Homilía Cuaresmal para el Primer Domingo del Tiempo Penitencial Pascual, 13 Febrero 2.005
Evangelio: Mt 4,1 - 11;
Autor: P. Heribert Graab S.J. (2002)
En este tiempo cuaresmal se trata de las sombras de nuestra vida y de este mundo, también o ciertamente porque las expulsamos con gusto.
Y, sin embargo, estas sombras no están en el centro de la proclamación.
En el centro, también del tiempo cuaresmal,
está única y exclusivamente la Luz Pascual
del Cristo Resucitado.
Por consiguiente se trata de quitar las sombras
que continuamente obscurecen la Luz a la que somos llamados interiormente.

En un mundo, que está recubierto por las sombras de la maldad,
se apagan todas las luces.
Una canción de Adviento del tiempo del nacionalsocialismo
lo formula así:
“Satán extingue las luces
y deja al mundo ciego...
Los seres humanos practican una astucia perversa y
meditan muchas mentiras...
La vida no es amable en estos malos tiempos...”

También de modo especial el tiempo del nazismo nos hizo presente,
que ideología y delirios de grandeza,
ambición de poder y fanatismo,
nacionalismo y racismo,
es decir, que en general las obscuras fuerzas de la maldad humana
producen una falta de humanidad estremecedora,
- también nosotros hoy estamos día tras día confrontados con esta maldad tanto en lo pequeño como en lo grande.

Con frecuencia el mal es tan estremecedor
que muchos opinan que no puede proceder sólo del ser humano.
Dicen entonces:
El mal viene de un ser prepotente,
que llaman demonio o también Satán.
A la postre a él se remonta todo el desorden del mundo.
Él intenta impedir el bien,
seducir al ser humano,
ponerle bajo su dominio
y ganarle para un mundo “infernal”.

Esta representación del demonio es hoy
entre los cristianos muy discutida.
En las confesiones de fe cristianas el demonio no tiene ningún sitio,
aunque en la Biblia se habla de él con más frecuencia,
como, por ejemplo, en el Evangelio de hoy,
que propone la pregunta:
¿Está aquí verdaderamente la idea de un ser vivo,
que quizás incluso puede hacer competencia a Dios,
o se trata de un símbolo intuitivo del mal?

Precisamente esta pregunta es considerada por nuestra fe
 como algo insignificante:
Consta que el demonio en ningún caso es un rival de Dios de igual condición.
Sin embargo también consta
que todos nosotros estamos bajo el influjo real de la fuerza del mal
y que la maldad se ha extendido en la humanidad desde Adám y Eva, desde Caín y Abel como un carcinoma.
A uno de los descendientes de Caín se le ponen estas palabras en la boca:
“Por una herida mataré a un hombre,
a un muchacho por un golpe;
si a Caín se le venga siete veces,
a Lámec setenta y siete.” (Gn 4,23 s).
Por lo demás aquí y en otros lugares también está claro,
que, en la comprensión de la Biblia,
el auténtico núcleo de perversidad del ser humano
es la rebelión contra Dios
y el poder contra los demás.

El mal prolifera en este mundo
y arroja sus obscuras sombras no sólo sobre todos nosotros,
sino incluso sobre este Jesús de Nazareth,
que se expuso, como nosotros, a la tentación.
Pero tampoco aquí está la tentación
en el primer plano del relato,
sino la soberanía de la fe,
por la cual este Hombre expulsa las sombras del “desierto del mundo”.
Tampoco en Su soledad ante la tentación,
Jesús es abandonado por Dios.
Él Le ayuda en todo tiempo con la fuerza de Su Espíritu,
aún cuando su Presencia incluso para Jesús es experimentable
en primer lugar en la alegría de
que las sombras sean como barridas:
“Llegaron los ángeles y Le sirvieron” –
los “ángeles”, como siempre en la Sagrada Escritura,
representan a Dios mismo.

En este desenlace de la historia se halla
el verdadero mensaje generador de alegría:
A este Hombre Jesús de Nazareth, como a todos nosotros,
Le es regalado el auxilio de Dios
y con él la posibilidad
de resistir el poder del mal en nosotros y a nuestro alrededor.
Por consiguiente, este Evangelio del primer domingo de Cuaresma contiene aliento
para no capitular ante las obscuras sombras de la maldad,
para no perder el ánimo,
sino hacer el bien por la fuerza de la fe
y así ir al encuentro de la Luz Pascual.

Por lo demás llama la atención,
que el tentador haga frente a Jesús
no con burdos sueños de placer ni de autorrealización,
sino aparentemente de forma muy piadosa y grata a Dios
y con apelación a aparentes argumentos teológicos y
citas de la Escritura.
Así le puede pasar a veces a uno de nosotros,
que, aunque nos consideramos buenos cristianos,
sin embargo desearíamos seguir deseos e intereses dudosos.
Evidentemente tenemos la suficiente inteligencia
como para poner de acuerdo a ambos,
con motivaciones cristianamente sonoras,
que sólo creemos para gusto propio,
y, en caso necesario, también con textos bíblicos
agarrados por los pelos.

Sobre esto dice Ignacio de Loyola
en sus Reglas para el Discernimiento de espíritus:
“Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis,
entrar con la ánima devota y salir consigo, es a saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal ánima justa, y después poco a poco procura de salirse, trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones.” (EE 332).

En vista de tales experiencias con la tentación,
la sombra del tentador de nuestro pesebre evangélico,
en el que todo es representado en el lenguaje plástico tradicional,
está rodeada de una aureola de luz,
que también nosotros nos ponemos
continuamente a modo de capa religiosa.
Así imaginamos podernos mirar en el espejo
sin enrojecer de vergüenza.

Sólo la figura de Jesús está
verdaderamente sumergida en la Luz divina
tanto en el Evangelio como en nuestra escena evangélica.
En el Bautismo Él nos ha prometido,
que podemos participar de esta Luz.
Conseguir de nuevo esta alegre confianza,
es la meta de Cuaresma,
para que entonces podamos regocijarnos con alegría plena en la Luz de la noche pascual.

Amén.