo, si nosotros vivimos en profundidad
y por qué.
Y este “vivir en profundidad”,
que Jesús, según la tradición del Evangelio de Juan,
también llama “vivir en plenitud” (Jn 10,10),
este “vivir en profundidad”
no es otra cosa que una vida
de unión interior con Cristo.
Ver no significa entonces el ver exterior
con los ojos del cuerpo,
sino el ver interior con el corazón.
Con esta mirada interna sobre la realidad
reconocerán los cristianos, que siguen a Jesús,
signos de su Vivir,
por consiguiente harán experiencias pascuales
e incluso tendrán la Vida –
a pesar de la tentación y la duda.

Merece la pena para comprender esto dirigir otra vez una mirada sobre la escena de Emaús de nuestro Belén pascual:
El Viernes Santo:
- la ciudad obscura, el Gólgota y la Cruz –
todo lo que permanece como piedra de escándalo,
como tribulación, como tentación de duda.
Pero en el centro de estas obscuridades,
hay continuamente puntos luminosos pascuales:
el encuentro en el camino (“No ardía nuestro corazón...”),
el repentino reconocimiento al partir el Pan:
¡Es Él! ¡Vive!,
Y finalmente en el rápido camino de vuelta hacia Jerusalém,
por consiguiente en el camino para el anuncio
del mensaje pascual,
en el camino para el testimonio personal de fe,
en este camino incluso ven la Cruz
en una aureola luminosa -
“ven” con el corazón.

De este “ver” con el corazón
se trata también en los Hechos de los Apóstoles:
Felipe curaba a las personas
y expulsaba “demonios”.
Y él mismo entró muy en el fondo
y “vio” en todo esto –como también los otros Apóstoles
y todos los que llegaron a ser creyentes –
única y exclusivamente el actuar de Cristo vivo.

Nosotros debíamos – creo yo – estar mucho más convencidos de ello,
de que nosotros también podemos curar y expulsar demonios:
que nosotros podemos curar muy sencillamente
por medio de la donación humana y amorosa;
que podemos expulsar demonios:
como los demonios del dominio,
que hacen de las suyas día a día en nuestras familias,
en nuestras calles, en nuestras escuelas.
Por una fe viva,
con un poco de coraje ciudadano
y con decisión reflexionada
podríamos expulsar estos demonios del dominio.
Y en todas partes, donde las personas son curadas y enderezadas,
en todas partes, en las que los demonios también hoy son expulsados,
podemos ver en el corazón y en el “Espíritu de la Verdad”
a Cristo resucitado en acción.

Experiencias pascuales, el “ver” pascual
se refleja en la segunda lectura de este domingo.
Hubo entonces y también hoy los hay –
cristianos que están preparados y en situación,
de dar razón a todo
el que pregunta por la esperanza, que los plenifica.
Hubo entonces y también hoy los hay
cristianos que ellos mismos están plenificados
por la esperanza,
que no instan a otros a aceptar espontáneamente piadosas sentencias,
que no se comportan como charlatanes religiosos,
que no entretienen con vanas promesas de modo fácil,
que más bien de forma muy evidente
viven de la esperanza de la fe pascual
y sobre todo de este modo dan un testimonio digno de fe.
Y cuando esta esperanza es verdaderamente
un aspecto fundamental de su vida,
podrán -en caso necesario- manifestar las raíces
de esta esperanza con pocas pero muy expresivas palabras.

En todas partes donde esto sucede, acontece la Pascua,
podemos ver con los ojos del corazón
al Resucitado en acción.
Bernard Vogel, el Presidente del Consejo de Turingia,
se ha expresado de este modo después del mal día de Erfurt
y otra vez en su discurso de duelo,
donde él, en toda la obscuridad del acontecimiento,
ve esperanza.
Yo le he encontrado personalmente con mucha frecuencia
y estoy convencido
de que para él esta esperanza tiene una dimensión pascual.
Es algo así como la luz,
que en nuestro Belén Pascual,
hace resplandecer la Cruz del Gólgota,
sin borrar su obscuridad.

En este sentido, yo nos deseo a todos
ojos que vean, o sea, corazones que vean
en medio del vivir diario – y así éste
podría no ser tan tenebroso.

Amén.