Homilía para el Domingo de Pascua
27 Marzo 2.005 
Como conclusión de las homilías cuaresmales de este año:
“Oh feliz culpa...”
Evangelio: Jn 20,1-18;
Autor. P.Heribert Graab S.J. (2002)
“¡Oh feliz culpa,
que nos ha merecido tan gran Salvador!”
Así lo anunciaba jubilosamente el pregón pascual de la noche pasada.

Desgraciadamente nosotros hacemos de continuo
exactamente la experiencia contraria:
La culpa no encuentra ninguna “salvación”.
Antes bien la culpa se multiplica siempre de nuevo.
Ciertamente lo volvemos a experimentar en estos días
en Israel/Palestina,
en este país, que llamamos tierra santa,
en este país, en el que Jesucristo
murió de muerte de Cruz
- para salvación del mundo,
- para la paz del mundo.

¿Dónde tuvo su principio la culpa?
¿En las Cruzadas?
¿Durante el tiempo del mandato británico?
¿Por la resolución de la ONU
para dar al pueblo judío un país propio?
¿O por el holocausto,
que constituyó el fondo
para la fundación del Estado de Israel?
Después la expulsión del pueblo palestino de su patria.
Después la cuestión no solucionada a propósito de los refugiados.
Y en este momento por una parte el terrorismo de Estado,
por otra parte el terrorismo de guerrilla.
Escalada de la culpa.
Escalada del sufrimiento y de la muerte.
¿¿¿ “Oh feliz culpa”???
Contemplemos el Evangelio de Pascua
un poco más exactamente:
las personas son descritas ante los ruinas de su vida.
Pedro, Juan, María de Magdala –
a todos ellos les fue retirado de debajo de sus pies, por así decirlo, el principal fundamento de su existencia.
Y esto por medio del terrorismo de Estado
de un régimen dictatorial
y por las intrigas de colaboracionistas con ideologías de posesos.
Concisamente: Por medio de un asesinato criminal.

Ahora en la mañana de Pascua sucede algo sorpresivo:
Estas personas hacen la experiencia de un encuentro,
que más tarde describen con la concisa confesión:
“Él ha resucitado.”
Naturalmente esto es una confesión de fe.
Pero aquí hay hechos fuertes:
En esta mañana estas personas sacan de las ruinas una nueva fuerza y nuevas perspectivas.
Su estremecimiento se resuelve.
Sobre todo en María podemos leer aún hoy
en el relato excelentemente observado
y de una gran finura psicológica:
Como ella, en primer lugar, a consecuencia de los acontecimientos de Viernes Santo
lógicamente se queda bloqueada – ya no ve nada
y no puede ya percibir nada.
Y después este Extraño dice su nombre.
Lo hace de una forma tan personal,
que ella agudiza los oídos,
vuelve la cabeza y Le reconoce:
“Raboni”.
De nuevo este saludo tan personal.
Es el momento de un encuentro transformante.
En este momento comienza para María el camino de vuelta a la vida.
En ese momento le es regalada la fuerza
para seguir el camino de Jesús junto con los otros.
Sin embargo ya nada es como antes.
Ella no puede retener lo que ha sucedido.
Pero a la vez aquí está el ánimo
para aventurarse en la Nuevo,
para poner el futuro ante la vista.
A la vez aquí hay de nuevo sentido en su vida-
como consuelo para todas las experiencias de pecado, de sufrimiento y de muerte

¡Esto es Pascua!
Un encuentro liberador,
una experiencia que libera,
una transformación de la culpa, del sufrimiento y de la muerte en nueva energía vital.

Ciertamente se trata además de la fe en su última consecuencia, de que el Dios de la Vida una vez vencerá definitivamente sobre todos los poderes de la muerte
y también sobre la muerte que un día será nuestro propio destino.
Pero en primer lugar y sobre todo se trata de
* la fe en un Dios que hace justicia a los asesinados injustamente,
* que no permite triunfar para siempre a los culpables sobre las víctimas
* la fe en un Dios que resucita a los muertos.
Se trata de un fe
* que aquí y ahora insiste en la vida,
* que es protesta contra todo lo que no permite vivir a los seres humanos.

Ésta es la fe auténticamente pascual
que da fuerza aquí y hoy  para sostener
* que también hoy pueden darse tales transformaciones,
como ocurrieron entonces, en la mañana de Pascua,
* que da “una vida antes de la muerte”
* y que esta vida tiene un sentido.

Una tal fe pascual saca de quicio a este mundo.
No será ya nada como lo fue hasta aquí:
Ni en Israel/Palestina,
ni en una política de Berlín destructiva,
ni en un matrimonio que se quiebra...

“¡Oh feliz culpa!”,
cuando de eso sigue el mensaje pascual:
“¡Mira, todo lo hago nuevo!”
Déjanos creer en ello – contra todo incredulidad en nosotros mismos.
Déjanos orar continuamente:
“Señor, yo creo; ayuda mi incredulidad.”

Amén.