Predigt Homilía para el Tercer Domingo
de Adviento, ciclo C

16 Diciembre 2018
Lectura: Sof 3,14-17 y Flp 4,4-7
Evangelio: Lc 3,15-16
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Hace algún tiempo una persona querida me regaló una historia,
una maravillosa historia de Adviento,
que nos puede abrir a este tercer Domingo de Adviento.

“¡Por favor, espere usted aquí!” le dije al ciego y le dejé solo en una esquina protegida del tráfico de la estación de la gran ciudad.
Yo le quise apartar de la muchedumbre.

Cuando regresaba lo vi a lo lejos de pie
mientras las personas le apretujaban,
un niño le miraba fijamente,
condujo un carro de equipajes a una curva alrededor de él
y un vendedor de periódicos
tras una errónea y vana oferta
casi tímidamente se separó de él.

Él estuvo muy silencioso, el ciego,
y también yo tuve que permanecer un par de instantes.
Tuve que mirar su rostro.
Los pasos a su alrededor y las voces desconocidas
y todos los ruidos de un tráfico intenso
no parecían tener ningún significado para él.
Él esperaba.
Era una espera muy paciente, confiada y recogida.
No había ninguna duda en su rostro.
Había una maravillosa luz de ilusión;
ciertamente él sería llevado de la mano.
Me liberé despacio del espectáculo
de este impresionante rostro que espera
con los párpados cerrados.
Después de repente me di cuenta:
Así debía estar el rostro en Adviento de los cristianos.

Silencio

Permítanme sacar un par de líneas de comunicación entre los textos de la Escritura de este domingo:

Ambas Lecturas nos alientan hacia la alegría.
Aunque en la Lectura de los profetas
incluso se habla de júbilo exultante
se trata de una alegría profunda enraizada en el corazón,
cuyo fundamento no somos nosotros mismos,
sino que nos es regalada por medio de otro:
“¡El Señor, tu Dios, está en tu centro!”

En la Epístola a los Filipenses escuchamos:
“¡Alegraos en el Señor en toda época!
Otra vez os digo: ¡Alegraos!
Y de nuevo el fundamento de esta alegría no se halla en nosotros mismos.
Más bien el fundamento es este:
“¡El Señor está cerca!”

Lo mismo le sucede también al ciego
el fundamento de su alegría no está en él mismo,
sino en la confianza
de que otro está “cerca”-
alguien, en el que él se puede abandonar,
alguien, en el que merece la pena de esperar,
alguien, que se preocupa de él.

Otro paralelismo de las tres historias:
la alegría consigue la superioridad
a pesar de un destino difícilmente soportable:
El ciego está golpeado por su discapacidad,
Pablo se halla en prisión,
el pueblo de Israel vive unos tiempos muy difíciles.
Pero en todos los casos domina la alegría:
Alguien está presente, cuya “cercanía” dirige el destino.

Silencio

¡De esto resultan consecuencias!
Sofonías apela a sus coetáneos:
•    “¡No temáis!”
•    ¡Dejaos liberar del temor que paraliza!
•    ¡Descubrid en medio del mal los signos de salvación!
•    “¡No dejéis las manos caídas!
•    ¡Tomad vuestra vida de nuevo en las manos!ª
•    ¡El propio Dios está en vuestro centro!

Silencio

El propio Pablo ha experimentado:
Cuando el Señor está “cerca” termina la infructuosa preocupación.
Quien sabe de la cercanía de Dios,
puede entregar a Dios todas sus preocupaciones.
Y quien se libera internamente de la carga de las preocupaciones diarias,
se libera simultáneamente para la verdadera alegría y la paz interior.

Ciertamente esta alegría y esta paz también se reflejan evidentemente en el rostro del ciego
y una bondad contagiosa,
que anima al narrador de la historia del ciego,
a ser una persona bondadosa y servicial.

Silencio

Alegría – bondad – paz-
donde nosotros nos abrimos a ellas,
también hoy se experimenta la cercanía de Dios.

Amén
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