Homilía para el Domingo del Bautismo de Jesús (B)
11 Enero 2015
Lecturas: Is 55,1-11 y 1Jn 5,1-9
Evangelio: Mc 1,7-11
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
El orden del Misal después del Concilio Vaticano II ha acortado radicalmente el tiempo de Navidad.
Hoy, en la Fiesta del Bautismo de Jesús, ya termina el tiempo de Navidad.
Y precisamente hoy, en el último día del tiempo de Navidad, escuchamos el Evangelio de Navidad más antiguo y original.
Para los primeros cristianos no estaba en primer término el Nacimiento de Jesús sino la visible y experimentable aparición de Dios en este mundo.
Y de esto responde sobre todo el descenso del Espíritu de Dios en el Bautismo de Jesús y la
voz del cielo:
“Tú eres mi Hijo amado, en el que he puestos mis complacencias.”

En este acontecimiento, los primeros cristianos vieron cumplida la promesa de Dios en la profecía del (segundo) Isaías:
“Yo he puesto mi Espíritu sobre ti.”
En correspondencia con esto hay que destacar lo que Pedro señaló de forma importante:
“Dios ha ungido a Jesús con el Espíritu Santo”.

Todos estos textos de la Escritura que nosotros hoy hemos escuchado precisamente al final del tiempo de Navidad nos abren a una idea poco acostumbrada pero muy central de Navidad.
Los seres humanos en su rebelión contra Dios
han expulsado al Espíritu de Dios de todos sus ámbitos existenciales.
El resultado: ¡Un mundo sin Dios y sin Espíritu!

En Navidad celebramos ahora la aparición de Dios en nuestro mundo sin Dios:
Uno de nosotros, este ser humano Jesús de Nazareth,
está totalmente sumergido en el Espíritu de Dios, está tan lleno de este Espíritu de Dios,
está completamente plenificado por este Espíritu de Dios, que en Él forman divinidad y humanidad
una insuperable e irrevocable unidad-
Dios mismo se sumerge en este mundo.
Él se hace hombre por nosotros.

Juan anuncia lo que ahora sucede:
El Dios Encarnado, este ser humano plenificado
por el Espíritu, también nos bautizará a nosotros con el Espíritu Santo.
Muchas chispas centelleantes hacen arder todo un campo de trigo,
así la chispa del Espíritu de Dios que se encendió en este Jesús de Nazareth,
saltará de uno a otro,
inflamará a cada uno de nosotros y finalmente
arderá todo el mundo.

Navidad continúa:
El Espíritu de Dios está de nuevo secretamente entre los seres humanos.
Y Él quiere crecer como fuente de luz,
quiere que Su cálida energía fluya en todo nuestro corazón,
quisiera arrastrar a cada uno de nosotros hacia Su campo de fuerza energético.

En las Lecturas de los días pasados se trataba continuamente de lo que esto significa de forma concreta:
Sobre todo la Primera Carta de Juan gira de forma permanente alrededor de los dos polos de este campo de fuerza,
alrededor del amor, con el que Dios nos ha amado primero,
y alrededor de lo que, mediante el amor de Dios,
se ha impulsado en nosotros:
¡Es decir, el amor a Dios y el amor al prójimo,
ya que ambos forman una unidad indisoluble
puesto que no puede haber uno sin el otro!

El propio Jesús señala en los Evangelios
lo que es esta fuerza del amor divino y cómo se concreta.
Sobre todo ayer sábado se trató en el Evangelio de la Ley fundamental hacía la que se orienta el mensaje de Jesús y Su actuación en la vida pública:
Por así decirlo el ‘preámbulo’ de esta Ley fundamental se enlaza con la experiencia del Bautismo de Jesús cuando “se abrió el cielo
y el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma.”
Él mismo dice en Su primer discurso público:
“El Espíritu del Señor descansa sobre mí,
pues él me ha ungido.”
Y después inmediatamente sigue la concreción:
“Él me ha enviado para que Yo lleve la Buena Nueva a los pobres,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.” Lc 4,18-19

En el fondo en estas pocas palabras se halla todo lo que Jesús en los años de Su vida pública anuncia una y otra vez y vive día tras día.
Su Sermón de la Montaña no desarrolla nada diferente.
Sus disputas con los escribas y fariseos ya se han presentado en esta Ley fundamental de Su vida.
En Sus encuentros con las personas
*    Él regala a los ciegos la vista,
*    Él ayuda a los paralíticos a andar de nuevo,
*    Él cura a innumerables enfermos de cuerpo y alma.
*    Él libera de todas las cárceles del temor y de la culpa, de los prejuicios e ideologías, del encapsulamiento y el egoísmo.

Dicho brevemente:
El programa de la máxima de Jesús y de toda Su vida desarrolla lo que celebramos en Navidad:
*    Humanización de Dios,
*    Encarnación de Su Espíritu
*    Vida nueva por la fuerza de Su amor.

El ‘homo sapiens’ que vive hoy está tan lejos de ser el hombre verdadero
como lo estaba el hombre de ‘Neandertal’ hace más de cien mil años.
Para ser exactos, el proceso de humanización comienza verdaderamente con la humanización
de aquel, según cuya imagen y semejanza nosotros somos diseñados por el Creador.
Este proceso de humanización no está concluido.
La invitación de Jesús a su seguimiento no significa a fin de cuentas otra cosa diferente que la invitación a convertirse finalmente en ser humano.

Y ciertamente esto lo expresa de forma muy acertada el deseo navideño:
¡Haz como Dios – hazte ser humano!
Amén.